jueves, 22 de enero de 2015

LAS CUATRO ESTACIONES TRAEN ALEGRIA



Los días grises repletos de nubes cargadas de lluvia son mis favoritos. Me dan la oportunidad de mirar a mi interior, y esto me permite meditar en la grandeza de Dios. Y qué decir de la llegada explosiva de la primavera, que hace brotar millones de capullos de mil colores que deleitan la vista y perfuman cada bocanada de aire.

Es entonces cuando los pétalos caídos anuncian los frutos que darán alimento a todos los seres que se nutren y gozan de la opulencia del verano. Más tarde, cuando el otoño, con su tinte ocre, hace su llegada, toda la natura se adormece, dándonos la promesa de un nuevo y pronto renacimiento.

Me has dado a conocer la senda de la vida; me llenarás de alegría en tu presencia, y de dicha eterna a tu derecha. Salmo 16:11

La vida se asemeja a las estaciones del año. El verano de la vida está adornado de risas y llantos infantiles, que son una promesa de futuro. La primavera se adorna con los encantos juveniles, y todas quisiéramos permanecer en ella eternamente, debido a la abundancia de bienes y alegrías que nos provee. Los adultos, vestidos de otoño, son serenos y productivos. Están en la cúspide de la realización personal; caminan seguros, pues poseen un bagaje de ricas experiencias que los hace útiles para hacer madurar y crecer a las nuevas generaciones. Los que están en la etapa del invierno ven desfilar a los nuevos participantes de la carrera de la vida, ahora más tranquilos, y en paz, satisfechos por la labor cumplida, libres de toda prisa.

Querida hermana, disfruta la estación vital en la que te encuentras. No te detengas en el pasado, ni desaproveches las oportunidades del presente. Aprovecha las buenas experiencias de antaño para construir tu vida en el “aquí y ahora”.

Continúa con alegría. Todas las etapas traen consigo grandes desafíos y hermosas sorpresas que debes aprender a disfrutar. Todo tiempo es bueno para crecer, servir al prójimo y alabar a Dios.

Plena de confianza y fe agradece a Dios por cada aliento, por cada día vivido, por cada año cumplido, pues constituyen las más grandes bendiciones del Señor.

Tenemos una hermosa promesa que debe transformarse en el aliciente diario para vivir: “Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia” (Juan 10:10).