“Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo. Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros” 2ª Corintios 4:6-7
Cuando nos predicaron el evangelio hablándonos de Jesucristo como el Salvador del mundo, y su amor nos enterneció, y arrepentidos abrimos nuestro corazón para que Él entrara, Dios hizo de nosotros una nueva creación. Igual que “al Principio Él mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz” así su presencia en nosotros es nada menos que “el resplandor de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo” que alumbra las tinieblas de nuestros corazones. Este resplandor ilumina el conocimiento de la realidad de la potencia de Cristo viviendo en nuestras vidas. ¡Cristo vive en mí! Esto es una realidad desde ese momento que nadie puede quitar ni cambiar, ¡Él es el tesoro! y nosotros somos los recipientes, el vaso de barro.
Este es un contraste y fuerte con el que hemos de saber convivir y tratar, aunque no es fácil ¿Cuál es el valor del barro? Si encontráramos un puchero con un tesoro dentro ¿Qué valor daríamos al recipiente? ¿No lo haríamos pedazos para recoger el oro? En nosotros vemos el valor del tesoro que llevamos dentro y el poco valor del recipiente que lo contiene. Hasta el punto que muchas veces quedamos desorientados y dudamos si de verdad tenemos tal tesoro dentro de nosotros obsesionados por el poco valor del barro que somos.
El barro es figura de Adán y sus descendientes, nos dice la Palabra que “Dios hizo al hombre del polvo de la tierra” Génesis 2:7. Así que la Gloria del Cielo está envuelta en nosotros por la naturaleza humana con todas sus limitaciones y complicaciones, con sus debilidades y miserias.
Aunque ya hemos oído que Dios ha tratado con nuestra vieja naturaleza (el barro) en la cruz, de tal manera que cuando Cristo murió, nosotros morimos con El, para librarnos del dominio del pecado; lo cual describe el apóstol ordenadamente en los capítulos 5 al 8 de Romanos. En este pasaje que estamos considerando, Pablo trata otros aspectos del barro que no tienen que ver con el pecado en sí, sino con nuestra limitaciones humanas, que se hacen patentes cuando enfrentamos situaciones que nos desbordan como son las tribulaciones, amarguras, sinsabores, los apuros, las persecuciones, los agotamientos, las enfermedades, etc. Leamos los versículos 8 y 9:
“Que estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; Derribados, pero no destruidos;” 2ª Corintios 4:8-9
¿Quién no pasa por estas cosas? ¿Quién no las experimenta? ¡Cuánto presumimos cuando somos jóvenes! Nos parece que podemos comernos el mundo, pero la vida nos va enseñando que no somos tan fuertes como creemos, y así nos pasa en la vida cristiana, inevitablemente llegan los momentos de debilidad, nos damos cuenta que nuestras fuerzas son insuficientes, que no llegamos a las metas que nos proponemos, nos desbordan los retos que la vida nos plantea. Estamos experimentando la incapacidad del barro que somos, ¿Qué hacemos entonces? ¿Nos desanimamos? ¿Nos damos por vencidos? ¿Nos rendimos? ¿Tiramos la toalla? ¿Pensamos que no hay más? ¿Escondemos la cabeza? En los versículos de arriba el apóstol también experimenta estas facetas del barro, pero habla también de recursos que le sostienen. ¡Sí! Atribulados en todo, mas no angustiados. ¡Sí! No le faltaban los apuros, pero tampoco faltaba la esperanza. Perseguidos, pero no sin amparo. Derribados, caídos, pero no aniquilados ni destruidos.
No cabe duda que nos está hablando de recursos celestiales, de la manifestación del tesoro que contiene el barro y ¡Es que esa es la enseñanza que quiere comunicarnos! Tenemos dentro de nosotros la vida de Cristo mismo, no solo para darnos victoria sobre el pecado, sino también para darnos poder en nuestra debilidad. ¿Pero cómo? De la misma manera que nos consideramos muertos con Cristo en la cuestión del pecado, así nos consideramos muertos con Él en el aspecto de la debilidad humana, las limitaciones de cada día y sus achaques. Leamos cómo lo expresa:
“llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos. Porque nosotros que vivimos, siempre estamos entregados a muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. De manera que la muerte actúa en nosotros, y en vosotros la vida.” 2ª Corintios 4:10-12
EL TESORO MANIFESTADO
¡La vida de Jesús manifestada en nuestros cuerpos! ¡En estos vasos de barro! Pero para que eso sea posible es necesario que el barro se rompa, ¿Y cómo se rompe? Con nuestra muerte con Cristo. Pablo dice que para que la vida de Jesús se manifieste en su cuerpo, lleva en ese mismo cuerpo la muerte de Jesús. No hay vida sin muerte, Dios nos dice en su palabra que cuando Cristo murió, nosotros morimos con Él, y que cuando Él resucitó, nosotros también resucitamos juntamente con Cristo.
“Llevando en el cuerpo” Pablo conocía muy bien esta doctrina, la expone magistralmente en Romanos: La Santificación es que Cristo sea formado en nuestros corazones, que Cristo sea nuestra vida, y nos enseña también la necesidad de morir para vivir. Pero sus palabras que comienzan este párrafo nos hacen pensar que para él, esto es más que una doctrina, algo más que pensamientos correctos bien colocados en alguna parte de su cabeza, en algún rincón de su memoria. ¡Llevaba la muerte de Cristo en su cuerpo! Había profundizado, había crecido tanto en su identificación con el Cristo crucificado, hasta el punto que todo su ser, incluido su cuerpo, llevaba impreso la muerte de Jesús, sentía y experimentaba esa muerte desde los pies a la cabeza. De esta manera la vida celestial de Jesús se manifestaba también en su cuerpo.
Hemos hablado del puchero de barro que contiene un tesoro, pero que mientras no se rompe no podemos ver ese tesoro, si sólo lo rompemos un poquito, veremos algo del tesoro, pero poco, en la medida que rompemos más el recipiente, más se ve el contenido; así Pablo quiere llevar esa muerte de Cristo en su cuerpo hasta el punto que sólo se le vea a Él, como algunos hermanos han dicho comentando este pasaje: “A más de nuestra muerte con Cristo, más de Su Vida en nosotros.”
“Llevando en el cuerpo siempre” He marcado la palabra siempre porque quiero hacer notar que no era para el apóstol algo que hacía en momentos puntuales, en reuniones especiales cuando hay “que parecer espiritual” y dar buena impresión a los que nos van a ver y a oír. Tampoco cuando las cosas le iban bien y Dios había respondido a oraciones que había hecho. O cuando las cosas le iban mal y no tenía otra salida. Independientemente de la situación que viviera, su prioridad era vivir unido a Cristo en su muerte y llevar esa muerte siempre con él para que la vida de Cristo también estuviera con él siempre.
“Llevando en el cuerpo siempre por todas partes” Tampoco limitaba esta realidad a lugares concretos o especiales, como el local de reuniones o comidas con hermanos, o campamentos o retiros espirituales. Fuera por donde fuera y estuviera donde estuviera, lo más importante era llevar en el cuerpo esa muerte, para que también la vida de Jesús se manifestara en él y a través de él. ¡Qué fantástico! Cristo mismo en nosotros ¿Alguna vez hemos soñado algo semejante? Decimos a la gente cuando les damos testimonio: “Tengo un tesoro dentro de mí” Pero ¿Por qué no dejamos que le vean?. Mientras el puchero no se rompe, sólo ven el barro.
ENTREGADOS A MUERTE
“Porque nosotros que vivimos, siempre estamos entregados a muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. De manera que la muerte actúa en nosotros, y en vosotros la vida”. 2ª Corintios 4:10-12
En los versículos anteriores el apóstol abunda más en el mismo pensamiento pero usa una palabra en la que nos vamos a fijar, esta es: “entregados”. En círculos cristianos se usa bastante al hablar de una persona “entregada” al Señor, de un creyente también entregado a la obra, o a la iglesia. Nos llaman la atención estas personas por su trabajo y esfuerzo, y quisiéramos ver a muchos como ellos en las congregaciones. Pero aquí nos habla de entrega a la muerte, a esa unión con Cristo en su muerte, para que la vida celestial del Hijo de Dios se manifieste en nuestra carne mortal. Pienso que es la meta más alta a la que puede apuntar cualquier creyente. Es también la más difícil, la más escondida. Poco se conoce y se habla de ello. Pero ¡ahí está! ¿Se puede comparar mi vida con la de Cristo? ¿El puchero de barro con el tesoro?
No quiero dejar la impresión que menosprecio lo que tanto valor tiene para Dios, que dio a su Hijo Unigénito para salvarnos. Somos importantes y valiosos para Él, nos salvó a un precio muy alto y nos ha honrado depositando en nosotros la vida de su Hijo. Pero su proyecto es que esa nueva vida se desarrolle, en esto hay esperanza, en nosotros mismos no la hay. Sólo la vida del Hijo de Dios manifestada en nuestra carne mortal proveerá recursos para vivir más allá de nuestras limitaciones e impactará a los que nos vean y convivan con nosotros, y lo hará en lo más profundo de su ser.
¡Qué precioso es el vers. 12! Nos da idea de lo que estamos diciendo:
“De manera que la muerte actúa en nosotros, y en vosotros la vida”.
¡Qué seguros y confiados nos sentiríamos si encontráramos un tesoro como el que ilustra este escrito! Nos sentiríamos apoyados en cualquier necesidad, emprenderíamos compras y viajes más allá de lo habitual y normal, tendríamos acceso a cosas que no habíamos soñado antes, podríamos ayudar a otras personas con esas riquezas; pero volvemos a reconocer que todo esto no sería posible hasta que no rompiéramos el barro que lo encierra.
Es posible que nos parezca penoso eso de “llevar en nuestro cuerpo la muerte de Jesús, siempre y por todas partes” Que sintamos que es duro eso de “estar siempre entregados a muerte por causa de Jesús”, pero no hay otra forma de que la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos, en nuestras vidas, y esta Vida nos proporciona recursos para alcanzar imposibles, nos sostiene cuando nuestras fuerzas se han acabado, nos consuela en esos momentos duros y difíciles por los que atravesamos en la vida. No hay otra forma de que “la vida actúe en otros” sino que “en nosotros actúe la muerte”. No existe otra manera de que experimentemos los recursos del tesoro que llevamos dentro ni de que esos recursos sean bendición para otros. ¡Tenemos que consentir en romper el vaso de barro!
UN TESORO QUE NUNCA SE ACABA
Los tres últimos versículos de este capítulo nos hablan de la verdadera riqueza que adquirimos en el ejercicio de estar unidos a Cristo en su muerte y dar libertad a su vida. ¡Esto nunca nos empobrece! Cuanto más nos rompemos y el tesoro enriquece a otros, más nos enriquecemos nosotros también.
“Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día” 2ª Corintios 4:16
Para todos es inevitable que “el hombre exterior” se desgaste, lo notamos cuando vemos a una persona, un hermano después de varios años, pero ¿y el interior? ¿Notamos crecimiento, madurez? ¿Vemos que se ha renovado? ¿Y eso de renovarse de día en día? La vida del Señor es siempre joven y fresca ¡no envejece! Su amor, su ternura, su paciencia, todo es como el primer día. Es esta clase de vida la que disfrutamos a cambio de llevar su muerte en nuestros cuerpos.
“Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria;” 2ª Corintios 4:17
Cualquier tribulación por la que tengamos que pasar siempre será “leve y momentánea” en comparación con “el cada vez más excelente y eterno peso de gloria” que experimentaremos al estar “siempre entregados a muerte” ¡El tesoro será más grande cada vez! Cristo más formado en nosotros; Dios nos guiará día a día a lo que Él mismo ha preparado de antemano para nosotros, y Su presencia nos consolará. Sentiremos que estamos en su voluntad y tendremos una paz que nos llena en los momentos más difíciles.
“No mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas.” 2ª Corintios 4:18
Tenemos mucho de Tomás y nos gusta ver y tocar, pero estas cosas son para la fe, fe en la Palabra de Dios, en lo que Él nos dice ahí, miramos el barro y nos quedamos impresionados, hay barro con buena apariencia, como la cerámica de Talavera ¡y no vemos más allá en muchas ocasiones! Pero ¿y el tesoro? ¿Lo vemos? ¿Vemos su valor? Tenemos que aprender a “mirar lo que no se ve”.
MIRANDO LAS COSAS QUE NO SE VEN
Nos ayuda a esto el pasar tiempo con el Señor a solas, a ser posible cada día. No venimos delante de Él con muchas peticiones, sino a que nos muestre lo que somos y dónde estamos ¡Aunque esto nos asuste a veces! No dudemos en contarle como nos vemos y nos sentimos. Él nos conoce y nos comprende. Que nos haga ver estas cosas invisibles para el barro, pero que se hacen visibles en su compañía para nuestro espíritu. Después de media hora ¡muchas cosas han cambiado! Cuantas pequeñas o grandes tempestades en el mar de nuestra vida han sido calmadas. Ahí, en su presencia, surgen peticiones de otra manera, con otra paz, sin atropellarnos. La vida es complicada y fácilmente nos olvidamos hoy de lo que aprendimos ayer, necesitamos el sosiego que podemos adquirir en su presencia.
Tampoco venimos a esa comunión para comprar algo, su favor o su gracia, porque todo eso lo pagó Cristo en la cruz. Ahí aprendemos que todo viene de Él y que está gustoso de dárnoslo. Nuestra fe sale fortalecida y enriquecida al cultivar esa relación con el Padre. Hace unos años editaron el libro de los Salmos con el título: “Dialogando con Dios”, esto expresa muy bien lo que debe ser ese tiempo de oración al que me refiero. Dios es un Dios vivo y quiere relacionarse con nosotros en un diálogo, no en un monólogo como hacemos muchas veces.
Tampoco tenemos que llenar ese tiempo diciendo cosas, puede haber momentos de silencio en los que esperamos una respuesta, o dirección en la oración, algo en lo que no hemos pensado y que el Señor nos puede indicar. También le hacemos preguntas al Señor que nos muestre algo para orar o hacer, en lo que nosotros no habíamos considerado, algo que quiere decirnos o enseñarnos.
Cuando nos predicaron el evangelio hablándonos de Jesucristo como el Salvador del mundo, y su amor nos enterneció, y arrepentidos abrimos nuestro corazón para que Él entrara, Dios hizo de nosotros una nueva creación. Igual que “al Principio Él mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz” así su presencia en nosotros es nada menos que “el resplandor de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo” que alumbra las tinieblas de nuestros corazones. Este resplandor ilumina el conocimiento de la realidad de la potencia de Cristo viviendo en nuestras vidas. ¡Cristo vive en mí! Esto es una realidad desde ese momento que nadie puede quitar ni cambiar, ¡Él es el tesoro! y nosotros somos los recipientes, el vaso de barro.
Este es un contraste y fuerte con el que hemos de saber convivir y tratar, aunque no es fácil ¿Cuál es el valor del barro? Si encontráramos un puchero con un tesoro dentro ¿Qué valor daríamos al recipiente? ¿No lo haríamos pedazos para recoger el oro? En nosotros vemos el valor del tesoro que llevamos dentro y el poco valor del recipiente que lo contiene. Hasta el punto que muchas veces quedamos desorientados y dudamos si de verdad tenemos tal tesoro dentro de nosotros obsesionados por el poco valor del barro que somos.
El barro es figura de Adán y sus descendientes, nos dice la Palabra que “Dios hizo al hombre del polvo de la tierra” Génesis 2:7. Así que la Gloria del Cielo está envuelta en nosotros por la naturaleza humana con todas sus limitaciones y complicaciones, con sus debilidades y miserias.
Aunque ya hemos oído que Dios ha tratado con nuestra vieja naturaleza (el barro) en la cruz, de tal manera que cuando Cristo murió, nosotros morimos con El, para librarnos del dominio del pecado; lo cual describe el apóstol ordenadamente en los capítulos 5 al 8 de Romanos. En este pasaje que estamos considerando, Pablo trata otros aspectos del barro que no tienen que ver con el pecado en sí, sino con nuestra limitaciones humanas, que se hacen patentes cuando enfrentamos situaciones que nos desbordan como son las tribulaciones, amarguras, sinsabores, los apuros, las persecuciones, los agotamientos, las enfermedades, etc. Leamos los versículos 8 y 9:
“Que estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; Derribados, pero no destruidos;” 2ª Corintios 4:8-9
¿Quién no pasa por estas cosas? ¿Quién no las experimenta? ¡Cuánto presumimos cuando somos jóvenes! Nos parece que podemos comernos el mundo, pero la vida nos va enseñando que no somos tan fuertes como creemos, y así nos pasa en la vida cristiana, inevitablemente llegan los momentos de debilidad, nos damos cuenta que nuestras fuerzas son insuficientes, que no llegamos a las metas que nos proponemos, nos desbordan los retos que la vida nos plantea. Estamos experimentando la incapacidad del barro que somos, ¿Qué hacemos entonces? ¿Nos desanimamos? ¿Nos damos por vencidos? ¿Nos rendimos? ¿Tiramos la toalla? ¿Pensamos que no hay más? ¿Escondemos la cabeza? En los versículos de arriba el apóstol también experimenta estas facetas del barro, pero habla también de recursos que le sostienen. ¡Sí! Atribulados en todo, mas no angustiados. ¡Sí! No le faltaban los apuros, pero tampoco faltaba la esperanza. Perseguidos, pero no sin amparo. Derribados, caídos, pero no aniquilados ni destruidos.
No cabe duda que nos está hablando de recursos celestiales, de la manifestación del tesoro que contiene el barro y ¡Es que esa es la enseñanza que quiere comunicarnos! Tenemos dentro de nosotros la vida de Cristo mismo, no solo para darnos victoria sobre el pecado, sino también para darnos poder en nuestra debilidad. ¿Pero cómo? De la misma manera que nos consideramos muertos con Cristo en la cuestión del pecado, así nos consideramos muertos con Él en el aspecto de la debilidad humana, las limitaciones de cada día y sus achaques. Leamos cómo lo expresa:
“llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos. Porque nosotros que vivimos, siempre estamos entregados a muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. De manera que la muerte actúa en nosotros, y en vosotros la vida.” 2ª Corintios 4:10-12
EL TESORO MANIFESTADO
¡La vida de Jesús manifestada en nuestros cuerpos! ¡En estos vasos de barro! Pero para que eso sea posible es necesario que el barro se rompa, ¿Y cómo se rompe? Con nuestra muerte con Cristo. Pablo dice que para que la vida de Jesús se manifieste en su cuerpo, lleva en ese mismo cuerpo la muerte de Jesús. No hay vida sin muerte, Dios nos dice en su palabra que cuando Cristo murió, nosotros morimos con Él, y que cuando Él resucitó, nosotros también resucitamos juntamente con Cristo.
“Llevando en el cuerpo” Pablo conocía muy bien esta doctrina, la expone magistralmente en Romanos: La Santificación es que Cristo sea formado en nuestros corazones, que Cristo sea nuestra vida, y nos enseña también la necesidad de morir para vivir. Pero sus palabras que comienzan este párrafo nos hacen pensar que para él, esto es más que una doctrina, algo más que pensamientos correctos bien colocados en alguna parte de su cabeza, en algún rincón de su memoria. ¡Llevaba la muerte de Cristo en su cuerpo! Había profundizado, había crecido tanto en su identificación con el Cristo crucificado, hasta el punto que todo su ser, incluido su cuerpo, llevaba impreso la muerte de Jesús, sentía y experimentaba esa muerte desde los pies a la cabeza. De esta manera la vida celestial de Jesús se manifestaba también en su cuerpo.
Hemos hablado del puchero de barro que contiene un tesoro, pero que mientras no se rompe no podemos ver ese tesoro, si sólo lo rompemos un poquito, veremos algo del tesoro, pero poco, en la medida que rompemos más el recipiente, más se ve el contenido; así Pablo quiere llevar esa muerte de Cristo en su cuerpo hasta el punto que sólo se le vea a Él, como algunos hermanos han dicho comentando este pasaje: “A más de nuestra muerte con Cristo, más de Su Vida en nosotros.”
“Llevando en el cuerpo siempre” He marcado la palabra siempre porque quiero hacer notar que no era para el apóstol algo que hacía en momentos puntuales, en reuniones especiales cuando hay “que parecer espiritual” y dar buena impresión a los que nos van a ver y a oír. Tampoco cuando las cosas le iban bien y Dios había respondido a oraciones que había hecho. O cuando las cosas le iban mal y no tenía otra salida. Independientemente de la situación que viviera, su prioridad era vivir unido a Cristo en su muerte y llevar esa muerte siempre con él para que la vida de Cristo también estuviera con él siempre.
“Llevando en el cuerpo siempre por todas partes” Tampoco limitaba esta realidad a lugares concretos o especiales, como el local de reuniones o comidas con hermanos, o campamentos o retiros espirituales. Fuera por donde fuera y estuviera donde estuviera, lo más importante era llevar en el cuerpo esa muerte, para que también la vida de Jesús se manifestara en él y a través de él. ¡Qué fantástico! Cristo mismo en nosotros ¿Alguna vez hemos soñado algo semejante? Decimos a la gente cuando les damos testimonio: “Tengo un tesoro dentro de mí” Pero ¿Por qué no dejamos que le vean?. Mientras el puchero no se rompe, sólo ven el barro.
ENTREGADOS A MUERTE
“Porque nosotros que vivimos, siempre estamos entregados a muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. De manera que la muerte actúa en nosotros, y en vosotros la vida”. 2ª Corintios 4:10-12
En los versículos anteriores el apóstol abunda más en el mismo pensamiento pero usa una palabra en la que nos vamos a fijar, esta es: “entregados”. En círculos cristianos se usa bastante al hablar de una persona “entregada” al Señor, de un creyente también entregado a la obra, o a la iglesia. Nos llaman la atención estas personas por su trabajo y esfuerzo, y quisiéramos ver a muchos como ellos en las congregaciones. Pero aquí nos habla de entrega a la muerte, a esa unión con Cristo en su muerte, para que la vida celestial del Hijo de Dios se manifieste en nuestra carne mortal. Pienso que es la meta más alta a la que puede apuntar cualquier creyente. Es también la más difícil, la más escondida. Poco se conoce y se habla de ello. Pero ¡ahí está! ¿Se puede comparar mi vida con la de Cristo? ¿El puchero de barro con el tesoro?
No quiero dejar la impresión que menosprecio lo que tanto valor tiene para Dios, que dio a su Hijo Unigénito para salvarnos. Somos importantes y valiosos para Él, nos salvó a un precio muy alto y nos ha honrado depositando en nosotros la vida de su Hijo. Pero su proyecto es que esa nueva vida se desarrolle, en esto hay esperanza, en nosotros mismos no la hay. Sólo la vida del Hijo de Dios manifestada en nuestra carne mortal proveerá recursos para vivir más allá de nuestras limitaciones e impactará a los que nos vean y convivan con nosotros, y lo hará en lo más profundo de su ser.
¡Qué precioso es el vers. 12! Nos da idea de lo que estamos diciendo:
“De manera que la muerte actúa en nosotros, y en vosotros la vida”.
¡Qué seguros y confiados nos sentiríamos si encontráramos un tesoro como el que ilustra este escrito! Nos sentiríamos apoyados en cualquier necesidad, emprenderíamos compras y viajes más allá de lo habitual y normal, tendríamos acceso a cosas que no habíamos soñado antes, podríamos ayudar a otras personas con esas riquezas; pero volvemos a reconocer que todo esto no sería posible hasta que no rompiéramos el barro que lo encierra.
Es posible que nos parezca penoso eso de “llevar en nuestro cuerpo la muerte de Jesús, siempre y por todas partes” Que sintamos que es duro eso de “estar siempre entregados a muerte por causa de Jesús”, pero no hay otra forma de que la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos, en nuestras vidas, y esta Vida nos proporciona recursos para alcanzar imposibles, nos sostiene cuando nuestras fuerzas se han acabado, nos consuela en esos momentos duros y difíciles por los que atravesamos en la vida. No hay otra forma de que “la vida actúe en otros” sino que “en nosotros actúe la muerte”. No existe otra manera de que experimentemos los recursos del tesoro que llevamos dentro ni de que esos recursos sean bendición para otros. ¡Tenemos que consentir en romper el vaso de barro!
UN TESORO QUE NUNCA SE ACABA
Los tres últimos versículos de este capítulo nos hablan de la verdadera riqueza que adquirimos en el ejercicio de estar unidos a Cristo en su muerte y dar libertad a su vida. ¡Esto nunca nos empobrece! Cuanto más nos rompemos y el tesoro enriquece a otros, más nos enriquecemos nosotros también.
“Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día” 2ª Corintios 4:16
Para todos es inevitable que “el hombre exterior” se desgaste, lo notamos cuando vemos a una persona, un hermano después de varios años, pero ¿y el interior? ¿Notamos crecimiento, madurez? ¿Vemos que se ha renovado? ¿Y eso de renovarse de día en día? La vida del Señor es siempre joven y fresca ¡no envejece! Su amor, su ternura, su paciencia, todo es como el primer día. Es esta clase de vida la que disfrutamos a cambio de llevar su muerte en nuestros cuerpos.
“Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria;” 2ª Corintios 4:17
Cualquier tribulación por la que tengamos que pasar siempre será “leve y momentánea” en comparación con “el cada vez más excelente y eterno peso de gloria” que experimentaremos al estar “siempre entregados a muerte” ¡El tesoro será más grande cada vez! Cristo más formado en nosotros; Dios nos guiará día a día a lo que Él mismo ha preparado de antemano para nosotros, y Su presencia nos consolará. Sentiremos que estamos en su voluntad y tendremos una paz que nos llena en los momentos más difíciles.
“No mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas.” 2ª Corintios 4:18
Tenemos mucho de Tomás y nos gusta ver y tocar, pero estas cosas son para la fe, fe en la Palabra de Dios, en lo que Él nos dice ahí, miramos el barro y nos quedamos impresionados, hay barro con buena apariencia, como la cerámica de Talavera ¡y no vemos más allá en muchas ocasiones! Pero ¿y el tesoro? ¿Lo vemos? ¿Vemos su valor? Tenemos que aprender a “mirar lo que no se ve”.
MIRANDO LAS COSAS QUE NO SE VEN
Nos ayuda a esto el pasar tiempo con el Señor a solas, a ser posible cada día. No venimos delante de Él con muchas peticiones, sino a que nos muestre lo que somos y dónde estamos ¡Aunque esto nos asuste a veces! No dudemos en contarle como nos vemos y nos sentimos. Él nos conoce y nos comprende. Que nos haga ver estas cosas invisibles para el barro, pero que se hacen visibles en su compañía para nuestro espíritu. Después de media hora ¡muchas cosas han cambiado! Cuantas pequeñas o grandes tempestades en el mar de nuestra vida han sido calmadas. Ahí, en su presencia, surgen peticiones de otra manera, con otra paz, sin atropellarnos. La vida es complicada y fácilmente nos olvidamos hoy de lo que aprendimos ayer, necesitamos el sosiego que podemos adquirir en su presencia.
Tampoco venimos a esa comunión para comprar algo, su favor o su gracia, porque todo eso lo pagó Cristo en la cruz. Ahí aprendemos que todo viene de Él y que está gustoso de dárnoslo. Nuestra fe sale fortalecida y enriquecida al cultivar esa relación con el Padre. Hace unos años editaron el libro de los Salmos con el título: “Dialogando con Dios”, esto expresa muy bien lo que debe ser ese tiempo de oración al que me refiero. Dios es un Dios vivo y quiere relacionarse con nosotros en un diálogo, no en un monólogo como hacemos muchas veces.
Tampoco tenemos que llenar ese tiempo diciendo cosas, puede haber momentos de silencio en los que esperamos una respuesta, o dirección en la oración, algo en lo que no hemos pensado y que el Señor nos puede indicar. También le hacemos preguntas al Señor que nos muestre algo para orar o hacer, en lo que nosotros no habíamos considerado, algo que quiere decirnos o enseñarnos.
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