Es, precisamente, en un mosaico de pequeños actos de fidelidad donde se demuestra "la mujer nueva” y es imposible serlo sin una voluntad tenaz que sepa llevar a cabo los dictámenes de una conciencia recta. Por eso podemos decir que la conciencia y la voluntad constituyen los pilares de la formación de la mujer nueva. Mientras la conciencia percibe la voluntad de Dios o el bien en un determinado momento, la voluntad actúa: lo quiere, lo hace propio y lo realiza. Podríamos identificar la fuerza que la conciencia ejerce, con las convicciones interiorizadas que se han hecho operantes y que de un modo efectivo gobiernan el comportamiento.
La conciencia es la primera base que hemos de poner para construir un comportamiento maduro y para fundar el estilo de vida de la mujer nueva. El principio "primero mujer, después santa" tiene aquí su primer arranque; primero, una conciencia recta, luego vendrán las virtudes cristianas.
¿Qué es la conciencia? La conciencia es el sagrario interior donde Dios nos hablaspes, y el ámbito natural donde la mujer responde a la llamada que Dios le hace por medio de su libertad. Constituye el centro de la persona y la guía de su obrar natural. La base de cualquier trabajo en la formación humana se encuentra en la conciencia. Por eso nos urge continuar formándola si queremos progresar en la sinceridad de nuestras relaciones con Dios y con la Iglesia.
Nos urge formar nuestra conciencia porque nos urge el plan de Dios, quien sólo se manifiesta como brisa apacible a una conciencia fina y atenta a sus inspiraciones. Por otro lado, la mujer consagrada, como luz del mundo y antorcha que ha de iluminar a los demás, debe vivir en la claridad de la voluntad de Dios. ¡Ay de nosotros si tuviéramos que oir la reprensión de Cristo: "Sois guías ciegos que cuelan el mosquito y se tragan el camello. ¡Ay de ustedes escribas y fariseos, hipócritas; porque limpian por fuera el vaso y el plato, mientras por dentro esta llenos de rapiña y de intemperancia!" (Mt 23, 24-25). Es en la conciencia, antes que en el tráfago de la vida exterior, donde se libran las grandes batallas por la santidad. Ahí tenemos el lugar de encuentro con nuestro Dios y Creador. Muchas veces le buscamos fuera, pero Él está dentro; más dentro de nosotros que nosotros mismos. En nuestro santuario interior se realizan, primero, los más grandes actos de virtud, o se cometen las peores infidelidades.
¿Cómo formarla? Sin embargo nos equivocaríamos si quisiéramos plantear la formación de la conciencia en términos negativos, como si todo radicara en evitar las faltas. Lo que buscamos formando nuestra conciencia es tener nuevos oídos interiores, más finos, para escuchar todas las palabras que Dios nos dice a cada momento a través de las Constituciones y de la Superiora. Hay que buscar afinar nuestra atención a la voz de Dios, lograr una vivencia delicada de nuestras relaciones con Él, principalmente en el cumplimiento fiel y delicado del deber.
La voluntad -por otro lado- es la facultad que nos permite transformar las ideas en hechos. La conciencia percibe la voz de Dios en nuestras almas; la voluntad cumple la voluntad de Dios.
¿Por qué tanto énfasis en la formación de la voluntad? La voluntad es pieza clave del edificio de la personalidad. Desde el punto de vista natural, el valor de una mujer depende, en gran parte, del grado en que logra forjar su voluntad. Sólo así podrá imprimir un rumbo determinado a su vida, guiando y dominando todo su ser. Dicho de otro modo, será libre en la medida en que sea mujer de sí misma, en la medida en que guíe, encauce y domine sus instintos, sentimientos y pasiones; y actúe, por encima de las circunstancias externas, de acuerdo con los criterios que le presenta la razón iluminada por la fe.
Como se ve, la meta es formar una mujer nueva, mujer de principios, mujer de carácter, en fin, una mujer de Dios. El fundamento sobre la cual se proyectan estas cualidades es una voluntad firme, recia, tenaz y constante.
¿Cómo se forma la voluntad? Nos ayudará distinguir entre el nivel de ideas y el nivel de hechos.
A nivel conceptual el objeto propio de la voluntad es el bien que le propone el entendimiento. El acto propio de la voluntad es el amor. La voluntad se forma polarizándola en el amor. Para nosotros Cristo es nuestro amor y todo nuestro esfuerzo debe orientarse, entonces, a la imitación de Cristo. La formación de la voluntad es a veces costosa, por eso es importante tener claro la meta que pretendemos; adquirir la madurez en Cristo.
A nivel práctico nuestra vida diaria es un campo amplio para ejercitarnos en la formación de la voluntad. Podemos decir que este ejercicio de la voluntad tiene dos vertientes: una para someterla plenamente a la voluntad de Dios y otra para robustecer su autoridad con relación a las pasiones, sentimientos y estados de ánimo.
En el primer caso, tenemos que esforzarnos por conformar nuestras vidas con la voluntad de Dios. Se logra siendo fiel, constante y tenaz en el cumplimiento de los deberes contraídos delante de Dios; la puntualidad, la responsabilidad, la fidelidad en la observancia de las normas de silencio y relaciones sociales. Hay mil modos de entrenar diariamente la propia voluntad. En realidad toda actividad humana representa una ocasión en la que la voluntad puede salir fortificada, o, al contrario, si se realiza con pereza y dejadez, debilitada. Esta lucha por ser fiel en las pequeñas cosas va formando cada día en nosotros una voluntad firme y constante, la base de una mujer de carácter.
Para interiorizar y comprender más la importancia del señorío que la voluntad debe ejercer sobre las pasiones y sobre los sentimientos, tenemos que robustecer la voluntad para que siga y esté sometida perfectamente a la voluntad de Dios. Es así como la voluntad, sometida a la luz de la fe y a los criterios de la recta razón, logra ejercer un señorío sobre los instintos, sentimientos y pasiones. Se trata entonces de encauzar todas nuestras potencias al servicio de la misión.
Naturalmente todo esto cuesta. Sería mentira pretender decir que no cuesta, pero sabemos a dónde vamos y por qué luchamos: identificarnos con Cristo y construir el Reino de Cristo en la sociedad. Con las miras al Ideal tenemos que luchar con tenacidad.
La conciencia es la primera base que hemos de poner para construir un comportamiento maduro y para fundar el estilo de vida de la mujer nueva. El principio "primero mujer, después santa" tiene aquí su primer arranque; primero, una conciencia recta, luego vendrán las virtudes cristianas.
¿Qué es la conciencia? La conciencia es el sagrario interior donde Dios nos hablaspes, y el ámbito natural donde la mujer responde a la llamada que Dios le hace por medio de su libertad. Constituye el centro de la persona y la guía de su obrar natural. La base de cualquier trabajo en la formación humana se encuentra en la conciencia. Por eso nos urge continuar formándola si queremos progresar en la sinceridad de nuestras relaciones con Dios y con la Iglesia.
Nos urge formar nuestra conciencia porque nos urge el plan de Dios, quien sólo se manifiesta como brisa apacible a una conciencia fina y atenta a sus inspiraciones. Por otro lado, la mujer consagrada, como luz del mundo y antorcha que ha de iluminar a los demás, debe vivir en la claridad de la voluntad de Dios. ¡Ay de nosotros si tuviéramos que oir la reprensión de Cristo: "Sois guías ciegos que cuelan el mosquito y se tragan el camello. ¡Ay de ustedes escribas y fariseos, hipócritas; porque limpian por fuera el vaso y el plato, mientras por dentro esta llenos de rapiña y de intemperancia!" (Mt 23, 24-25). Es en la conciencia, antes que en el tráfago de la vida exterior, donde se libran las grandes batallas por la santidad. Ahí tenemos el lugar de encuentro con nuestro Dios y Creador. Muchas veces le buscamos fuera, pero Él está dentro; más dentro de nosotros que nosotros mismos. En nuestro santuario interior se realizan, primero, los más grandes actos de virtud, o se cometen las peores infidelidades.
¿Cómo formarla? Sin embargo nos equivocaríamos si quisiéramos plantear la formación de la conciencia en términos negativos, como si todo radicara en evitar las faltas. Lo que buscamos formando nuestra conciencia es tener nuevos oídos interiores, más finos, para escuchar todas las palabras que Dios nos dice a cada momento a través de las Constituciones y de la Superiora. Hay que buscar afinar nuestra atención a la voz de Dios, lograr una vivencia delicada de nuestras relaciones con Él, principalmente en el cumplimiento fiel y delicado del deber.
La voluntad -por otro lado- es la facultad que nos permite transformar las ideas en hechos. La conciencia percibe la voz de Dios en nuestras almas; la voluntad cumple la voluntad de Dios.
¿Por qué tanto énfasis en la formación de la voluntad? La voluntad es pieza clave del edificio de la personalidad. Desde el punto de vista natural, el valor de una mujer depende, en gran parte, del grado en que logra forjar su voluntad. Sólo así podrá imprimir un rumbo determinado a su vida, guiando y dominando todo su ser. Dicho de otro modo, será libre en la medida en que sea mujer de sí misma, en la medida en que guíe, encauce y domine sus instintos, sentimientos y pasiones; y actúe, por encima de las circunstancias externas, de acuerdo con los criterios que le presenta la razón iluminada por la fe.
Como se ve, la meta es formar una mujer nueva, mujer de principios, mujer de carácter, en fin, una mujer de Dios. El fundamento sobre la cual se proyectan estas cualidades es una voluntad firme, recia, tenaz y constante.
¿Cómo se forma la voluntad? Nos ayudará distinguir entre el nivel de ideas y el nivel de hechos.
A nivel conceptual el objeto propio de la voluntad es el bien que le propone el entendimiento. El acto propio de la voluntad es el amor. La voluntad se forma polarizándola en el amor. Para nosotros Cristo es nuestro amor y todo nuestro esfuerzo debe orientarse, entonces, a la imitación de Cristo. La formación de la voluntad es a veces costosa, por eso es importante tener claro la meta que pretendemos; adquirir la madurez en Cristo.
A nivel práctico nuestra vida diaria es un campo amplio para ejercitarnos en la formación de la voluntad. Podemos decir que este ejercicio de la voluntad tiene dos vertientes: una para someterla plenamente a la voluntad de Dios y otra para robustecer su autoridad con relación a las pasiones, sentimientos y estados de ánimo.
En el primer caso, tenemos que esforzarnos por conformar nuestras vidas con la voluntad de Dios. Se logra siendo fiel, constante y tenaz en el cumplimiento de los deberes contraídos delante de Dios; la puntualidad, la responsabilidad, la fidelidad en la observancia de las normas de silencio y relaciones sociales. Hay mil modos de entrenar diariamente la propia voluntad. En realidad toda actividad humana representa una ocasión en la que la voluntad puede salir fortificada, o, al contrario, si se realiza con pereza y dejadez, debilitada. Esta lucha por ser fiel en las pequeñas cosas va formando cada día en nosotros una voluntad firme y constante, la base de una mujer de carácter.
Para interiorizar y comprender más la importancia del señorío que la voluntad debe ejercer sobre las pasiones y sobre los sentimientos, tenemos que robustecer la voluntad para que siga y esté sometida perfectamente a la voluntad de Dios. Es así como la voluntad, sometida a la luz de la fe y a los criterios de la recta razón, logra ejercer un señorío sobre los instintos, sentimientos y pasiones. Se trata entonces de encauzar todas nuestras potencias al servicio de la misión.
Naturalmente todo esto cuesta. Sería mentira pretender decir que no cuesta, pero sabemos a dónde vamos y por qué luchamos: identificarnos con Cristo y construir el Reino de Cristo en la sociedad. Con las miras al Ideal tenemos que luchar con tenacidad.
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