«Acuérdate de Jesucristo, del linaje de David, resucitado de los muertos conforme a mi evangelio» (2 Timoteo 2:8).
Cuando Pablo le dice: «Acuérdate de Jesucristo», no creo que fuera porque Timoteo se haya estado desviando de la senda o porque tuviera una conducta no adecuada. Más bien, es la secuencia de consejos que el apóstol le menciona y le recuerda, por ejemplo en la 1ª carta, capítulo uno: «Guarda la sana doctrina», tener «una fe no fingida», pureza, una conciencia sana; la ignorancia de la palabra que tienen algunos, «el propósito de la ley (para quién fue dada); habla de su testimonio personal, le recomienda que trabaje en el Señor manteniendo la fe. En el capítulo dos, le instruye sobre la oración (por quiénes se debe orar), le habla del plan salvador de Cristo (para qué vino). ¿Por qué le habla de algo tan básico para un joven evangelista como Timoteo? Luego, cómo deben conducirse las mujeres cristianas. En el capítulo tres, habla de los requisitos de los obispos y diáconos. En el capítulo cuatro, de la apostasía, que la Palabra es la que nos purifica, nos limpia y santifica; los deberes de un buen ministro, del pelear la buena batalla. En conclusión, en la primera carta Pablo revela una seria preocupación por dotar a la iglesia de normas de vida y conducta.
En la 2ª carta, Pablo estaba en su segundo encarcelamiento, en Roma (encadenado – así lo hacían con los malhechores). Él preveía una cercana ejecución, pero a pesar de su difícil situación personal, su principal preocupación era la iglesia y algunos malos comportamientos de creyentes. Hay una exhortación constante a su «amado hijo Timoteo» a mantenerse fiel y a no avergonzarse de ser testigo de él.
En esta carta le recomienda que anuncie con diligencia el evangelio, que amoneste con prudencia a los creyentes, que corrija con humildad, que esté dispuesto a sufrir. Le previene contra conductas desviadas que algún día podrían llegar a introducirse en la iglesia (3:15). Creo que ya estamos en esos tiempos peligrosos de que habla aquí: apariencia de piedad, hombres corruptos de entendimiento que apartarán a los incautos de la verdad.
En conclusión, esas son las cosas en que debía acordarse de Jesucristo: sus enseñanzas, su vida, su negación, sus padecimientos, su propósito salvador, el mandato de predicar de él, el no tener miedo a sufrir a causa de servirlo, y cómo debe ser todo lo que se hace en la casa de Dios. Eso era lo que constantemente Timoteo debía recordar, traer a la memoria.
La carga de un padre por su hijo
Se dice que Pablo y Timoteo se conocían desde hacía más de quince años. En las dos cartas mezcla cosas básicas tales como recordarle cómo se convirtió, la fe de su abuela y madre, y también cosas muy serias como advertirle acerca de los que engañan a algunos hermanos con falsas creencias.
Me da la sensación que a Pablo, al verse cerca de morir, le da mucha ansiedad por traspasar y recalcar lo que él mismo le había hablado tantas veces. Vuelvo al mismo ejemplo: un padre que se encuentra muy enfermo y sabe que va a morir y le aconseja desesperadamente a su hijo: «Hijo, no te olvides de lo que te enseñé … recuerda lo que hablamos … cuidado con esto ... acuérdate de aquello…»
Calvino dijo, refiriéndose a estas dos cartas: «Fueron escritas, no con tinta, sino con la misma sangre de Pablo». Había una misión que debía ser traspasada. Moisés se la traspasó a Josué, Cristo a los apóstoles, Pablo a Timoteo. Este último mandato fue dado hace más de 1900 años, pero hasta hoy se predica, se recuerda. Ya no es Pablo a Timoteo, es el mismo Señor Jesucristo que nos lo está diciendo: «Acuérdate de mí ... acuérdate para qué te llamé ... acuérdate para qué te salvé ... acuérdate para qué di mi vida por ti ... acuérdate que te puse nombre; mía eres tú».
Todas las hijas de Dios, grandes y pequeñas, estamos llamadas a servir en su casa como este joven Timoteo. No es sólo para algunas. Si has creído en el Señor debes responder a este llamado. «Pero, ¿en qué serviré?», puede ser tu pregunta. Dios es el que abre las puertas. Sólo tienes que disponerte a hacer lo que él quiere que hagas. Por ejemplo, orar es un mandato, predicar, amar y sujetarnos a nuestros esposos; amar a nuestros hijos, visitar a los enfermos y a los que están privados de su libertad.
Pero todo servicio, por grande o pequeño que parezca a tus ojos, debe ser realizado como aconseja Pablo a Timoteo: con una conciencia limpia, sana, pura (eso lo hace la Palabra), con una fe no fingida, un corazón limpio (eso lo hace el Espíritu Santo de Dios que vino a morar en nosotras), con piedad y santidad. Nuestro anhelo y oración debe ser no sólo ser usadas por él, sino ser aprobadas en él. El Señor quiere toda nuestra vida para él; no sólo una parte. Él no pide mucho ... él lo pide todo.
Mujeres conforme al corazón de Dios
La santidad en estos tiempos es muy dificil, porque todo este mundo y su sistema nos bombardea por todos lados, y llama a lo bueno malo y a lo malo bueno. Hemos sido llamadas a ser santas porque él es santo, y sin santidad nadie verá al Señor.
Como madres tenemos la obligación de formar, no de «deformar» a nuestros hijos. Porque lo que tú no le enseñes como madre, Dios, que es su Padre, se lo va a enseñar, y seguramente lo va a aprender, pero con lágrimas. Porque cuando uno llega a Dios, a veces, llega muy mal formado, entonces él empieza a tratar directamente con uno, y el quebrantamiento duele, ¡y cuánto cuesta cambiar hábitos, formas de pensar y de actuar!
En la Biblia hay muchos ejemplos de madres que cumplieron con ese llamado, y sus hijos mostraron los frutos. Timoteo, Samuel, David, Moisés, Juan el Bautista. En la Biblia hay muchos que comenzaron desde pequeños a entender la perfecta voluntad de Dios. Ellos no tenían nada de especial o sobrenatural que los diferencie de nuestros hijos. La diferencia, creo yo, la marcaron sus madres.
Para ellos no fue fácil mantenerse santos, porque siempre abundó el pecado, y el diablo siempre ha tenido la misma misión: robar, matar y destruir; pero su mente y corazón estaban guardados para Dios.
Ellos tuvieron una decisión. Y ese mismo compromiso es el que nosotras debemos tomar cada día: el de vivir como cristianas santas, hoy. Ser mujeres conforme al corazón de Dios, que no se conforman con este mundo y su sistema. Mujeres valientes, que llaman pecado a lo que es pecado.
Estamos llamadas a esperar su venida en santidad, como la novia que anhela la llegada de su Amado. Él nos sigue llamando con amor, su Santo Espíritu nos anhela celosamente para él y nos hace acordarnos de Jesucristo.
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