Quiero compartir con ustedes la historia de Carmen. Ella es una mujer que conocí hace un par de años y que impactó mi vida.Carmen fue desde niña muy sufrida. Su padre era alcohólico. Cada vez que llegaba pasado de tragos, golpeaba a su mamá de manera muy violenta. Ella era la menor de cinco hermanos; dos varones y dos mujeres. Desde niña soportó vivir en un ambiente de “machos: todo era por los hombres y para los hombres”. Tristemente también ella y sus hermanas fueron víctimas de agresión por parte de su papá y de sus hermanos.De adolescente, lloró y suplicó para que le permitieran estudiar. En su casa, las mujeres tenían exclusividad para las labores del hogar. Su padre y sus hermanos consideraban que ella no era capaz de estudiar, no le veían sentido; “para limpiar y para cocinar no se necesitaba mayor preparación”. Gracias a sus súplicas y a su persistencia, logró graduarse de la secundaria. La historia se repitió cuando anunció que deseaba seguir con estudios universitarios. Eso era todavía más irracional, si ya el mandarla a la secundaria había sido un regalo, ¿para qué pedía más?Logró sacar algunos cursos en administración y contaduría. Encontró trabajo en una pequeña empresa. Años después conoció al que sería su esposo y se casó. Depositó en este nuevo proyecto de vida todas sus ilusiones. El simple hecho de salir de su casa ya era un regalo. Soñó con su casa, con sus hijos, con una vida de pareja, con ser cuidada y querida….Poco tiempo después de casada y estando embarazada de su primera hija descubre que se había casado con el “clon de su papá”: un hombre vicioso y violento. Sufrió maltratos físicos y emocionales por varios años, maltratos que empezaron a presenciar sus dos pequeñas. El dolor de su pasado se conjugó con su dolor actual: ¿porqué a mi? ¿lo que tanto critiqué en mi mamá ahora me toca vivirlo a mi? ¿yo no quería esto para mi y para mis hijos?Esta es la parte a la que quiero llegar y quizás lo que más me estremece cuando pienso en Carmen…. RESILIENCIA!!!!!!Aún y cuando su historia de vida la predisponía a terminar siguiendo el patrón de familia con el que creció; aún y cuando no tuvo ayuda ni soporte emocional por parte de familia (ellos estaban peor que ella); aún y cuando todo apuntaba a que iba a ser tan miserable como había sido su mamá, su abuela, sus hermanas…. Aún contra todos los pronósticos, Carmen logró salir adelante.En su familia, no eran asiduos a la religión. Su padre se había declarada ateo y por ende les hizo creer que ellos también lo eran. Carmen decidió un día buscar de Dios. No era alguien conocido para ella, “ de oídas le había oído”. La necesidad la llevó a buscarle. Empezó a asistir a una iglesia. Ese lugar le daba paz. Las predicas le daban esperanzas, de pronto sentía un alegría en su corazón; era el gozo del Espíritu Santo de DiosSin saber mucho, pensó que también necesitaba ayuda para sus emociones y para sus hijos. Buscó ayuda psicológica. Semana tras semana hacía el esfuerzo por asistir. La terapia le ayudó a sacar sus emociones: aprendió a decir que estaba enojada sin sentirse culpable. Empezó a poner límites a los demás; entre estos, su esposo y sus hijas. Aprendió a darse permiso de sentirse triste; después de todo tenía ese derecho, había sufrido mucho desde niña y nunca pudo expresarlo con nadie; más bien se había vuelto una mujer defensiva y ensimismada. Aprendió maneras adecuadas para comunicarse con sus hijas; su motivación era que no quería repetir con ellos los patrones que ella traía ya incorporados.Poco después empezó a hacer cosas por ella. Sacaba el rato para practicar el autocuidado físico; iba al salón de belleza, se compraba ropa sintiendo más gusto, hasta inició un programa para bajar de peso. También empezó a cultivar el gusto por la lectura. Nunca había podido hacerlo porque ni eso era capaz de regalarse; de niña le habían enseñado que el tiempo había que aprovecharlo limpiando, cocinando o trabajando. Ella siempre había sentido un gusto particular por la lectura y aunque tenía pocos ratos libres, sacaba el tiempo para hacer pequeñas lecturas; sin embargo no lo podía disfrutar, se sentía culpable de “perder el tiempo”.En su trabajo empezó a ser más productiva. Había también aprendido que era necesario que se comunicara con sus empleados. Simplemente dejó que ellos empezaran a acercarse a ella.Con sus hijas se propuso pasar tiempo de calidad. Sacaba un rato para llevarlas a practicar alguna disciplina que les gustara: ballet, natación. Salían juntas una vez por la semana a comer un helado. Trataba de acostarse junto a ellas en la noche a conversar por unos minutos, luego las arropaba y oraba por ellas.No puedo decirles que Carmen superó todos sus traumas de infancia: aún tiene que lidiar con sentimientos de tristeza que de vez en cuando le llegan, aún trabaja en poder perdonar por todo lo que sufrió; elabora sus duelos por las pérdidas que ha tenido: la pérdida de su infancia, la pérdida de su plan de vida. Elabora también qué pasará con su matrimonio… hay pasos que hay que darlos con suma cautela.Ha empezado a trabajar que no debe tomar decisiones solo porque debe decidir…. Sino porque quiere hacerlo. Ha podido comprender que para perdonar es necesario primero darse el permiso de enojarse ¿cómo? Sí, tenía todo el derecho de enojarse, porque de niña no debió haber vivido la agresión de su familia y de adulta la de su esposo.En fin, la historia de Carmen tal ves se le haga familiar, después de todo, muchos hemos tenido que sobreponernos a traumas e historias dolorosas. Piense en personas que no hayan vivido situaciones dolorosas….. muchas!. Pero, ahora piense en personas que se han sobrepuesto a estas experiencias dolorosas….. La solución no está en consumirse en la red de la autocompasión o en la depresión. Ante todo, sepa que usted tiene una fuerza interior, pero esa fuerza interior no se activa por sí sola, usted tiene que hacerlo con su voluntad. Aún en la crisis más dura, Dios nos puede dar el soporte, pero hace falta que usted también de pasitos; no tiene que correr, solo intentar mantenerse de pie; luego podrá empezar a caminar. …
sábado, 29 de noviembre de 2008
viernes, 28 de noviembre de 2008
UNA PRUEBA DE LEALTAD
ALGUNAS RAZONES PARA LA TENTACION
Como es de esperarse, Dios tiene un propósito para permitir que seamos tentados. No podemos decir que amamos a alguien hasta que hayamos hecho algunas decisiones difíciles a u favor. De la misma manera, no podemos decir que amamos a Dios a menos que les hayamos dicho NO a las tentaciones insistentes.
Tomemos a Abraham como ejemplo:
Dios le pidió que sacrificara a su hijo predilecto. El fue fuertemente tentado decir NO a Dios. Mientras el construía el altar, seguro pensó en numerosas razones para desobedecer a Dios; Isaac representaba el cumplimiento de la promesa de Dios; ara nunca lo comprendería. ¿Como podría un Dios misericordioso pedir que un hombre sacrificara a su amado hijo?
Por supuesto Ud. Ya sabes como termino la historia: Abraham pasó la prueba; el ángel del Señor lo detuvo de matar a su hijo. Observemos la evaluación de Dios….”Y dijo: No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada; porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único. (Gen. 22:12).
¿Como sabemos que Abraham amaba a Dios?, por que decidió decirle SI a Dios, cuando todos los poderes del infierno, y las pasiones de su alma querían gritar que NO. Esta feroz tentación le dio a Abraham la oportunidad de probar su amor hacia el Altísimo.
En situaciones de nuestras vidas, muchas veces no podemos resistir a las tentaciones, del alcohol, que a veces son tentados por los mismos amigos, para recaer en su antiguo hábito, o de jóvenes que tienen vidas erróneas, ¿Por que Dios no nos aleja de estas circunstancias? El nos permite el lujo de tomar decisiones difíciles, para que podamos probar nuestro amor hacia EL. Estas son nuestras oportunidades de escoger a Dios.
¿Ama Ud. a Dios? Me alegra que haya contestado que SI. Pero ¿Que sucede cuando Ud. es confrontado en una situación difícil, como la de si debe satisfacer sus pasiones o controlarlas? Nuestra respuesta a la tentación es un indicador exacto de nuestro amor a Dios. Uno de los primeros pasos para enfrentarse a la tentación es verla como una oportunidad de probar nuestra lealtad. Si amamos al mundo, el amor del Padre no esta en nosotros...” No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él.”(1 Juan 2:15). Cada tentación nos deja mejor o peor; la neutralidad es imposible.
Por eso Dios no extermina al diablo. Es cierto que la presencia en el mundo de los espíritus malignos dificulta más nuestras decisiones. Pero piense en lo que estas decisiones difíciles significan para Dios. Demostramos nuestro Amor a Dios cuando le decimos SI a EL, aunque parezca que el canon este apuntando hacia nosotros.
Lo importante es definir si preferimos los placeres del mundo o los que vienen de Dios. Las oportunidades que nos acechan para hacernos pecar, la naturaleza pecaminosa que poseemos y las fuerzas demoníacas a nuestro alrededor nos ofrecen numerosas oportunidades para contestar esa pregunta.
Haga un inventario de su vida preguntándose:
¿Cual es mi tentación más persistente?
¿Por que me es tan difícil decir NO a esta tentación y SI a DIOS?
Separa un tiempo de oración, para aquella tentación especial que no ha podido vencer. Pida sabiduría de Dios.
Mis herman@s les comparto estos estudios, que son tres(3), y que sean de edificacion para sus vidas. Que el Amor de mi Padre permanezca en cada unos de ustedes los que conforman esta casita. Dios tiene un proposito, para cada uno de nosotros.
!!!!!!!!!!!!!!!!SONRIE CRISTO TE AMA!!!!!!!!!!!!!!!!
Como es de esperarse, Dios tiene un propósito para permitir que seamos tentados. No podemos decir que amamos a alguien hasta que hayamos hecho algunas decisiones difíciles a u favor. De la misma manera, no podemos decir que amamos a Dios a menos que les hayamos dicho NO a las tentaciones insistentes.
Tomemos a Abraham como ejemplo:
Dios le pidió que sacrificara a su hijo predilecto. El fue fuertemente tentado decir NO a Dios. Mientras el construía el altar, seguro pensó en numerosas razones para desobedecer a Dios; Isaac representaba el cumplimiento de la promesa de Dios; ara nunca lo comprendería. ¿Como podría un Dios misericordioso pedir que un hombre sacrificara a su amado hijo?
Por supuesto Ud. Ya sabes como termino la historia: Abraham pasó la prueba; el ángel del Señor lo detuvo de matar a su hijo. Observemos la evaluación de Dios….”Y dijo: No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada; porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único. (Gen. 22:12).
¿Como sabemos que Abraham amaba a Dios?, por que decidió decirle SI a Dios, cuando todos los poderes del infierno, y las pasiones de su alma querían gritar que NO. Esta feroz tentación le dio a Abraham la oportunidad de probar su amor hacia el Altísimo.
En situaciones de nuestras vidas, muchas veces no podemos resistir a las tentaciones, del alcohol, que a veces son tentados por los mismos amigos, para recaer en su antiguo hábito, o de jóvenes que tienen vidas erróneas, ¿Por que Dios no nos aleja de estas circunstancias? El nos permite el lujo de tomar decisiones difíciles, para que podamos probar nuestro amor hacia EL. Estas son nuestras oportunidades de escoger a Dios.
¿Ama Ud. a Dios? Me alegra que haya contestado que SI. Pero ¿Que sucede cuando Ud. es confrontado en una situación difícil, como la de si debe satisfacer sus pasiones o controlarlas? Nuestra respuesta a la tentación es un indicador exacto de nuestro amor a Dios. Uno de los primeros pasos para enfrentarse a la tentación es verla como una oportunidad de probar nuestra lealtad. Si amamos al mundo, el amor del Padre no esta en nosotros...” No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él.”(1 Juan 2:15). Cada tentación nos deja mejor o peor; la neutralidad es imposible.
Por eso Dios no extermina al diablo. Es cierto que la presencia en el mundo de los espíritus malignos dificulta más nuestras decisiones. Pero piense en lo que estas decisiones difíciles significan para Dios. Demostramos nuestro Amor a Dios cuando le decimos SI a EL, aunque parezca que el canon este apuntando hacia nosotros.
Lo importante es definir si preferimos los placeres del mundo o los que vienen de Dios. Las oportunidades que nos acechan para hacernos pecar, la naturaleza pecaminosa que poseemos y las fuerzas demoníacas a nuestro alrededor nos ofrecen numerosas oportunidades para contestar esa pregunta.
Haga un inventario de su vida preguntándose:
¿Cual es mi tentación más persistente?
¿Por que me es tan difícil decir NO a esta tentación y SI a DIOS?
Separa un tiempo de oración, para aquella tentación especial que no ha podido vencer. Pida sabiduría de Dios.
Mis herman@s les comparto estos estudios, que son tres(3), y que sean de edificacion para sus vidas. Que el Amor de mi Padre permanezca en cada unos de ustedes los que conforman esta casita. Dios tiene un proposito, para cada uno de nosotros.
!!!!!!!!!!!!!!!!SONRIE CRISTO TE AMA!!!!!!!!!!!!!!!!
miércoles, 26 de noviembre de 2008
ME DIRIGERE POR EL CAMINO RECTO!!
Halló a Jacob en tierra de desierto, y en desierto horrible y yermo; lo trajo alrededor, lo instruyó, lo guardó a la niña de sus ojos” Sal 107:7..Cuál y como será el camino que me espera en este día?. Pasaré por sombras y angustias?.Mi pie caminará hoy por la candente arena de un desierto horrible y árido? No lo se. Solo se que necesito caminar en este día por fe y plenamente confiado en que el cuidado de Dios sobre Jacob se repetirá sobre mi vida en este día..A Jacob lo halló en tierra del desierto. Desierto horrible y yermo, si embargo Dios lo trajo alrededor, lo .instruyó y lo guardó como a la niña de su ojo. Sus promesas me recuerdan que como el águila que despierta su nidada, revolotea sobre sus pollos, extiende sus alas, los toma, los lleva sobre sus plumas; así lo hará el Señor conmigo hoy..El nos llevará y el nos guardará en este día...El Señor confortará mi alma, me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre. Y hoy, aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno; porque él estará conmigo; su vara y su cayado me infundirán aliento..El Señor me pastoreará siempre y en las sequías saciará mi alma y seré como huerto de riego y como manadero de aguas, cuyas aguas nunca faltan. Porque Dios es Dios eternamente y para siempre; él me .capitaneará hasta la muerte..Qué más puedo desear? Qué más puede anhelar mi alma?. De qué temeré hoy, si estoy seguro que él me guiará por el camino recto?.En quien más podré confiar?..Hoy no hay razón para que mi alma se angustie, ya que tomado de la mano con el Señor, el buen pastor nada podré temer.Cuando él nos lleva la seguridad nos invade y la fortaleza nos envuelve, porque de nada podremos dudar..El es el Señor de la eternidad. Hoy es un buen día para probar nuevamente su fidelidad y sabia dirección..Gracias Señor. En medio de los caminos tortuosos veré tu manera prodigiosa de conducirme. Como oveja de tu prado seré sabiamente dirigido. Hoy quiero caminar detrás de tus pisadas sin angustia, ni soledad, ni duda, porque cuando te sigo, el horizonte se abre y la esperanza crece dentro de mí. Cuantos hoy estarán abatidos porque no han aprendido a seguirte..Permíteme Señor no solamente seguirte, pero decirles a otros la hermosura de seguir tus pisadas y dejarnos .dirigir por su sabio pastoreo. Gracias por que en ti hay plenitud de gozo y hermosa dirección que nos lleva toma con firmeza y nos guiará y nos cuida como la niña de tu ojo. Gracias Padre. Amen..
martes, 25 de noviembre de 2008
VIVE EN LA PRESENCIA DE DIOS!!!
Cómo puedo vivir en la presencia de Dios? ¿Cómo puedo detectar su mano invisible sobre mi hombro y su voz inaudible en mi oído? … ¿Cómo podemos tú y yo familiarizarnos con la voz de Dios? He aquí algunas ideas:Entrégale a Dios tus primeros pensamientos de la mañana. Antes que enfrentes el día, preséntate ante el Padre. Antes que salgas de la cama, busca su presencia.Entrégale a Dios los pensamientos que tienes mientras esperas. Pasa tiempo con Él en silencio.Entrégale a Dios tus pensamientos susurrantes … Imagínate lo que sería considerar cada momento como tiempo potencial de comunión con Dios.Entrégale a Dios tus últimos pensamientos del día. Al término del día, deja descansar tu mente en Él. Concluye el día como lo comenzaste: conversando con Dios
lunes, 24 de noviembre de 2008
PEDACITOS DE CIELO!!
He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece. Filipenses 4:11-13.
Nada hay más poderoso a favor de la verdad y nada que una más el vínculo familiar que una atmosfera hogareña agradable y feliz.
Sé que todos tenemos ese sueño y todas vamos hacia allí; luchando, cayéndonos, levantándonos, equivocándonos otra vez y volviendo a comenzar. Pero siempre con el mejor deseo de que Jesús sea el centro y el todo de nuestro hogar.
Hemos escuchado muchas veces aquel ideal: Nuestros hogares pueden ser un pedacito de cielo aquí en la tierra. “¡Difícil tarea!”, diremos, o tal vez “¡Hacia allá vamos!” lo cierto es que ese pedacito de cielo tiene que ver directamente contigo, seas casada, soltera, madre o mujer sin hijos.
Para lograr ese máximo ideal, quiero mostrarte a continuación algunos secretos:
· Acepta los designios de Dios y sé feliz con lo que tienes. No te compares, no pienses en lo que te hace falta. Agradece a Dios por todo lo que te da a diario y por todo lo que te dará.
· Sé feliz. Tal vez tengas muchos problemas y no encuentres el porqué. Lo importante es que controles tu actitud, porque, a fin de cuentas, nadie ni nada puede obligarte a ser infeliz. ¡tú eliges como te vas a sentir!
· El esposo y padre es la cabeza del hogar. Cuando invertimos ese rol hay frustración y resentimiento; los hijos se confunden y la influencia sobre todos es negativa. Oren juntos y decidan en el nombre del Señor.
· Trátense los unos a los otros con cortesía. Si tratamos a los demás como reyes, seremos tratadas como reinas. Evitemos faltar al respeto en palabras o actos al cónyuge, a los hijos, a los hermanos y demás familiares.
· Permite que Dios sea el todo. “Aquellos para quienes Dios es lo primero, lo ultimo y lo mejor, son las personas mas felices de este mundo”. una vez que Jesús sea el todo, nuestra atmosfera hogareña será la luz y felicidad. Otros serán alcanzados y muchos participaran de sus bienes.
Dios te bendiga,
viernes, 21 de noviembre de 2008
CARTA DE DIOS PARA TI !!!
Puede ser que tú no me conozcas, pero Yo sé todo acerca de tí ... Salmos 139:1
Yo sé cuándo te sientas y cuándo te levantas ... Salmos 139:2
Todos tus caminos me son conocidos ... Salmos 139:3
Conozco cuántos cabellos hay en tu cabeza ... Mateo 10:30
Pues fuiste hecho/a a mi imagen ... Génesis 1:27
Te conocí desde antes que fueses concebido/a ... Jeremías 1:4-5
Te escogí cuando planifiqué la creación ... Efesios 1:11
Tú no fuiste un error; todos tus días están escritos en mi Libro ... Salmos 139:15-16
Fuiste hecho/a maravillosamente ... Salmos 139:1
Yo te formé en el vientre de tu madre ... Salmos 139:13
Te saqué de las entrañas de tu madre el día en que naciste ... Salmos 71:6
He sido mal presentado por los que no me conocen ... Juan 8:41-44
Yo no estoy lejos ni enojado; soy la completa expresión del amor, manifestado en mi Hijo, Jesús ... 1 Juan 4:9
Es mi deseo amarte, simplemente, porque fuiste creado para ser mi hijo/a y Yo ser tu Padre ... 1 Juan 3:1
Yo te ofrezco más de lo que tus padres te han dado o te darían jamás ... Mateo 7:11
Porque Yo soy el Padre perfecto ... Mateo 5:48
Toda buena dádiva que recibes procede de Mí ... Santiago 1:17
Yo soy tu Proveedor y suplo todas tus necesidades ... Mateo 6:31-33
Mi plan para tu futuro está lleno de esperanza ... Jeremías 29:11
Porque te amo con amor eterno ... Jeremías 31:3
Mis pensamientos hacia tí son incontables, como la arena del mar ... Salmos 139:17-18
Yo estoy en medio de tí y te salvaré; me gozaré sobre tí con alegría ... Sofonías 3:17
Nunca dejaré de hacerte bien ... Jeremías 32:40
Si oyes mi palabra y la guardas, serás mi especial tesoro ... Éxodo 19:5
Deseo plantarte con todo mi corazón y con toda mi alma ... Jeremías 32:41
Deseo mostrarte cosas grandes y maravillosas ... Jeremías 33:3
Si me buscas con todo el corazón, me encontrarás ... Deuteronomio 4:29
Deléitate en mí y Yo te concederé los deseos de tu corazón ... Salmos 37:4
Porque Yo soy el que pongo en tí el querer como el hacer ... Filipenses 2:13
Soy poderoso para hacer en tí mucho más de lo que tú te imaginas ... Efesios 3:20
Yo soy tu gran Consolador ... 2 Tesalonicenses 2:16-17
Soy el Padre que te consuela en todas tus tribulaciones ... Salmos 46:1
Yo estoy cerca de tí cuando tu corazón está quebrantado ... Salmos 34:18
Como el pastor carga a su oveja, Yo te he llevado cerca de mi corazón ... Isaías 40:11
Un día quitaré toda lágrima de tus ojos y todo el dolor que has sufrido en la tierra... Apoc. 21:4
Yo te amo tanto, que envié a mi Hijo, Jesús, para que tengas vida eterna ... Juan 3:16
Porque en Jesús es revelado mi amor por tí ... Romanos 5:8
Él es la representación exacta de mi ser ... Juan 14:7-9
Él vino a demostrarte que Yo estoy por tí, no contra tí ... Romanos 8:31
Y para decirte que no me acordaré más de tus pecados ... Hebreos 10:17
Jesús murió para que tú te reconciliaras conmigo ... Romanos 5:1
Su muerte fue la máxima expresión de mi amor por tí ... 1 Juan 4:10
Yo lo di todo por ganar tu amor ... Romanos 8:32
Ven a casa y celebraré la fiesta más grande que el cielo haya visto jamás ... Lucas 15:7
Yo siempre he sido y siempre seré .. Padre ... Mateo 6:9
Mi pregunta para tí es ... ¿Quieres ser mi hijo/a? ... Juan 1:12-13
Estoy con los brazos abiertos esperando por tí ... Lucas 15:20
Solo tienes que recibir a mi Hijo, Jesús, en tu corazón ... Juan 1:12
"Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios." Jn.1:12-13
jueves, 20 de noviembre de 2008
MARTA Y MARIA !!
Ellas son Marta y María, hermanas de Lázaro, el resucitado. Sus nombres aparecen en la Escritura asociados al Señor Jesús. Dos caracteres diferentes, dos ejemplos distintos, que son útiles para las hijas de Dios de todos los tiempos.
Veamos tres escenas en la vida de estas dos hermanas.
PRIMERA ESCENA (Lucas 10:38-42) m
El Señor Jesús va de camino, y es recibido por Marta en su casa. Marta, la mayor, como buena dueña de casa, se ocupa de atender al Señor y su compañía. Va y viene con bandejas, platos; ella todo lo dispone, ningún detalle se le escapa. En tanto, María, su hermana menor, "sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra". Para María no existe nadie más en ese momento en la sala: sólo Cristo. No tiene ojos ni oídos para nadie más ¿quién podría impedirle estar allí a sus pies oyéndole? ¿No había oído hablar tanto de Él? Pues, ahora lo tenía allí mismo, en su casa, ¿cómo no le iba a escuchar atentamente?
De pronto, en el colmo de la actividad que bulle por todos lados, Marta se acerca al Señor y le dice: "Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude". Ella encuentra que la actitud de su hermana es desfachatada. ¡Cómo estar sentada mientras hay tanto que hacer!
El Señor le dice: "Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada". Marta debió de haber palidecido al oír estas palabras. ¿Con que María, la floja, había hecho mejor que ella? ¡No podía ser!
Oh, si pudiésemos saber qué piensa Marta ahora. Ella tuvo la oportunidad única de recibir al Señor en su casa, y apenas le prestó atención. Se ocupó más bien de las cosas, que del Señor de todas las cosas.
Pero María tuvo ojos ungidos para ver las cosas muy pequeñas al lado de la preciosidad del Señor. Y su parte no le fue quitada.
Veamos tres escenas en la vida de estas dos hermanas.
PRIMERA ESCENA (Lucas 10:38-42) m
El Señor Jesús va de camino, y es recibido por Marta en su casa. Marta, la mayor, como buena dueña de casa, se ocupa de atender al Señor y su compañía. Va y viene con bandejas, platos; ella todo lo dispone, ningún detalle se le escapa. En tanto, María, su hermana menor, "sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra". Para María no existe nadie más en ese momento en la sala: sólo Cristo. No tiene ojos ni oídos para nadie más ¿quién podría impedirle estar allí a sus pies oyéndole? ¿No había oído hablar tanto de Él? Pues, ahora lo tenía allí mismo, en su casa, ¿cómo no le iba a escuchar atentamente?
De pronto, en el colmo de la actividad que bulle por todos lados, Marta se acerca al Señor y le dice: "Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude". Ella encuentra que la actitud de su hermana es desfachatada. ¡Cómo estar sentada mientras hay tanto que hacer!
El Señor le dice: "Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada". Marta debió de haber palidecido al oír estas palabras. ¿Con que María, la floja, había hecho mejor que ella? ¡No podía ser!
Oh, si pudiésemos saber qué piensa Marta ahora. Ella tuvo la oportunidad única de recibir al Señor en su casa, y apenas le prestó atención. Se ocupó más bien de las cosas, que del Señor de todas las cosas.
Pero María tuvo ojos ungidos para ver las cosas muy pequeñas al lado de la preciosidad del Señor. Y su parte no le fue quitada.
martes, 18 de noviembre de 2008
El matrimonio:Una expresion de las cosas eternas!!!
Los cristianos gozamos de una posición celestial gloriosa, que nos fue dada en Cristo antes de los tiempos de los siglos. Esta posición celestial y eterna tiene una manifestación en las cosas terrenas y temporales, en lo cotidiano. La gloria de Dios consiste en que esas cosas celestiales se expresen de manera multiforme en los variados actos de nuestra vida cotidiana. Así, por ejemplo, en Efesios capítulos 1, 2 y 3 se nos habla de lo que nosotros somos en los lugares celestiales; en cambio, en los capítulos 4, 5 y 6 se nos habla de lo que somos en la tierra, aquí y ahora, en virtud de lo que somos arriba.
El matrimonio y la familia son dos de las principales áreas en las que se expresan aquí abajo las cosas eternas de Dios. Por eso Dios les asigna un lugar tan principal, y por eso el enemigo de Dios, que es enemigo nuestro y de toda justicia, los ataca tan fuertemente.
La metáfora de un misterio
Lo primero que hemos de ver respecto del asunto que nos ocupa, es que el matrimonio es un misterio. "Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. Grande es este misterio; mas yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia" (Ef.5:32). Este misterio -Cristo y la iglesia- no se dio a conocer a los profetas del Antiguo Testamento, si bien el matrimonio- ya se había establecido en Génesis 2:24: "Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne."
El matrimonio es una alegoría del misterio de Cristo y la iglesia, y no la revelación plena del mismo, porque muestra la unión de Cristo y la iglesia en forma velada, no abiertamente. El día que veamos a Cristo unido para siempre con su iglesia, en los lugares celestiales, celebrando las bodas del Cordero, ese día será una manifestación completa. Entonces ya no veremos oscuramente, sino que veremos las cosas tal como son. Hoy vemos el misterio revelado sólo a medias, a través de un delicado velo que lo cubre, y descubierto para unos pocos. El matrimonio de este modo se revela y, a la vez, esconde el misterio de la unión eterna de Cristo y la iglesia.
Para conocer el verdadero significado del matrimonio, hemos de conocer a Cristo y a la iglesia. El Señor aceptó cierta distorsión en cuanto al matrimonio bajo el Antiguo Pacto, pero no la puede aceptar bajo el Nuevo. Porque en el matrimonio, el marido representa a Cristo, y la esposa a la iglesia, lo cual no se conocía bajo el Antiguo Pacto.
Cuando los fariseos se acercaron al Señor para preguntarle acerca del matrimonio, ellos tenían en mente las enseñanzas de Moisés dadas en Deuteronomio capítulo 24. Sin embargo, Él les llevó más atrás, a Génesis capítulo 2. "Por la dureza de vuestro corazón Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres; mas al principio no fue así" (Mt.19:8). "Al principio no fue así". Es el parámetro con que ha de medirse. Lo que está en el principio muestra el modelo original de Dios, y que expresa el deseo de su corazón. Lo posterior es el resultado de la incapacidad e irresponsabilidad del hombre para sostener aquel modelo. De manera que hemos de ver atentamente cómo fueron las cosas al principio, para así conocer el misterio que encierra el matrimonio.
Cuando Dios creó a Adán tuvo en mente a su Hijo, y cuando Dios creó a Eva, como compañera de Adán, tuvo en mente a la iglesia. Lo primero es Cristo y la iglesia. No Adán y Eva. No el matrimonio de Adán y Eva, sino Cristo y la iglesia. El matrimonio es una réplica en el tiempo de aquella unión maravillosa y eterna de Cristo y la iglesia.
El misterio de Cristo y la iglesia -como todos los que Dios ha revelado en su evangelio-, no es develado a todos los hombres, sino sólo a los que son de la fe: "El respondiendo les dijo: Porque a vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos; mas a ellos no les es dado" (Mat.13:11); "Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio ..." (Rom.11:25); "Así pues, téngannos los hombres por servidores de Cristo, y administradores de los misterios de Dios" (1ª Cor.4:1); "He aquí os digo un misterio ... (1ª Cor.15:51); "Que guarden el misterio de la fe con limpia conciencia" (1ª Tim.3:9); "E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad" (1ª Tim.3:16). Estos misterios no son entendidos por carne y sangre, sino que son entendidos espiritualmente, por revelación del Espíritu Santo.
El matrimonio y la familia son dos de las principales áreas en las que se expresan aquí abajo las cosas eternas de Dios. Por eso Dios les asigna un lugar tan principal, y por eso el enemigo de Dios, que es enemigo nuestro y de toda justicia, los ataca tan fuertemente.
La metáfora de un misterio
Lo primero que hemos de ver respecto del asunto que nos ocupa, es que el matrimonio es un misterio. "Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. Grande es este misterio; mas yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia" (Ef.5:32). Este misterio -Cristo y la iglesia- no se dio a conocer a los profetas del Antiguo Testamento, si bien el matrimonio- ya se había establecido en Génesis 2:24: "Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne."
El matrimonio es una alegoría del misterio de Cristo y la iglesia, y no la revelación plena del mismo, porque muestra la unión de Cristo y la iglesia en forma velada, no abiertamente. El día que veamos a Cristo unido para siempre con su iglesia, en los lugares celestiales, celebrando las bodas del Cordero, ese día será una manifestación completa. Entonces ya no veremos oscuramente, sino que veremos las cosas tal como son. Hoy vemos el misterio revelado sólo a medias, a través de un delicado velo que lo cubre, y descubierto para unos pocos. El matrimonio de este modo se revela y, a la vez, esconde el misterio de la unión eterna de Cristo y la iglesia.
Para conocer el verdadero significado del matrimonio, hemos de conocer a Cristo y a la iglesia. El Señor aceptó cierta distorsión en cuanto al matrimonio bajo el Antiguo Pacto, pero no la puede aceptar bajo el Nuevo. Porque en el matrimonio, el marido representa a Cristo, y la esposa a la iglesia, lo cual no se conocía bajo el Antiguo Pacto.
Cuando los fariseos se acercaron al Señor para preguntarle acerca del matrimonio, ellos tenían en mente las enseñanzas de Moisés dadas en Deuteronomio capítulo 24. Sin embargo, Él les llevó más atrás, a Génesis capítulo 2. "Por la dureza de vuestro corazón Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres; mas al principio no fue así" (Mt.19:8). "Al principio no fue así". Es el parámetro con que ha de medirse. Lo que está en el principio muestra el modelo original de Dios, y que expresa el deseo de su corazón. Lo posterior es el resultado de la incapacidad e irresponsabilidad del hombre para sostener aquel modelo. De manera que hemos de ver atentamente cómo fueron las cosas al principio, para así conocer el misterio que encierra el matrimonio.
Cuando Dios creó a Adán tuvo en mente a su Hijo, y cuando Dios creó a Eva, como compañera de Adán, tuvo en mente a la iglesia. Lo primero es Cristo y la iglesia. No Adán y Eva. No el matrimonio de Adán y Eva, sino Cristo y la iglesia. El matrimonio es una réplica en el tiempo de aquella unión maravillosa y eterna de Cristo y la iglesia.
El misterio de Cristo y la iglesia -como todos los que Dios ha revelado en su evangelio-, no es develado a todos los hombres, sino sólo a los que son de la fe: "El respondiendo les dijo: Porque a vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos; mas a ellos no les es dado" (Mat.13:11); "Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio ..." (Rom.11:25); "Así pues, téngannos los hombres por servidores de Cristo, y administradores de los misterios de Dios" (1ª Cor.4:1); "He aquí os digo un misterio ... (1ª Cor.15:51); "Que guarden el misterio de la fe con limpia conciencia" (1ª Tim.3:9); "E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad" (1ª Tim.3:16). Estos misterios no son entendidos por carne y sangre, sino que son entendidos espiritualmente, por revelación del Espíritu Santo.
lunes, 17 de noviembre de 2008
EL AMOR DE DIOS !!!
Una mujer en DIOS es toda aquella que le entrega la vida a Jesús dejando que sea él quien guie su camino, permitiendo que DIOS se apodere de todo su ser.. como tambien que ocupe todo lugar.. se que es dificil pero asi es una mujer en Cristo Jesús.
Muchas veces cuando nos sentimos solas y le oramos a nuestro DIOS con fervor y con fe el llega a ocupar todo faltante en nuestro interior.. es por eso importante que apredamos a conocerlo realmente atravez de la oración y leyendo si palabra.
Cuando comenzamos a sentir su presencia en todo nuestro ser en donde entra la paz, serenidad,confianza, autoridad y dominio propio sobre nosotras misma..muchas veces enfretamos problemas y sufrimientos grandes pero si lo tenemos a él en nuestro corazón nos ayudara a llevar todo aquello que nos duele tanto, date la oportunidad de conocerlo y veras que no te arrepentiras porque él es dueño de nuestra vida, nos formo, y nos hizo como el queria que fueramos como un escultor que comienza a trabajar su escultura hasta dejarla liza y pulida.. el amor de DIOS hacia nosotras es tan grande que nos cuida mucho y somos la niña de sus ojos..siempre guarda nuestras espaldas.. nos sienta en sus regazos y nos da cariño como hijas de él que somos.
Asi es DIOS con nosotras grande y maravilloso vivir sin él en nuestras vidas es muy dificil mejor dicho no se puede vivir sin DIOS, nunca seras feliz sin su amor en ti.
domingo, 16 de noviembre de 2008
CUANDO DIOS RESTAURA !!
A alguien, sea una familia, un matrimonio, una persona, lo que Él restaura siempre se mejora, crece, se multiplica y, sobre todo, supera el estado de “arreglado”.
Cuando Dios restaura mejora el estado anterior. En el Nuevo Testamento restaurar se utiliza para dar la idea de algo dañado o roto que puede volver a usarse para lo cual fue diseñado; pensémoslo en relación con el pasaje de Mateo 4:21 que habla de las redes rotas.
Una red rota no es útil para pescar, y restaurarlas significa que vuelven a ser de utilidad para la pesca. Para nosotros, ser restaurados implica que volvemos a ser de utilidad en el cuerpo de Cristo.
Solemos decir: “úsame, Señor, úsame para tu Reino, úsame para tu Iglesia.” Y el Señor dice,: “pero así, roto, sin restaurar, no sos útil, debes restaurarte, arregla esa red, y después volverás a ser útil en mi servicio.
Cuando llegamos al Señor siempre lo hacemos llenos de barro, si nos arrepentimos, somos perdonados y comenzamos una vida nueva.
Luego viene el perfeccionamiento, que no es hecho por nosotros... ni es a fuerza de obra humana sino por gracia; la gracia de Dios.
Dice en Filipenses 1:6, que: “El que comenzó en ustedes la buena obra la perfeccionara hasta el día de Jesucristo”. Jesús va a perfeccionar esto que inició en nosotros el día que llegamos a Él.
La palabra dice que la perfeccionará, o sea que va a llevar un tiempo. No dice inició la buena obra y ya está todo perfecto. No es así; la palabra nos enseña que vamos siendo perfeccionados en un tiempo que, sin duda, es Su tiempo.
Cuando nos convertimos a Jesucristo, vamos renunciando a ciertas cosas que no sabíamos que al Señor no le agradaban; renunciamos a confiar en las prácticas de curar el empacho, tirar el cuerito, y a todas esas cosas que el Señor abomina.
Pero, qué sucede con las conductas o sentimientos que no podemos controlar, que quisiéramos deponer, pero que no podemos cambiar como: la ira, la agresión, los malos pensamientos, el estancamiento espiritual, el autoritarismo, la amargura, las respuestas agresivas u ofensivas, y otros tantos desatinos.
Quisiéramos renunciar a esta clase de actitudes y cambiar, pero no pasa nada; entonces nos preguntamos ¿qué está pasando conmigo? ¿de dónde provienen estas reacciones? ¿habrá alguna causa que me provoque actuar así?
Yo quiero agradar a Dios, quiero, realmente, poder tener una vida nueva con mi familia,… pero sigo enojándome, sigo sintiendo ira, digo palabras que luego lamento haber dicho, y entonces pregunto: ¿qué pasa, Señor, conmigo?
El Señor nos da una clave en el Salmo 19.12: ¿Quién esta conciente de sus propios errores? Perdóname aquellos de los que no estoy conciente.
Podemos hacerle este tipo de preguntas al Señor, podemos pedirle estas cosas al Espíritu Santo de esta manera: “Señor, no puedo entender por qué cometo estos errores. Yo no lo sé, el Espíritu de Dios lo sabe. Líbrame de lo que yo no conozco. Ilumina, Espíritu Santo, porque yo no sé lo que pasa, pero quiero ser librado de lo que a Ti no te agrada”.
El Espíritu Santo va a alumbra el lugar oscuro donde están escondidas y guardadas las cosas feas, las que quedaron ocultas, las que están tapadas.
En una oportunidad hablé del sótano de la casa de mi infancia,… al cual yo nunca quería bajar porque era oscuro,.. húmedo,. lleno de telarañas, y siempre pensaba que ahí me iba a encontrar algún fantasma,…. algún monstruo.
Así es nuestro “sótano” interior, al que hay que bajar con la luz del Espíritu Santo, para ver qué hay en la parte más oscura, en la más oculta; ver qué es lo que nos hace actuar como nosotros no queremos.
Debemos encontrar esas cosas misteriosas a las cuales tememos, y no obstante están en nuestro corazón. Debemos llegar de la mano del Espíritu Santo, porque es mejor hacer este recorrido con EL que ir solos.
Podemos ver cristianos que no están en pecado, que son obedientes a Dios y le aman sinceramente, pero se sienten mal.
Pasan mucho tiempo en estado de angustia o tienen temores,.. ansiedad, problemas de relación en su familia: con los hijos o con los esposos; problemas de relación en los trabajos, problemas de relación en la Iglesia y entonces, ¿qué pasa?, ¿son cristianos, son obedientes, pero qué sucede? Sucede que hay sufrimientos y heridas que no los toca la conversión.
Con el primer paso de la conversión no es suficiente; hay heridas profundas, sentimientos que necesitan una curación especial por parte del Espíritu.
Algunos dicen: “Bueno, si usted sigue así, y todavía está triste y no anda bien su vida, será porque no ora lo suficiente, ore más, tiene que hacer más oraciones”. En fin, alabado sea el Señor si podemos orar más, pero con orar más, tampoco alcanza.
Otros dicen: “Lo que pasa es que usted no tiene fe, por eso las cosas no le van bien, tiene una fe muy débil”.
O peor aún, se les crean demonios por todos lados: demonio de tristeza, demonio de angustia, demonio de depresión, y esto provoca mayor desilusión, porque no pueden entender los errores ocultos, se sienten aún más afligidos, terminan creyendo que realmente no están orando bien o que están poseídos.
Hay una enorme cantidad de personas que aman al Señor, que conocen las Escrituras y, no obstante, no pueden evitar aquello que hacen, dicen o piensan, como mentir,… tener ataques de ira o ser muy críticos de los demás.
Pablo en Romano 7:15 expresa claramente esta situación cuando dice: “No entiendo lo que me pasa, pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco”.“Yo no quería tratar a mis hijos de la misma manera que lo hicieron conmigo... Es algo que aborrezco, pero lo hago”.
“Yo no quiero para mi matrimonio la misma relación que tuvieron mis padres, pero no entiendo por qué razón voy en camino a hacer exactamente lo mismo”. Estas son algunas expresiones de este fenómeno que parece incontrolable e inexplicable.
Romanos resume esto que a veces les sucede a las personas, que no entienden por qué siguen viviendo cosas desagradables y siguen sintiendo emociones que no les gustaría sentir; por qué no se pueden llevar bien con los demás; por qué no pueden tratar mejor a las personas; por qué viven en un estado de ansiedad permanente.
Pero hay Buenas Nuevas. El Espíritu Santo es capaz de develar esta situación, si se le permite llegar al interior, a los recuerdos, a las emociones sin oponer resistencia.
Tiene que llegar a su interior, tiene que tocar sus recuerdos, tiene que alcanzar sus emociones.
Si las heridas del alma no reciben tratamiento adecuado, se infectan, se inflaman, provocan más dolor; enferman el espíritu, contaminan al resto, se dispersan y contagian a otros.
Una restauración se produce luego de una -a veces dolorosa- remoción. Hay que estar dispuesto y dejar que Dios remueva lo que infecta nuestra vida. Tantas veces una muela –cuya raíz está infectada- tiene como solución la vía “incomoda” de ser extirpada para que no vuelva a molestar ni a contaminar al resto.
Es cierto que, por temor al “tirón” o al hecho mismo de perder la muela, buscamos paliativos que son soluciones momentáneas.
En lo espiritual, esos paliativos suelen ser actos de religiosidad o sobre esfuerzos o “buenas obras” que puedan compensar lo que “hacemos y no entendemos”.
Las heridas del corazón no hay que taparlas, tenemos un Dios que no nos avergüenza.
Delante de Dios podemos poner todo tal cual está, pero lo que no hay que hacer es tratar de tapar, decir: “Bueno, yo siento esto pero no, mejor dejémoslo. No hablemos del asunto. Prefiero no hablar. Esto es horrible. Mejor no acordarse”. Cuando una persona puede recordar en paz, cualquier cosa que le haya pasado en su vida, aún lo desagradable, es porque ha recibido sanidad, porque ha podido perdonar, porque está en paz.
Pero cuando alguien, para poder hablar de su vida, de su historia, tiene que dejar espacios en blanco que son innombrables, que son “irrecordables”, es porque ahí algo pasó.
Y hay que llegar con el Espíritu Santo para que nuestra vida, nuestra historia sea tal, que podamos asumirla; podamos saber que hemos sido de determinada manera, que hemos conocido al Señor, que hemos tenido una familia en la que nacimos, que nos ha pasado tal o cual cosa.
Si no podemos dar testimonio de que, aunque hayamos sufrido, el Señor nos permite tener paz en nuestra vida, no le estamos siendo útil al cuerpo de Cristo.Si vamos al médico porque tenemos una infección en el oído o en la garganta, es muy probable que el médico nos dé un antibiótico y diga: “Usted debe cumplir con el tratamiento. No se trata de que tome una pastilla y ya está curado. Puede llevar siete o diez días de antibióticos, no los interrumpa, para que pueda ser sanado”. Esta clase de curación es la del Espíritu Santo.
Nos dice: “Llegaste a mí, con esta herida, empecé a tratarla, deja que siga tratando, no huyas, no la tapes, con el solo hecho de que yo haya empezado a tratar esta parte de tu vida o este recuerdo, no quiere decir que ya estés sanado. Vas a iniciar un proceso en el cual yo te voy a ir sanando.”
Pero por lo general, todos actuamos ansiosamente y queremos ¡ya!, ¡rápido!, ¡ahora!, una solución inmediata, un píldora y, sin más trámite, estar bien. Una oración y me sanaron de las heridas de toda mi vida.
Y el Espíritu Santo dice que él nos perfeccionará. La Sanidad Interior va a actuar gradualmente, la obra de sanidad que Dios hace en la vida de sus hijos es un proceso.
Hay que esperar. A veces no es fácil, pero hay que esperar. Dejar que el Señor haga su obra.Muchas personas no dejan que Dios sea Dios. Le voy a compartir algo que pasa muy frecuentemente por si a usted también le ocurre. Es muy común que los padres tengan luchas con los hijos; en la consejería pastoral le sugerimos a los padres que entreguen ese hijo al Espíritu Santo, que lo pongan en las manos del Señor y oren por él cada día: “Señor, te dejo obrar en esto que yo no puedo. No puedo manejar lo que está haciendo mi hijo. Señor te lo doy. No quiero estar ansioso sobre él todo el día preguntándole qué hizo, con quién estuvo, dónde estuvo, qué pasó, por eso, te lo entrego a ti.”
Es cierto que hay hijos que están comprometidos con cosas peligrosas, pero los padres deben día a día librar la batalla espiritual en oración y dejar que el Señor los cuide.
Sin embargo, esto no parece ser un trámite sencillo. A veces, los papás y las mamás no terminan de confiarle sus hijos al Señor y quieren estar controlándolo todo.
Hace un tiempo atrás hablaba con la madre de una joven que había estado con una depresión muy grave. Por mucho tiempo recibió tratamiento, y por supuesto, fue sanada; el cuadro grave de la depresión había pasado, pero cada vez que esta joven suspira o se entristece por algo, su mamá se pone tan ansiosa y tiene tanto miedo de que vuelva a enfermar, que quiere controlar cada gesto de su hija. Esta actitud de la madre es totalmente contraproducente para la joven, la hace sentir insegura y termina deprimiéndose.
En confianza, pude preguntarle a esta mamá, que era una fiel cristiana, cuándo le iba a entregar su hija al Espíritu Santo y cuándo iba a dejar de controlarla para que la controlara Él. Y ella me respondió: “Tantas veces se la di”. Si tantas veces tuvo que dar a su hija al control del Espíritu Santo, quiere decir que muy convencida no lo hizo ninguna. La cuestión aquí es si controla Él o controla usted. Él tiene el control o lo tiene usted.
Lo deja obrar a Él o usted se mete en el medio con su ansiedad, intentando hacer algo que no ha podido lograr en bastante tiempo.
Si le pidió a Dios por su hijo y se lo entregó a Él, déjelo que Él actúe. A veces nos ponemos tan ansiosos que no dejamos que el Espíritu Santo cumpla su obra. A veces nos ponemos en el medio y entorpecemos las cosas, porque estamos siempre apurados, queremos ver ese resultado ya, y esto habla de una confianza floja en el Señor.
Jairo llamó a Jesús, recurrió a Él, y dejó que Él obrara. Jairo era un padre que tenía confianza, que tenía fe en el Señor, y no se metió en el medio a decirle a Jesús nada sobre lo que pasaba.
En cambio, dejó obrar a Jesús, y su hija fue restaurada. Esta es la actitud que nos pide el Espíritu Santo. Una vez que Dios inicia la obra en su vida o en la de un ser querido, debe dejarlo obrar a Él.
Hasta aquí cargó con esto, y no pudo solucionarlo. Ahora déjelo obrar a Dios. Deje que Él sea Dios.
Cuando Dios restaura mejora el estado anterior. En el Nuevo Testamento restaurar se utiliza para dar la idea de algo dañado o roto que puede volver a usarse para lo cual fue diseñado; pensémoslo en relación con el pasaje de Mateo 4:21 que habla de las redes rotas.
Una red rota no es útil para pescar, y restaurarlas significa que vuelven a ser de utilidad para la pesca. Para nosotros, ser restaurados implica que volvemos a ser de utilidad en el cuerpo de Cristo.
Solemos decir: “úsame, Señor, úsame para tu Reino, úsame para tu Iglesia.” Y el Señor dice,: “pero así, roto, sin restaurar, no sos útil, debes restaurarte, arregla esa red, y después volverás a ser útil en mi servicio.
Cuando llegamos al Señor siempre lo hacemos llenos de barro, si nos arrepentimos, somos perdonados y comenzamos una vida nueva.
Luego viene el perfeccionamiento, que no es hecho por nosotros... ni es a fuerza de obra humana sino por gracia; la gracia de Dios.
Dice en Filipenses 1:6, que: “El que comenzó en ustedes la buena obra la perfeccionara hasta el día de Jesucristo”. Jesús va a perfeccionar esto que inició en nosotros el día que llegamos a Él.
La palabra dice que la perfeccionará, o sea que va a llevar un tiempo. No dice inició la buena obra y ya está todo perfecto. No es así; la palabra nos enseña que vamos siendo perfeccionados en un tiempo que, sin duda, es Su tiempo.
Cuando nos convertimos a Jesucristo, vamos renunciando a ciertas cosas que no sabíamos que al Señor no le agradaban; renunciamos a confiar en las prácticas de curar el empacho, tirar el cuerito, y a todas esas cosas que el Señor abomina.
Pero, qué sucede con las conductas o sentimientos que no podemos controlar, que quisiéramos deponer, pero que no podemos cambiar como: la ira, la agresión, los malos pensamientos, el estancamiento espiritual, el autoritarismo, la amargura, las respuestas agresivas u ofensivas, y otros tantos desatinos.
Quisiéramos renunciar a esta clase de actitudes y cambiar, pero no pasa nada; entonces nos preguntamos ¿qué está pasando conmigo? ¿de dónde provienen estas reacciones? ¿habrá alguna causa que me provoque actuar así?
Yo quiero agradar a Dios, quiero, realmente, poder tener una vida nueva con mi familia,… pero sigo enojándome, sigo sintiendo ira, digo palabras que luego lamento haber dicho, y entonces pregunto: ¿qué pasa, Señor, conmigo?
El Señor nos da una clave en el Salmo 19.12: ¿Quién esta conciente de sus propios errores? Perdóname aquellos de los que no estoy conciente.
Podemos hacerle este tipo de preguntas al Señor, podemos pedirle estas cosas al Espíritu Santo de esta manera: “Señor, no puedo entender por qué cometo estos errores. Yo no lo sé, el Espíritu de Dios lo sabe. Líbrame de lo que yo no conozco. Ilumina, Espíritu Santo, porque yo no sé lo que pasa, pero quiero ser librado de lo que a Ti no te agrada”.
El Espíritu Santo va a alumbra el lugar oscuro donde están escondidas y guardadas las cosas feas, las que quedaron ocultas, las que están tapadas.
En una oportunidad hablé del sótano de la casa de mi infancia,… al cual yo nunca quería bajar porque era oscuro,.. húmedo,. lleno de telarañas, y siempre pensaba que ahí me iba a encontrar algún fantasma,…. algún monstruo.
Así es nuestro “sótano” interior, al que hay que bajar con la luz del Espíritu Santo, para ver qué hay en la parte más oscura, en la más oculta; ver qué es lo que nos hace actuar como nosotros no queremos.
Debemos encontrar esas cosas misteriosas a las cuales tememos, y no obstante están en nuestro corazón. Debemos llegar de la mano del Espíritu Santo, porque es mejor hacer este recorrido con EL que ir solos.
Podemos ver cristianos que no están en pecado, que son obedientes a Dios y le aman sinceramente, pero se sienten mal.
Pasan mucho tiempo en estado de angustia o tienen temores,.. ansiedad, problemas de relación en su familia: con los hijos o con los esposos; problemas de relación en los trabajos, problemas de relación en la Iglesia y entonces, ¿qué pasa?, ¿son cristianos, son obedientes, pero qué sucede? Sucede que hay sufrimientos y heridas que no los toca la conversión.
Con el primer paso de la conversión no es suficiente; hay heridas profundas, sentimientos que necesitan una curación especial por parte del Espíritu.
Algunos dicen: “Bueno, si usted sigue así, y todavía está triste y no anda bien su vida, será porque no ora lo suficiente, ore más, tiene que hacer más oraciones”. En fin, alabado sea el Señor si podemos orar más, pero con orar más, tampoco alcanza.
Otros dicen: “Lo que pasa es que usted no tiene fe, por eso las cosas no le van bien, tiene una fe muy débil”.
O peor aún, se les crean demonios por todos lados: demonio de tristeza, demonio de angustia, demonio de depresión, y esto provoca mayor desilusión, porque no pueden entender los errores ocultos, se sienten aún más afligidos, terminan creyendo que realmente no están orando bien o que están poseídos.
Hay una enorme cantidad de personas que aman al Señor, que conocen las Escrituras y, no obstante, no pueden evitar aquello que hacen, dicen o piensan, como mentir,… tener ataques de ira o ser muy críticos de los demás.
Pablo en Romano 7:15 expresa claramente esta situación cuando dice: “No entiendo lo que me pasa, pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco”.“Yo no quería tratar a mis hijos de la misma manera que lo hicieron conmigo... Es algo que aborrezco, pero lo hago”.
“Yo no quiero para mi matrimonio la misma relación que tuvieron mis padres, pero no entiendo por qué razón voy en camino a hacer exactamente lo mismo”. Estas son algunas expresiones de este fenómeno que parece incontrolable e inexplicable.
Romanos resume esto que a veces les sucede a las personas, que no entienden por qué siguen viviendo cosas desagradables y siguen sintiendo emociones que no les gustaría sentir; por qué no se pueden llevar bien con los demás; por qué no pueden tratar mejor a las personas; por qué viven en un estado de ansiedad permanente.
Pero hay Buenas Nuevas. El Espíritu Santo es capaz de develar esta situación, si se le permite llegar al interior, a los recuerdos, a las emociones sin oponer resistencia.
Tiene que llegar a su interior, tiene que tocar sus recuerdos, tiene que alcanzar sus emociones.
Si las heridas del alma no reciben tratamiento adecuado, se infectan, se inflaman, provocan más dolor; enferman el espíritu, contaminan al resto, se dispersan y contagian a otros.
Una restauración se produce luego de una -a veces dolorosa- remoción. Hay que estar dispuesto y dejar que Dios remueva lo que infecta nuestra vida. Tantas veces una muela –cuya raíz está infectada- tiene como solución la vía “incomoda” de ser extirpada para que no vuelva a molestar ni a contaminar al resto.
Es cierto que, por temor al “tirón” o al hecho mismo de perder la muela, buscamos paliativos que son soluciones momentáneas.
En lo espiritual, esos paliativos suelen ser actos de religiosidad o sobre esfuerzos o “buenas obras” que puedan compensar lo que “hacemos y no entendemos”.
Las heridas del corazón no hay que taparlas, tenemos un Dios que no nos avergüenza.
Delante de Dios podemos poner todo tal cual está, pero lo que no hay que hacer es tratar de tapar, decir: “Bueno, yo siento esto pero no, mejor dejémoslo. No hablemos del asunto. Prefiero no hablar. Esto es horrible. Mejor no acordarse”. Cuando una persona puede recordar en paz, cualquier cosa que le haya pasado en su vida, aún lo desagradable, es porque ha recibido sanidad, porque ha podido perdonar, porque está en paz.
Pero cuando alguien, para poder hablar de su vida, de su historia, tiene que dejar espacios en blanco que son innombrables, que son “irrecordables”, es porque ahí algo pasó.
Y hay que llegar con el Espíritu Santo para que nuestra vida, nuestra historia sea tal, que podamos asumirla; podamos saber que hemos sido de determinada manera, que hemos conocido al Señor, que hemos tenido una familia en la que nacimos, que nos ha pasado tal o cual cosa.
Si no podemos dar testimonio de que, aunque hayamos sufrido, el Señor nos permite tener paz en nuestra vida, no le estamos siendo útil al cuerpo de Cristo.Si vamos al médico porque tenemos una infección en el oído o en la garganta, es muy probable que el médico nos dé un antibiótico y diga: “Usted debe cumplir con el tratamiento. No se trata de que tome una pastilla y ya está curado. Puede llevar siete o diez días de antibióticos, no los interrumpa, para que pueda ser sanado”. Esta clase de curación es la del Espíritu Santo.
Nos dice: “Llegaste a mí, con esta herida, empecé a tratarla, deja que siga tratando, no huyas, no la tapes, con el solo hecho de que yo haya empezado a tratar esta parte de tu vida o este recuerdo, no quiere decir que ya estés sanado. Vas a iniciar un proceso en el cual yo te voy a ir sanando.”
Pero por lo general, todos actuamos ansiosamente y queremos ¡ya!, ¡rápido!, ¡ahora!, una solución inmediata, un píldora y, sin más trámite, estar bien. Una oración y me sanaron de las heridas de toda mi vida.
Y el Espíritu Santo dice que él nos perfeccionará. La Sanidad Interior va a actuar gradualmente, la obra de sanidad que Dios hace en la vida de sus hijos es un proceso.
Hay que esperar. A veces no es fácil, pero hay que esperar. Dejar que el Señor haga su obra.Muchas personas no dejan que Dios sea Dios. Le voy a compartir algo que pasa muy frecuentemente por si a usted también le ocurre. Es muy común que los padres tengan luchas con los hijos; en la consejería pastoral le sugerimos a los padres que entreguen ese hijo al Espíritu Santo, que lo pongan en las manos del Señor y oren por él cada día: “Señor, te dejo obrar en esto que yo no puedo. No puedo manejar lo que está haciendo mi hijo. Señor te lo doy. No quiero estar ansioso sobre él todo el día preguntándole qué hizo, con quién estuvo, dónde estuvo, qué pasó, por eso, te lo entrego a ti.”
Es cierto que hay hijos que están comprometidos con cosas peligrosas, pero los padres deben día a día librar la batalla espiritual en oración y dejar que el Señor los cuide.
Sin embargo, esto no parece ser un trámite sencillo. A veces, los papás y las mamás no terminan de confiarle sus hijos al Señor y quieren estar controlándolo todo.
Hace un tiempo atrás hablaba con la madre de una joven que había estado con una depresión muy grave. Por mucho tiempo recibió tratamiento, y por supuesto, fue sanada; el cuadro grave de la depresión había pasado, pero cada vez que esta joven suspira o se entristece por algo, su mamá se pone tan ansiosa y tiene tanto miedo de que vuelva a enfermar, que quiere controlar cada gesto de su hija. Esta actitud de la madre es totalmente contraproducente para la joven, la hace sentir insegura y termina deprimiéndose.
En confianza, pude preguntarle a esta mamá, que era una fiel cristiana, cuándo le iba a entregar su hija al Espíritu Santo y cuándo iba a dejar de controlarla para que la controlara Él. Y ella me respondió: “Tantas veces se la di”. Si tantas veces tuvo que dar a su hija al control del Espíritu Santo, quiere decir que muy convencida no lo hizo ninguna. La cuestión aquí es si controla Él o controla usted. Él tiene el control o lo tiene usted.
Lo deja obrar a Él o usted se mete en el medio con su ansiedad, intentando hacer algo que no ha podido lograr en bastante tiempo.
Si le pidió a Dios por su hijo y se lo entregó a Él, déjelo que Él actúe. A veces nos ponemos tan ansiosos que no dejamos que el Espíritu Santo cumpla su obra. A veces nos ponemos en el medio y entorpecemos las cosas, porque estamos siempre apurados, queremos ver ese resultado ya, y esto habla de una confianza floja en el Señor.
Jairo llamó a Jesús, recurrió a Él, y dejó que Él obrara. Jairo era un padre que tenía confianza, que tenía fe en el Señor, y no se metió en el medio a decirle a Jesús nada sobre lo que pasaba.
En cambio, dejó obrar a Jesús, y su hija fue restaurada. Esta es la actitud que nos pide el Espíritu Santo. Una vez que Dios inicia la obra en su vida o en la de un ser querido, debe dejarlo obrar a Él.
Hasta aquí cargó con esto, y no pudo solucionarlo. Ahora déjelo obrar a Dios. Deje que Él sea Dios.
viernes, 14 de noviembre de 2008
EL CAMINO HACIA LA VERDADERA BELLEZA
Jeanne Marie Bouvier de la Mothe nació en Montargis, Francia, unos 40 Km. al norte de París, el 18 de abril de 1648, un siglo después de iniciarse la Reforma. Sus padres pertenecían a la aristocracia francesa; eran muy respetados, y tenían inclinaciones religiosas como las de todos sus ancestros. Su padre ostentaba el título de Seigneur, o Señor, de la Mothe Vergonville.
Niñez y juventud
Niñez y juventud
Durante la primera infancia, Jeanne fue víctima de una enfermedad que hizo a sus padres temer por su vida. Mas ella se recuperó, y a los dos años y medio de edad fue colocada en el Seminario de las Ursulinas, en su propia ciudad, a fin de ser educada por las monjas. Después de algún tiempo, regresó al hogar, mas su madre descuidaba su educación, dejándola casi siempre al cuidado de las criadas. Gran parte de su infancia, la niña estuvo yendo y viniendo entre su casa y el convento, y pasando de una escuela a otra. Cambió su lugar de residencia nueve veces en diez años.
En 1651, la Duquesa de Mont-bason llegó a Montargis, a fin de residir con las monjas benedictinas establecidas allí, y pidió al padre de Jeanne que permitiese que ésta, de cuatro años de edad, le hiciese compañía. Durante su estadía allí, la niña vino a comprender su necesidad de un Salvador por medio de un sueño que tuvo respecto de la miseria futura de los pecadores impenitentes; y entregó entonces definitivamente su vida y su corazón a Dios.
A los diez años de edad, Jeanne fue colocada en un convento para proseguir su educación. Cierto día encontró una Biblia, y como le gustaba mucho leer, ella se absorbió en su lectura. “Pasaba días enteros leyendo la Biblia”, cuenta, “sin prestar atención a ningún otro libro o a nada más, desde la mañana a la noche. Y como tenía buena memoria, memoricé completas las secciones históricas”. Este estudio de las Escrituras, sin duda, puso los fundamentos de su maravillosa vida de devoción y piedad. Por este tiempo se hizo sentir sobre su vida la importante influencia de una de sus hermanastras, quien suplió en parte la falta de preocupación de su madre.
Jeanne creció, y sus rasgos comenzaron a mostrar aquella belleza que más tarde la distinguió. La madre, contenta con su apariencia, se esmeraba en vestirla bien. El mundo la conquistó, y Cristo quedó casi olvidado. Tales cambios ocurrieron con frecuencia en sus primeras experiencias. Un día tenía buenos pensamientos y resoluciones, y al día siguiente todo quedaba atrás, y la vanidad y la mundanalidad llenaban su vida.
Un joven piadoso, un primo llamado De Tossi, yendo como misionero a Cochinchina, al pasar por Montargis, visitó a la familia. Su visita fue breve, pero impresionó profundamente a Jeanne, aunque entonces no estaba en casa ni vio a su primo. Cuando le contaron sobre su consagración y santidad, el corazón de ella se afligió tanto, que lloró el resto del día y la noche. Quedó conmovida con la idea de la diferencia entre su propia vida mundana y la vida piadosa de su primo. Toda su alma despertó entonces para tomar conciencia de su verdadera condición espiritual. Intentó renunciar a su mundanalidad, procuró adoptar una disposición mental religiosa y obtener perdón de todos a quienes pudiese haber perjudicado de cualquier forma. Visitó a los pobres, les llevó alimento y ropa, les enseñó el catecismo, y pasaba mucho tiempo leyendo y orando. Leyó libros devocionales como “La vida de Madame de Chantal” y las obras de Tomás de Kempis y Francisco de Sales. Procuraba imitar la piedad de ellos; sin embargo, todavía no hallaba la paz y el descanso del alma por medio de la fe en Cristo.
Tras un año de búsqueda sincera de Dios, se apasionó profundamente por un joven, un pariente próximo, aunque tenía apenas catorce años. Su mente estaba tan ocupada pensando en él que descuidó sus oraciones y comenzó a buscar en el amor terrenal el disfrute que buscara antes en Dios. A pesar de mantener aún una apariencia de piedad, en lo íntimo ésta le era indiferente. Comenzó a leer novelas románticas, y a pasar mucho tiempo delante del espejo, así que se volvió excesivamente vana. El mundo la tenía mucho en cuenta, pero su corazón no era recto delante de Dios.
En el año 1663, la familia La Mothe se trasladó a París, un paso que no les benefició espiritualmente. París era una ciudad alegre, sedienta de placeres, especialmente durante el reinado de Luis XIV, y la vanidad de Mademoiselle La Mothe creció insoportablemente. Tanto ella como sus padres se tornaron extremadamente mundanos, bajo la influencia de la sociedad a la que habían ingresado. El mundo le parecía ahora el único objeto digno de ser conquistado y poseído. Su belleza, dotes intelectuales y conversación brillante hicieron de ella una favorita en la sociedad. Su futuro marido, M. Jacques Guyon, hombre de gran riqueza, y muchos otros, pedirían su mano en casamiento.
El orgullo es tocado
Aunque no se sentía muy atraída a Monsieur Guyon, su padre acordó el casamiento, y ella accedió a su deseo. La boda tuvo lugar en 1664. Jeanne tenía casi 16 años, mientras su marido tenía ya 38. Luego descubrió que la casa a la cual fue llevada se volvería para ella una “casa de luto”. La suegra, mujer poco refinada, la gobernaba con mano de hierro, y aun la hostilizaba. El marido tenía buenas cualidades y la apreciaba mucho, pero diversas enfermedades físicas y sufrimientos a que estaba sujeto, además de la gran diferencia de edad entre él y su joven esposa, y el genio de la suegra, hicieron difícil su vida de recién casada. Su gran inteligencia y sensibilidad agudizaron aún más sus sufrimientos. Sus esperanzas terrenales fueron destruidas.
Más tarde, sin embargo, ella reconoció que todo había sido dispuesto misericordiosamente a fin de llamarla de aquella vida de orgullo y superficialidad. Dios permitiría que ella atravesase el fuego del horno de la aflicción, para que las impurezas fuesen removidas, y ella pudiese presentarse como un vaso de oro puro. “Era tal la fuerza de mi orgullo natural”, cuenta ella, “que nada aparte de una dispensación de sufrimiento podría haber quebrantado mi espíritu y hacerme volver a Dios”.
A pesar de haber comido el pan de la tristeza y mezclado con lágrimas su bebida, todo eso hizo que su alma se dirigiese a Dios y ella empezó a buscarlo, pidiendo su consuelo en sus tribulaciones. Poco después de un año de casada, tuvo un hijo, y sintió la necesidad de aproximarse a Dios, tanto por causa de él como por la suya propia.
Una calamidad tras otra sobrevinieron a Madame Guyon. Poco después de nacer su hijo, el marido perdió gran parte de su enorme fortuna, y esto amargó mucho a su avarienta suegra, quien solía responsabilizarla de todas sus desgracias. En el segundo año de matrimonio cayó enferma, y parecía a las puertas de la muerte; sin embargo, su enfermedad fue un medio de hacerla pensar más en las cosas espirituales. Su querida hermanastra murió, y después su madre. Con amargura aprendió que sólo podía encontrar descanso en Dios, y ahora lo buscó con sinceridad, y lo encontró, y nunca más se apartó de él.
A través de las obras de Kempis, de Sales, y la vida de Mme. Chantal, y de conversaciones con una piadosa dama inglesa, Madame Guyon aprendería mucho con respecto a las cosas espirituales. Después de una ausencia de cuatro años, su primo regresó de Cochinchina y su visita la ayudó espiritualmente.
El gozo de la salvación
Un humilde monje franciscano se sintió guiado por Dios para ir a verla, y él también le fue de gran ayuda. Fue este franciscano el primero que la llevó a ver claramente la necesidad de buscar a Cristo por la fe y no mediante obras externas, como lo había estado haciendo hasta entonces. Instruida por él, llegó a comprender que la verdadera fe era un asunto del corazón y del alma, y no una simple rutina de deberes y observancias ceremoniales como supusiera. “En aquel momento me sentí profundamente herida por el amor de Dios –una herida tan indescriptible que deseé jamás fuera curada. Tales palabras trajeron a mi corazón aquello que venía buscando por tantos años; o sea, me hicieron descubrir lo que allí se hallaba, y que de nada me servía por falta de conocimiento... Mi corazón había cambiado; Dios se hallaba allí; desde aquel momento Él me había dado una experiencia de su presencia en mi alma, no simplemente como un objeto percibido en el intelecto por la aplicación de la mente, sino como algo realmente poseído de la manera más dulce posible. Pude sentir esas palabras de Cantares: ‘Tu nombre es como ungüento derramado; por eso las doncellas te aman’; pues percibí en mi alma una unción que, como un bálsamo saludable, sanó en un instante todas mis heridas.”
Madame Guyon tenía veinte años cuando recibió esta prueba definitiva de salvación por la fe en Cristo. Fue el 22 de julio de 1668. Después de esta experiencia, dijo: “Nada era más fácil ahora para mí que orar. Las horas pasaban fugazmente, en tanto yo nada podía hacer sino orar. La vehemencia de mi amor no me daba descanso.”
Algún tiempo después, ella podía decir: “Amo a Dios mucho más de lo que el amante más apasionado entre los hombres ama al objeto de su afecto terrenal”. “Este amor de Dios”, dice, “ocupaba mi corazón con tanta constancia y fuerza, que era muy difícil para mí pensar en otra cosa. Nada más me parecía digno de atención”. Agregó después: “Me despedí para siempre de las reuniones que frecuentaba, de los teatros y diversiones, de los bailes, de las caminatas sin propósito y de las fiestas de placer. Las diversiones y placeres tan considerados y estimados por el mundo, me parecían ahora tediosos e insípidos, de forma tal que me preguntaba cómo un día pude haberlos apreciado”.
Madame Guyon tuvo un segundo hijo en 1667, o sea, un año antes de pasar por la notable experiencia ya citada. Su tiempo estaba ahora ocupado en el cuidado de los hijos y la atención a los pobres y necesitados. Ella hacía que muchas jovencitas, hermosas pero pobres, aprendiesen un oficio, a fin de sentirse menos tentadas a llevar una vida de pecado. Hizo también mucho en beneficio de aquellas que ya habían caído en pecado. Con sus recursos, frecuentemente ayudaba a comerciantes y artesanos pobres a iniciar sus propios negocios. Y no cesaba de orar. En sus palabras: “Mi deseo de comunión con Dios era tan fuerte e insaciable que me levantaba a las cuatro de la mañana para orar”. La oración era el mayor deleite de su vida.
Las personas del mundo quedaban sorprendidas al ver a alguien tan joven, tan bella, tan intelectual, enteramente entregada a Dios. La sociedad amante del placer se sentía condenada por su vida, y procuraba perseguirla y ridiculizarla. Ni aun sus propios parientes la comprendían muy bien, y su suegra hacía todo para tornar su vida más difícil que nunca, logrando hasta cierto punto apartarla de su marido y su hijo mayor. Sin embargo, estas pruebas no la perturbaban tanto como lo hacían antes, pues ahora ella las consideraba como siendo permitidas por el Señor para mantenerla en humildad. Una tercera criatura, una hija, nació en 1669. Esta pequeña fue un gran consuelo para ella, aunque estaba destinada a dejarla en breve.
El camino de la consagración
Durante cerca de dos años, las experiencias religiosas de Madame Guyon continuaron profundizándose, pero luego se vio una vez más atraída hasta cierto punto por el mundo. En una visita a París, descuidó sus oraciones y se enredó con la sociedad mundana que había frecuentado antes. Al comprender esto, se apresuró a volver a casa, y su angustia por lo sucedido, al enfrentar su debilidad, era “como un fuego consumidor”. Durante un viaje por muchos lugares de Francia con su marido, en 1670, también tuvo muchas tentaciones para volver a la antigua vida de placer mundano. Su tristeza fue tan grande que incluso sentía que se alegraría si el Señor por su providencia la llevase de este mundo de tentación y pecado. Sus principales tentaciones eran las ropas y las conversaciones mundanas. Mas la reprobación de su conciencia era como un fuego quemando en su interior, y se sentía llena de amargura al reconocer su debilidad. Durante tres meses perdió su anterior comunión con Dios. Como resultado, su alma se volvió a una interrogante acerca de la vida santa. Deseaba que alguien le enseñase cómo vivir con mayor espiritualidad, cómo andar más cerca de Dios, y cómo ser “más que vencedora” en relación al mundo, a la carne y al diablo. Aunque esa era la época de Nicole y Arnaud, de Pascal y Racine, cristianos de percepción espiritual eran escasos entonces en Francia.
Cierto día en que atravesaba uno de los puentes sobre el río Sena, en París, acompañada por un criado, un hombre pobre con hábito religioso apareció de pronto a su lado y empezó a hablarle. “Ese hombre”, dice ella, “me habló de manera maravillosa sobre Dios y las cosas divinas”. Él parecía saber todo sobre la vida de ella, sus virtudes, sus faltas. “Él me dio a entender”, cuenta ella, “que Dios requiere no sólo un corazón del cual se pueda decir que fue perdonado, sino aquel que pueda ser designado propiamente como santo, que no era suficiente con evitar el infierno, sino que él también requería de mí la pureza más profunda y la perfección más absoluta”.
Al sentir su debilidad y necesidad de una experiencia espiritual más profunda, y habiendo recibido un mensaje tan directo de la providencia de Dios, Madame Guyon resolvió en aquel día entregarse de nuevo al Señor. Habiendo aprendido por experiencia que no era posible servir a Dios y al mundo al mismo tiempo, decidió: “A partir de este día, de esta hora, si es posible, perteneceré enteramente al Señor. El mundo no tendrá nada de mí”. Dos años más tarde, preparó y suscribió su histórico Tratado de la Consagración; mas la verdadera consagración parece haber sido completada aquel día.
Golpes purificadores
Ella se rindió sin reservas a la voluntad del Señor, y casi inmediatamente su consagración fue probada por una serie de golpes demoledores que servirían para purificar las impurezas de su naturaleza. Sus ídolos fueron destruidos uno tras otro, hasta que todas sus esperanzas, alegrías y ambiciones se concentraron en el Señor, y él comenzó entonces a usarla poderosamente en la edificación de su reino.
Su belleza, la mayor causa de su orgullo y conformidad con el mundo, fue el primer ídolo en ser derribado. El 4 de octubre de 1670, cuando tenía poco más de 22 años, el golpe cayó sobre ella como un relámpago del cielo. Jeanne cayó víctima de la viruela, en su forma más violenta, y su belleza desapareció casi por completo.
“Pero la devastación exterior fue equilibrada por la paz interior”, dice ella. “Mi alma se mantuvo en un estado de contentamiento mayor del que puede ser expresado.” Todos juzgaban que quedaría inconsolable. Mas lo que dijo fue: “Cuando estaba en cama, sufriendo la privación total de lo que había sido una trampa para mi orgullo, experimenté un gozo indescriptible. Alabé a Dios en profundo silencio”. También afirmó: “Cuando me recuperé lo suficiente para sentarme en la cama, pedí que me trajesen un espejo, y satisfice mi curiosidad mirándome en él. Ya no era más lo que había sido. Vi entonces que mi Padre celestial no había sido infiel en su obra, sino había ordenado el sacrificio en toda su plenitud”.
El ídolo siguiente, entre los que más amaba, fue su hijo menor, a quien era muy allegada. “Este golpe”, dice, “hirió mi corazón. Me sentí derrotada. Sin embargo, Dios me fortaleció en mi debilidad. Yo amaba tiernamente a mi hijo; mas, aunque estuviese perturbada con su muerte, vi la mano del Señor tan claramente que no pude llorar. Lo ofrecí a Dios, y exclamé con las palabras de Job: “El Señor dio, el Señor quitó; sea el nombre del Señor bendito”.
En 1672, su muy amado padre murió, y ese mismo año falleció también su hijita de tres años. Siguió luego la muerte de Genevieve Grainger, su amiga y consejera, y no tuvo ya ningún apoyo carnal a quien apegarse en sus pruebas y dificultades espirituales. En 1676, su marido, que se reconciliara con ella, fue de la misma manera alejado por la muerte. Como Job, ella perdió todo lo que más amaba en el mundo; mas comprobaba que el Señor permitía esas cosas para quebrantar su voluntad y su orgulloso corazón. Percibió nítidamente la mano del Señor en todas esas circunstancias, y exclamó: “¡Oh admirable conducta de mi Dios! No puede haber guía, ni apoyo, para quien tú llevas a las regiones de las tinieblas y de la muerte. No puede haber consejero, ni sustento para el hombre a quien tú has señalado para completa destrucción de su vida natural”. Por “destrucción de la vida natural”, ella quería significar el aniquilamiento de la carnalidad y del egoísmo.
Experiencias más profundas
A pesar de haber sido grandes las tribulaciones mencionadas, Madame Guyon había de pasar aún por una de sus pruebas mayores y más prolongadas. En 1674 entró en lo que más tarde llamó el “estado de privación o desolación”, que duró siete años. Durante todo ese período permaneció sin alegría espiritual, paz, o emociones de cualquier tipo, y tuvo que andar sólo por fe. Aunque continuó con sus devociones y obras de caridad, no sentía el placer y la satisfacción que sintiera antes. Parecía como si Dios no estuviese con ella, y cometió el error de imaginar que realmente eso había ocurrido. Había de aprender ahora a andar por la fe en lugar de hacerlo por sus sentimientos.
Nos sentimos llenos de alegría y paz verdadera cuando creemos (Rom. 15:13). Pero cuando contemplamos nuestros sentimientos y apartamos nuestros ojos del Señor, toda esa alegría y paz nos abandona. Madame Guyon parece haber cometido ese gran error, y durante siete años se mantuvo a la espera de sentimientos y emociones antes de aprender a vivir por sobre ellos y por la simple fe en Dios. Descubrió entonces que la vida de fe es mucho más elevada, santa y dichosa que aquella dominada por los sentimientos y emociones. Había estado pensando más en éstas que en el Señor, más en el don que en el Dador; pero finalmente su vida se alzó victoriosa por sobre las circunstancias y los sentimientos.
Casi siete años después de haber perdido su alegría y emoción, comenzó a tener correspondencia con el padre La Combe, a quien ella guiara a la salvación por la fe años antes. Él fue ahora el instrumento para llevarla hasta la luz límpida y a los rayos del sol de la experiencia cristiana, mostrándole que Dios no la había olvidado como imaginaba, sino que él estaba crucificando el “yo” en la vida de ella. La luz comenzó a surgir en su interior, y la oscuridad gradualmente se fue.
Ella marcó el día 22 de julio de 1680 como el día en que el padre La Combe debería orar especialmente a su favor, en caso de que su carta llegase a tiempo a sus manos. Aunque la distancia era grande, la carta llegó providencialmente a tiempo, y tanto él como Madame Guyon pasaron aquel día en ayuno y oración. Fue un día que quedó grabado en su memoria. Dios oyó y respondió sus oraciones. Las nubes oscuras se desvanecieron de su alma, y torrentes de gloria tomaron su lugar. El Espíritu Santo le abrió los ojos, a fin de reconocer que sus aflicciones eran en verdad las misericordias de Dios ocultas. Eran como túneles tenebrosos que sirven de atajo, a través de montañas de dificultades, hacia los valles de bendiciones que surgieron más adelante. Eran los carros de Dios que la llevaban a lo alto, en dirección al cielo. El vaso había sido purificado y adecuado para su habitación, y el Espíritu de Dios, el Consolador celestial, venía ahora a morar en su corazón. Toda su alma se llenó entonces de su gloria, y todas las cosas parecían plenas de alegría.
En sus “Torrentes espirituales”, describiendo la experiencia que había disfrutado, ella anota: “Sentía una paz profunda que parecía invadir mi alma entera, resultante del hecho de que todos mis deseos eran satisfechos en Dios. Nada temía; esto es, al analizar sus últimos resultados y relaciones, porque mi fe muy sólida ponía a Dios al frente de todas las perplejidades y sucesos.”
En otro punto dice: “Una característica de este grado más elevado de experiencia era una sensación de pureza interior. Mi mente se sentía tan unida a Dios, tan ligada a la naturaleza divina, que nada parecía tener poder para mancillarla y disminuir su pureza. Experimentaba la verdad de la declaración bíblica: Todas las cosas son puras para los puros”. Y, de nuevo, afirma: “A partir de aquella época, percibí que gozaba de libertad. Mi mente pasó a experimentar notable facilidad para hacer y sufrir todo lo que se presentase a la orden de la providencia de Dios. La orden de Dios se volvió su ley”.
Fructificación y plenitud
La vida de Madame Guyon pasó a caracterizarse entonces por gran sencillez y poder. Después de haber encontrado el camino de la salvación por la fe, ella fue el canal que condujo a muchas personas en Francia a la experiencia de la conversión o regeneración. Y ahora, desde que había pasado por una experiencia personal más profunda, rica y plena, comenzó a llevar a muchos otros a la experiencia de la santificación por la fe, o a una experiencia de “victoria sobre la vida del ‘yo’, o muerte del ego”, como acostumbraba llamarla.
Su alma ardía con la unción y el poder del Espíritu Santo, y donde iba era asediada por multitudes de almas hambrientas, sedientas, que venían a ella a fin de obtener el alimento espiritual que sus pastores no podían darles. Reavivamientos de la fe se iniciaban en casi todo lugar que visitaba, y en toda Francia cristianos sinceros comenzaban a buscar la experiencia más profunda que ella enseñaba.
El padre La Combe comenzó a difundir la doctrina con gran unción y poder. Luego, el gran Fénelon fue llevado a una experiencia más completa mediante las oraciones de Mme. Guyon, y él también comenzó a respaldar sus enseñanzas a través de Francia. Así, ellas penetraron en los círculos religiosos poderosos en la corte –entre los Beauvilliers, los Chevreuses, los Montemarts –quienes estaban bajo su dirección espiritual.
Fueron tantas las personas que pasaron a renunciar a su mundanalidad y pecaminosidad, y a consagrarse enteramente a Dios, que los sacerdotes y maestros mundanos comenzaron a sentirse condenados, y se dispusieron a perseguir a Madame Guyon y al padre La Combe, Fénelon y todos los demás que seguían la doctrina del “amor puro” o “muerte completa para la vida del yo”.
El padre La Combe fue arrojado a prisión y tan cruelmente torturado que su razón fue afectada. El corrupto y disoluto rey Luis XIV finalmente arrestó a Madame Guyon en el convento de Santa María. Mas ella había aprendido a sufrir, y soportó con paciencia las persecuciones, creciendo cada vez más espiritualmente. Sus horas en prisión las empleaba en la oración, en la adoración, y escribiendo, aunque estuviese enferma por la falta de aire y otras inconveniencias en su pequeña celda.
Después de ocho meses, sus amigos consiguieron libertarla. Los enemigos habían intentado envenenarla cuando se hallaba en prisión, y ella sufrió por siete años los efectos del veneno. Sin embargo, sus obras eran ya vendidas y leídas en Francia y en muchas otras partes de Europa. A través de ellas, multitudes fueron llevadas a Cristo y a una experiencia espiritual más profunda.
En 1695 fue nuevamente encarcelada por orden del rey, siendo ahora llevada al castillo de Vincennes. Al año siguiente, fue transferida a una prisión en Vaugiard. En 1698 la llevaron a una mazmorra en la Bastilla, la histórica y odiada prisión de París. Allí permaneció siete años, mas era tan grande su fe en Dios, que la celda le parecía un palacio. Después fue desterrada a un pueblo de la diócesis de Blois, donde pasó unos quince años en silencio y aislamiento con su hijo. Así pasó el resto de su vida al servicio del Maestro, muriendo en perfecta paz, y sin siquiera una sombra en cuanto a la plenitud de sus esperanzas y alegría, en el año 1717, a los 69 años de edad.
Madame Guyon dejó cerca de sesenta volúmenes escritos por ella. Muchos de sus más bellos poemas y algunos de sus libros más valiosos fueron escritos durante sus años de prisión. Algunos himnos son muy conocidos, y sus escritos fueron una poderosa influencia para el bien en este mundo de pecado y sufrimiento. Su experiencia cristiana tal vez sea mejor descrita en las siguientes palabras salidas de su pluma:
“Nada me queda, ni lugar ni tiempo;mi país es cualquiera;me siento tranquila y libre de cuidados,en cualquier lugar, pues allí Dios está”.
En 1651, la Duquesa de Mont-bason llegó a Montargis, a fin de residir con las monjas benedictinas establecidas allí, y pidió al padre de Jeanne que permitiese que ésta, de cuatro años de edad, le hiciese compañía. Durante su estadía allí, la niña vino a comprender su necesidad de un Salvador por medio de un sueño que tuvo respecto de la miseria futura de los pecadores impenitentes; y entregó entonces definitivamente su vida y su corazón a Dios.
A los diez años de edad, Jeanne fue colocada en un convento para proseguir su educación. Cierto día encontró una Biblia, y como le gustaba mucho leer, ella se absorbió en su lectura. “Pasaba días enteros leyendo la Biblia”, cuenta, “sin prestar atención a ningún otro libro o a nada más, desde la mañana a la noche. Y como tenía buena memoria, memoricé completas las secciones históricas”. Este estudio de las Escrituras, sin duda, puso los fundamentos de su maravillosa vida de devoción y piedad. Por este tiempo se hizo sentir sobre su vida la importante influencia de una de sus hermanastras, quien suplió en parte la falta de preocupación de su madre.
Jeanne creció, y sus rasgos comenzaron a mostrar aquella belleza que más tarde la distinguió. La madre, contenta con su apariencia, se esmeraba en vestirla bien. El mundo la conquistó, y Cristo quedó casi olvidado. Tales cambios ocurrieron con frecuencia en sus primeras experiencias. Un día tenía buenos pensamientos y resoluciones, y al día siguiente todo quedaba atrás, y la vanidad y la mundanalidad llenaban su vida.
Un joven piadoso, un primo llamado De Tossi, yendo como misionero a Cochinchina, al pasar por Montargis, visitó a la familia. Su visita fue breve, pero impresionó profundamente a Jeanne, aunque entonces no estaba en casa ni vio a su primo. Cuando le contaron sobre su consagración y santidad, el corazón de ella se afligió tanto, que lloró el resto del día y la noche. Quedó conmovida con la idea de la diferencia entre su propia vida mundana y la vida piadosa de su primo. Toda su alma despertó entonces para tomar conciencia de su verdadera condición espiritual. Intentó renunciar a su mundanalidad, procuró adoptar una disposición mental religiosa y obtener perdón de todos a quienes pudiese haber perjudicado de cualquier forma. Visitó a los pobres, les llevó alimento y ropa, les enseñó el catecismo, y pasaba mucho tiempo leyendo y orando. Leyó libros devocionales como “La vida de Madame de Chantal” y las obras de Tomás de Kempis y Francisco de Sales. Procuraba imitar la piedad de ellos; sin embargo, todavía no hallaba la paz y el descanso del alma por medio de la fe en Cristo.
Tras un año de búsqueda sincera de Dios, se apasionó profundamente por un joven, un pariente próximo, aunque tenía apenas catorce años. Su mente estaba tan ocupada pensando en él que descuidó sus oraciones y comenzó a buscar en el amor terrenal el disfrute que buscara antes en Dios. A pesar de mantener aún una apariencia de piedad, en lo íntimo ésta le era indiferente. Comenzó a leer novelas románticas, y a pasar mucho tiempo delante del espejo, así que se volvió excesivamente vana. El mundo la tenía mucho en cuenta, pero su corazón no era recto delante de Dios.
En el año 1663, la familia La Mothe se trasladó a París, un paso que no les benefició espiritualmente. París era una ciudad alegre, sedienta de placeres, especialmente durante el reinado de Luis XIV, y la vanidad de Mademoiselle La Mothe creció insoportablemente. Tanto ella como sus padres se tornaron extremadamente mundanos, bajo la influencia de la sociedad a la que habían ingresado. El mundo le parecía ahora el único objeto digno de ser conquistado y poseído. Su belleza, dotes intelectuales y conversación brillante hicieron de ella una favorita en la sociedad. Su futuro marido, M. Jacques Guyon, hombre de gran riqueza, y muchos otros, pedirían su mano en casamiento.
El orgullo es tocado
Aunque no se sentía muy atraída a Monsieur Guyon, su padre acordó el casamiento, y ella accedió a su deseo. La boda tuvo lugar en 1664. Jeanne tenía casi 16 años, mientras su marido tenía ya 38. Luego descubrió que la casa a la cual fue llevada se volvería para ella una “casa de luto”. La suegra, mujer poco refinada, la gobernaba con mano de hierro, y aun la hostilizaba. El marido tenía buenas cualidades y la apreciaba mucho, pero diversas enfermedades físicas y sufrimientos a que estaba sujeto, además de la gran diferencia de edad entre él y su joven esposa, y el genio de la suegra, hicieron difícil su vida de recién casada. Su gran inteligencia y sensibilidad agudizaron aún más sus sufrimientos. Sus esperanzas terrenales fueron destruidas.
Más tarde, sin embargo, ella reconoció que todo había sido dispuesto misericordiosamente a fin de llamarla de aquella vida de orgullo y superficialidad. Dios permitiría que ella atravesase el fuego del horno de la aflicción, para que las impurezas fuesen removidas, y ella pudiese presentarse como un vaso de oro puro. “Era tal la fuerza de mi orgullo natural”, cuenta ella, “que nada aparte de una dispensación de sufrimiento podría haber quebrantado mi espíritu y hacerme volver a Dios”.
A pesar de haber comido el pan de la tristeza y mezclado con lágrimas su bebida, todo eso hizo que su alma se dirigiese a Dios y ella empezó a buscarlo, pidiendo su consuelo en sus tribulaciones. Poco después de un año de casada, tuvo un hijo, y sintió la necesidad de aproximarse a Dios, tanto por causa de él como por la suya propia.
Una calamidad tras otra sobrevinieron a Madame Guyon. Poco después de nacer su hijo, el marido perdió gran parte de su enorme fortuna, y esto amargó mucho a su avarienta suegra, quien solía responsabilizarla de todas sus desgracias. En el segundo año de matrimonio cayó enferma, y parecía a las puertas de la muerte; sin embargo, su enfermedad fue un medio de hacerla pensar más en las cosas espirituales. Su querida hermanastra murió, y después su madre. Con amargura aprendió que sólo podía encontrar descanso en Dios, y ahora lo buscó con sinceridad, y lo encontró, y nunca más se apartó de él.
A través de las obras de Kempis, de Sales, y la vida de Mme. Chantal, y de conversaciones con una piadosa dama inglesa, Madame Guyon aprendería mucho con respecto a las cosas espirituales. Después de una ausencia de cuatro años, su primo regresó de Cochinchina y su visita la ayudó espiritualmente.
El gozo de la salvación
Un humilde monje franciscano se sintió guiado por Dios para ir a verla, y él también le fue de gran ayuda. Fue este franciscano el primero que la llevó a ver claramente la necesidad de buscar a Cristo por la fe y no mediante obras externas, como lo había estado haciendo hasta entonces. Instruida por él, llegó a comprender que la verdadera fe era un asunto del corazón y del alma, y no una simple rutina de deberes y observancias ceremoniales como supusiera. “En aquel momento me sentí profundamente herida por el amor de Dios –una herida tan indescriptible que deseé jamás fuera curada. Tales palabras trajeron a mi corazón aquello que venía buscando por tantos años; o sea, me hicieron descubrir lo que allí se hallaba, y que de nada me servía por falta de conocimiento... Mi corazón había cambiado; Dios se hallaba allí; desde aquel momento Él me había dado una experiencia de su presencia en mi alma, no simplemente como un objeto percibido en el intelecto por la aplicación de la mente, sino como algo realmente poseído de la manera más dulce posible. Pude sentir esas palabras de Cantares: ‘Tu nombre es como ungüento derramado; por eso las doncellas te aman’; pues percibí en mi alma una unción que, como un bálsamo saludable, sanó en un instante todas mis heridas.”
Madame Guyon tenía veinte años cuando recibió esta prueba definitiva de salvación por la fe en Cristo. Fue el 22 de julio de 1668. Después de esta experiencia, dijo: “Nada era más fácil ahora para mí que orar. Las horas pasaban fugazmente, en tanto yo nada podía hacer sino orar. La vehemencia de mi amor no me daba descanso.”
Algún tiempo después, ella podía decir: “Amo a Dios mucho más de lo que el amante más apasionado entre los hombres ama al objeto de su afecto terrenal”. “Este amor de Dios”, dice, “ocupaba mi corazón con tanta constancia y fuerza, que era muy difícil para mí pensar en otra cosa. Nada más me parecía digno de atención”. Agregó después: “Me despedí para siempre de las reuniones que frecuentaba, de los teatros y diversiones, de los bailes, de las caminatas sin propósito y de las fiestas de placer. Las diversiones y placeres tan considerados y estimados por el mundo, me parecían ahora tediosos e insípidos, de forma tal que me preguntaba cómo un día pude haberlos apreciado”.
Madame Guyon tuvo un segundo hijo en 1667, o sea, un año antes de pasar por la notable experiencia ya citada. Su tiempo estaba ahora ocupado en el cuidado de los hijos y la atención a los pobres y necesitados. Ella hacía que muchas jovencitas, hermosas pero pobres, aprendiesen un oficio, a fin de sentirse menos tentadas a llevar una vida de pecado. Hizo también mucho en beneficio de aquellas que ya habían caído en pecado. Con sus recursos, frecuentemente ayudaba a comerciantes y artesanos pobres a iniciar sus propios negocios. Y no cesaba de orar. En sus palabras: “Mi deseo de comunión con Dios era tan fuerte e insaciable que me levantaba a las cuatro de la mañana para orar”. La oración era el mayor deleite de su vida.
Las personas del mundo quedaban sorprendidas al ver a alguien tan joven, tan bella, tan intelectual, enteramente entregada a Dios. La sociedad amante del placer se sentía condenada por su vida, y procuraba perseguirla y ridiculizarla. Ni aun sus propios parientes la comprendían muy bien, y su suegra hacía todo para tornar su vida más difícil que nunca, logrando hasta cierto punto apartarla de su marido y su hijo mayor. Sin embargo, estas pruebas no la perturbaban tanto como lo hacían antes, pues ahora ella las consideraba como siendo permitidas por el Señor para mantenerla en humildad. Una tercera criatura, una hija, nació en 1669. Esta pequeña fue un gran consuelo para ella, aunque estaba destinada a dejarla en breve.
El camino de la consagración
Durante cerca de dos años, las experiencias religiosas de Madame Guyon continuaron profundizándose, pero luego se vio una vez más atraída hasta cierto punto por el mundo. En una visita a París, descuidó sus oraciones y se enredó con la sociedad mundana que había frecuentado antes. Al comprender esto, se apresuró a volver a casa, y su angustia por lo sucedido, al enfrentar su debilidad, era “como un fuego consumidor”. Durante un viaje por muchos lugares de Francia con su marido, en 1670, también tuvo muchas tentaciones para volver a la antigua vida de placer mundano. Su tristeza fue tan grande que incluso sentía que se alegraría si el Señor por su providencia la llevase de este mundo de tentación y pecado. Sus principales tentaciones eran las ropas y las conversaciones mundanas. Mas la reprobación de su conciencia era como un fuego quemando en su interior, y se sentía llena de amargura al reconocer su debilidad. Durante tres meses perdió su anterior comunión con Dios. Como resultado, su alma se volvió a una interrogante acerca de la vida santa. Deseaba que alguien le enseñase cómo vivir con mayor espiritualidad, cómo andar más cerca de Dios, y cómo ser “más que vencedora” en relación al mundo, a la carne y al diablo. Aunque esa era la época de Nicole y Arnaud, de Pascal y Racine, cristianos de percepción espiritual eran escasos entonces en Francia.
Cierto día en que atravesaba uno de los puentes sobre el río Sena, en París, acompañada por un criado, un hombre pobre con hábito religioso apareció de pronto a su lado y empezó a hablarle. “Ese hombre”, dice ella, “me habló de manera maravillosa sobre Dios y las cosas divinas”. Él parecía saber todo sobre la vida de ella, sus virtudes, sus faltas. “Él me dio a entender”, cuenta ella, “que Dios requiere no sólo un corazón del cual se pueda decir que fue perdonado, sino aquel que pueda ser designado propiamente como santo, que no era suficiente con evitar el infierno, sino que él también requería de mí la pureza más profunda y la perfección más absoluta”.
Al sentir su debilidad y necesidad de una experiencia espiritual más profunda, y habiendo recibido un mensaje tan directo de la providencia de Dios, Madame Guyon resolvió en aquel día entregarse de nuevo al Señor. Habiendo aprendido por experiencia que no era posible servir a Dios y al mundo al mismo tiempo, decidió: “A partir de este día, de esta hora, si es posible, perteneceré enteramente al Señor. El mundo no tendrá nada de mí”. Dos años más tarde, preparó y suscribió su histórico Tratado de la Consagración; mas la verdadera consagración parece haber sido completada aquel día.
Golpes purificadores
Ella se rindió sin reservas a la voluntad del Señor, y casi inmediatamente su consagración fue probada por una serie de golpes demoledores que servirían para purificar las impurezas de su naturaleza. Sus ídolos fueron destruidos uno tras otro, hasta que todas sus esperanzas, alegrías y ambiciones se concentraron en el Señor, y él comenzó entonces a usarla poderosamente en la edificación de su reino.
Su belleza, la mayor causa de su orgullo y conformidad con el mundo, fue el primer ídolo en ser derribado. El 4 de octubre de 1670, cuando tenía poco más de 22 años, el golpe cayó sobre ella como un relámpago del cielo. Jeanne cayó víctima de la viruela, en su forma más violenta, y su belleza desapareció casi por completo.
“Pero la devastación exterior fue equilibrada por la paz interior”, dice ella. “Mi alma se mantuvo en un estado de contentamiento mayor del que puede ser expresado.” Todos juzgaban que quedaría inconsolable. Mas lo que dijo fue: “Cuando estaba en cama, sufriendo la privación total de lo que había sido una trampa para mi orgullo, experimenté un gozo indescriptible. Alabé a Dios en profundo silencio”. También afirmó: “Cuando me recuperé lo suficiente para sentarme en la cama, pedí que me trajesen un espejo, y satisfice mi curiosidad mirándome en él. Ya no era más lo que había sido. Vi entonces que mi Padre celestial no había sido infiel en su obra, sino había ordenado el sacrificio en toda su plenitud”.
El ídolo siguiente, entre los que más amaba, fue su hijo menor, a quien era muy allegada. “Este golpe”, dice, “hirió mi corazón. Me sentí derrotada. Sin embargo, Dios me fortaleció en mi debilidad. Yo amaba tiernamente a mi hijo; mas, aunque estuviese perturbada con su muerte, vi la mano del Señor tan claramente que no pude llorar. Lo ofrecí a Dios, y exclamé con las palabras de Job: “El Señor dio, el Señor quitó; sea el nombre del Señor bendito”.
En 1672, su muy amado padre murió, y ese mismo año falleció también su hijita de tres años. Siguió luego la muerte de Genevieve Grainger, su amiga y consejera, y no tuvo ya ningún apoyo carnal a quien apegarse en sus pruebas y dificultades espirituales. En 1676, su marido, que se reconciliara con ella, fue de la misma manera alejado por la muerte. Como Job, ella perdió todo lo que más amaba en el mundo; mas comprobaba que el Señor permitía esas cosas para quebrantar su voluntad y su orgulloso corazón. Percibió nítidamente la mano del Señor en todas esas circunstancias, y exclamó: “¡Oh admirable conducta de mi Dios! No puede haber guía, ni apoyo, para quien tú llevas a las regiones de las tinieblas y de la muerte. No puede haber consejero, ni sustento para el hombre a quien tú has señalado para completa destrucción de su vida natural”. Por “destrucción de la vida natural”, ella quería significar el aniquilamiento de la carnalidad y del egoísmo.
Experiencias más profundas
A pesar de haber sido grandes las tribulaciones mencionadas, Madame Guyon había de pasar aún por una de sus pruebas mayores y más prolongadas. En 1674 entró en lo que más tarde llamó el “estado de privación o desolación”, que duró siete años. Durante todo ese período permaneció sin alegría espiritual, paz, o emociones de cualquier tipo, y tuvo que andar sólo por fe. Aunque continuó con sus devociones y obras de caridad, no sentía el placer y la satisfacción que sintiera antes. Parecía como si Dios no estuviese con ella, y cometió el error de imaginar que realmente eso había ocurrido. Había de aprender ahora a andar por la fe en lugar de hacerlo por sus sentimientos.
Nos sentimos llenos de alegría y paz verdadera cuando creemos (Rom. 15:13). Pero cuando contemplamos nuestros sentimientos y apartamos nuestros ojos del Señor, toda esa alegría y paz nos abandona. Madame Guyon parece haber cometido ese gran error, y durante siete años se mantuvo a la espera de sentimientos y emociones antes de aprender a vivir por sobre ellos y por la simple fe en Dios. Descubrió entonces que la vida de fe es mucho más elevada, santa y dichosa que aquella dominada por los sentimientos y emociones. Había estado pensando más en éstas que en el Señor, más en el don que en el Dador; pero finalmente su vida se alzó victoriosa por sobre las circunstancias y los sentimientos.
Casi siete años después de haber perdido su alegría y emoción, comenzó a tener correspondencia con el padre La Combe, a quien ella guiara a la salvación por la fe años antes. Él fue ahora el instrumento para llevarla hasta la luz límpida y a los rayos del sol de la experiencia cristiana, mostrándole que Dios no la había olvidado como imaginaba, sino que él estaba crucificando el “yo” en la vida de ella. La luz comenzó a surgir en su interior, y la oscuridad gradualmente se fue.
Ella marcó el día 22 de julio de 1680 como el día en que el padre La Combe debería orar especialmente a su favor, en caso de que su carta llegase a tiempo a sus manos. Aunque la distancia era grande, la carta llegó providencialmente a tiempo, y tanto él como Madame Guyon pasaron aquel día en ayuno y oración. Fue un día que quedó grabado en su memoria. Dios oyó y respondió sus oraciones. Las nubes oscuras se desvanecieron de su alma, y torrentes de gloria tomaron su lugar. El Espíritu Santo le abrió los ojos, a fin de reconocer que sus aflicciones eran en verdad las misericordias de Dios ocultas. Eran como túneles tenebrosos que sirven de atajo, a través de montañas de dificultades, hacia los valles de bendiciones que surgieron más adelante. Eran los carros de Dios que la llevaban a lo alto, en dirección al cielo. El vaso había sido purificado y adecuado para su habitación, y el Espíritu de Dios, el Consolador celestial, venía ahora a morar en su corazón. Toda su alma se llenó entonces de su gloria, y todas las cosas parecían plenas de alegría.
En sus “Torrentes espirituales”, describiendo la experiencia que había disfrutado, ella anota: “Sentía una paz profunda que parecía invadir mi alma entera, resultante del hecho de que todos mis deseos eran satisfechos en Dios. Nada temía; esto es, al analizar sus últimos resultados y relaciones, porque mi fe muy sólida ponía a Dios al frente de todas las perplejidades y sucesos.”
En otro punto dice: “Una característica de este grado más elevado de experiencia era una sensación de pureza interior. Mi mente se sentía tan unida a Dios, tan ligada a la naturaleza divina, que nada parecía tener poder para mancillarla y disminuir su pureza. Experimentaba la verdad de la declaración bíblica: Todas las cosas son puras para los puros”. Y, de nuevo, afirma: “A partir de aquella época, percibí que gozaba de libertad. Mi mente pasó a experimentar notable facilidad para hacer y sufrir todo lo que se presentase a la orden de la providencia de Dios. La orden de Dios se volvió su ley”.
Fructificación y plenitud
La vida de Madame Guyon pasó a caracterizarse entonces por gran sencillez y poder. Después de haber encontrado el camino de la salvación por la fe, ella fue el canal que condujo a muchas personas en Francia a la experiencia de la conversión o regeneración. Y ahora, desde que había pasado por una experiencia personal más profunda, rica y plena, comenzó a llevar a muchos otros a la experiencia de la santificación por la fe, o a una experiencia de “victoria sobre la vida del ‘yo’, o muerte del ego”, como acostumbraba llamarla.
Su alma ardía con la unción y el poder del Espíritu Santo, y donde iba era asediada por multitudes de almas hambrientas, sedientas, que venían a ella a fin de obtener el alimento espiritual que sus pastores no podían darles. Reavivamientos de la fe se iniciaban en casi todo lugar que visitaba, y en toda Francia cristianos sinceros comenzaban a buscar la experiencia más profunda que ella enseñaba.
El padre La Combe comenzó a difundir la doctrina con gran unción y poder. Luego, el gran Fénelon fue llevado a una experiencia más completa mediante las oraciones de Mme. Guyon, y él también comenzó a respaldar sus enseñanzas a través de Francia. Así, ellas penetraron en los círculos religiosos poderosos en la corte –entre los Beauvilliers, los Chevreuses, los Montemarts –quienes estaban bajo su dirección espiritual.
Fueron tantas las personas que pasaron a renunciar a su mundanalidad y pecaminosidad, y a consagrarse enteramente a Dios, que los sacerdotes y maestros mundanos comenzaron a sentirse condenados, y se dispusieron a perseguir a Madame Guyon y al padre La Combe, Fénelon y todos los demás que seguían la doctrina del “amor puro” o “muerte completa para la vida del yo”.
El padre La Combe fue arrojado a prisión y tan cruelmente torturado que su razón fue afectada. El corrupto y disoluto rey Luis XIV finalmente arrestó a Madame Guyon en el convento de Santa María. Mas ella había aprendido a sufrir, y soportó con paciencia las persecuciones, creciendo cada vez más espiritualmente. Sus horas en prisión las empleaba en la oración, en la adoración, y escribiendo, aunque estuviese enferma por la falta de aire y otras inconveniencias en su pequeña celda.
Después de ocho meses, sus amigos consiguieron libertarla. Los enemigos habían intentado envenenarla cuando se hallaba en prisión, y ella sufrió por siete años los efectos del veneno. Sin embargo, sus obras eran ya vendidas y leídas en Francia y en muchas otras partes de Europa. A través de ellas, multitudes fueron llevadas a Cristo y a una experiencia espiritual más profunda.
En 1695 fue nuevamente encarcelada por orden del rey, siendo ahora llevada al castillo de Vincennes. Al año siguiente, fue transferida a una prisión en Vaugiard. En 1698 la llevaron a una mazmorra en la Bastilla, la histórica y odiada prisión de París. Allí permaneció siete años, mas era tan grande su fe en Dios, que la celda le parecía un palacio. Después fue desterrada a un pueblo de la diócesis de Blois, donde pasó unos quince años en silencio y aislamiento con su hijo. Así pasó el resto de su vida al servicio del Maestro, muriendo en perfecta paz, y sin siquiera una sombra en cuanto a la plenitud de sus esperanzas y alegría, en el año 1717, a los 69 años de edad.
Madame Guyon dejó cerca de sesenta volúmenes escritos por ella. Muchos de sus más bellos poemas y algunos de sus libros más valiosos fueron escritos durante sus años de prisión. Algunos himnos son muy conocidos, y sus escritos fueron una poderosa influencia para el bien en este mundo de pecado y sufrimiento. Su experiencia cristiana tal vez sea mejor descrita en las siguientes palabras salidas de su pluma:
“Nada me queda, ni lugar ni tiempo;mi país es cualquiera;me siento tranquila y libre de cuidados,en cualquier lugar, pues allí Dios está”.
jueves, 13 de noviembre de 2008
AYUDANDO A MI HIJA A SER UNA MUJER DE DIOS
Jehová es la mujer prudente” Proverbios 19.14
Ahora bien, supongo que estamos de acuerdo en que un buen ejemplo es importante, pero Dios no prepara a tu hija para ser una mujer espiritual como premio a tu devoción, sino que exige, además, un proceso largo de enseñanza justa, de tiempo, de ejemplo y de oración. La Biblia y la historia nos ilustran sobre cuántos hombres y mujeres de Dios ejemplares no lograron formar bien ejemplares no lograron formar bien a sus hijos e hijas. Y si bien los riesgos siempre existen. Dios ha dado hermosas promesas para quienes trabajan formando hijos.
Déjame proponerte caminar juntas por algunas de las preguntas claves. Veamos:
¿Ve tu hija al Señor Jesucristo como su propio Salvador y Señor?
Discúlpame que comience por aquí. Sin duda, pensarás que es irrisorio preguntar eso a alguien que quiere hacer de su hija una buena hija del Altísimo, pero sé por qué hago esta pregunta. Trabajamos mucho con mi esposo entre la juventud y nos encontramos muy a menudo con hijos de creyentes que esconden serias dudas sobre su salvación personal y efectiva. Es más, muchos aseguran no haber tenido nunca la experiencia de la conversión. Entre las muchas cosas que algunos padres dan erróneamente por sentado en cuanto a sus hijos, ésta suele ser una. Y es fundamental, por eso hago la pregunta: ¿Ha nacido de nuevo tu hija?. ¿Ve en Jesucristo su personal Señor y Salvador?.
Estoy segura de que te has preocupado por enseñarle todo acerca de nuestro querido Salvador, pero si tu hija es muy pequeña aún y no lo ha hecho, o si ella no tiene la seguridad de haber hecho una entrega de su vida a Cristo... ¡hoy es el día!. ¿Qué mejor experiencia que hacerlo tú misma?. Guíala a un encuentro con El y estará lista para comenzar ese camino largo, trascendente y vital, el camino para llegar a ser una mujer de Dios.
¿Ve tu hija en ti a una fiel administradora de tus palabras y de tu vocabulario en cualquier circunstancia?
Siempre son necesarias las palabras en el momento justo. Quizá hemos fallado y lo mejor es una buena charla con ella para dejar todo en claro y aun, si hace falta, pedir perdón... ¡y hacerlo YA!. ¿Qué crees? ¿que perdemos o que ganamos autoridad si nos disculpamos delante de nuestra hija?.
Por otro lado, ¿cómo te escucha hablar y reaccionar cuando ocurre algo inesperado y molesto?.
¿Sabe tu hija que la amas?
Me dirás: "¡Por supuesto que la amo! ¡Ella se debe dar cuenta que la quiero! "¡Hago tantas cosas para día...!". Y lo creo, pero quizá en este momento está necesitando algo más. Tómala en tus brazos, no importa la edad, y dile cuánto las amas y cuan importante es ella para ti. ¡Te sorprenderás por los resultados!
¿Ve tu hija en ti a “Su mamá” o a la “Sierva del Señor”?
Hace algunos años asistí al sepelio de una gran sierva del Señor. Junto al féretro, su hija, entre lágrimas repetía: Fue una gran sierva de Dios pero yo nunca tuve mamá.
Deseo contarles algo íntimo que me ocurrió con mi hija Elizabeth. Debía viajar a una ciudad del interior de mi país. Argentina, para hablar en unas conferencias. Al salir de mi hogar ella me entregó una carta para que la leyera estando ya en viaje. Al abrirla recibí uno de los mejores regalos de mi vida de madre y sierva del Señor. ''''Gracias por ser mi mamá, gracias por... gracias porque cuando... gracias porque..." e iba describiendo distintos momentos en la vida nuestra, y finalizaba diciendo: "pero ahora me doy cuenta que el Señor te ha hecho una sierva de Dios".
Ocupémonos de demostrarle que somos la mamá que ella necesita. Lo demás se lo va a declarar el Señor.
¿Ve tu hija cuan agradecidas estamos por ser mujeres?
Dios nos ha dado el privilegio y la responsabilidad de ser mujer y corno tales debemos volcar ese sentir en nuestra hija. Conozco una madre que cuando su hija "se convirtió en mujercita", se encerró en su habitación a llorar dejando a su hija tremendamente sorprendida. Su hija pasaba por la rara y difícil experiencia de su primer período menstrual, y al contárselo a su madre, ésta llora encerrada en un cuarto. ¿No hubiese sido una excelente idea cambiar sus lágrimas por una pequeña fiesta al ver que su hija "se recibió" de señorita?
Hablemos con nuestra hija para que, como madres, sepamos volcar en ellas todos los privilegios que enmarcan la vida de mujer. Charlemos de cuántas ventajas Dios nos ha dado y de la hermosura de ser mujer.
Cuanto más se acepte a sí misma, tal como Dios la ha hecho, tanto más fácil le será convertirse en una mujer de Dios, y mientras más alta estima tenga del rol femenino que le ha tocado vivir, más amará a Aquel que la hizo mujer.
¿Te ve tu hija como una mujer llena de encanto, coquetería y pulcritud?
¡No le confundas! ¡Ella quiere una mamá de quien estar orgullosa! Alguien dijo: "Qué lástima da ver a una mujer que ha crecido en belleza interior pero que no ha hecho nada por proveer un marco adecuado para albergarla".
A nuestras hijas les agrada que mamá, aunque sea en forma sencilla, mantenga su encanto. El arreglo personal es bien visto en todas las personas, pero en la mujer cobra un sentido especial. Por el hecho de que muchísimas mujeres sólo dan importancia a su apariencia y hasta hay quienes se exceden en ello, muchas mujeres creyentes piensan que dar lugar al arreglo personal y a la coquetería es todo frivolidad y no hay provecho en ello, pero no es así. Nuestra vida no debe depender de ello, pero es parte de ser mujer. La coquetería en una mujer es parte de sí misma, no es algo cultural. Lo cultural es el cómo.
¿Ve tu hija que te esfuerzas por darle el tiempo en que te necesita?
Muchas veces decimos: "Más vale la calidad del tiempo que la cantidad". ¡Cuidado! Esa puede ser una excusa para non darle lo que ella necesita. Quizás pasamos mucho tiempo escuchando a tantas otras mujeres que nos cuentan sus problemas y por ellas estamos orando.... y nuestra hija esperando...
Cuando fuimos al seminario, compartimos con mi esposo el tiempo de estudio junto a otros matrimonios que también se entrenaban para salir de misioneros. En ese entonces, cierta mañana sentí que alguien golpeaba a la puerta de nuestra sala. Al abrir vi a una de mis queridas compañeras. Con lágrimas en sus ojos me contó su experiencia: "Anoche hablé con mi hija de 11 años y le dije que quería mantener con ella una buena conversación. Su respuesta fue: ''Encantada mamá, pero primero tengo algo que decirte a Dios’. Y con palabras entrecortadas por la emoción, su hija oró:
''Gracias Señor, gracias porque hoy mamá, después de tanto tiempo de espera, tiene tiempo para mí''.
Con lógica preocupación, esta preciosa madre me siguió diciendo: "Yo quiero ir a ganar a los niños de la China y aquí, en mi casa, se perdía mi propia hija."
La comunicación que se corta es muy difícil recuperarla. Si somos conscientes que no andamos bien en esto y hace tiempo que nuestra comunicación es débil, ¡dejemos todo!. ¡Ahora es el momento!. Busquemos la mejor forma de iniciar el diálogo.
Una idea práctica seria fijar una cita semanal para que ella sepa que su mamá es toda para ella. Quizá puedan jugar, salir y divertirse juntas. Les puedo asegurar que da grandes resultados a cualquier edad y aun con nuestras hijas casadas.
¿Ve tu hija cómo amas y respetas a tu esposo, su padre?
Un famoso escritor narra, en uno de sus libros, que cuando era pequeño vivió algo que nunca pudo borrar de su mente. Estaba él jugando con sus hermanitos y su papá regresaba del trabajo. Abría la puerta y se dirigía directamente a buscar a su esposa para darle un abrazo y un largo beso. Y comenta el autor:"... nosotros nos poníamos a mirar y al ver a mamá y a papá que se amaban, eso nos daba seguridad".
No puede mi hija tomarme como ejemplo si no llevo una vida cercana a mi marido. ¿Es posible transmitirle mi romanticismo y mi deleite como pareja?. Mi sujeción amorosa como esposa será modelo para cuando Dios le dé su propio hogar, y pueda decir "Me lo enseñó el Señor a través de mi mamá".
¿Ve tu hija que amas a Dios?
"¡Por supuesto!". "¡Le estamos sirviendo!", dirás. Sin embargo, quizá haga falta que nos hagamos algunas preguntas. ¿Cuántas veces te encontró de rodillas? ¿Cuántas veces tuvo que medirte por tus reacciones?
¿Cuántas veces te oyó decir "Antes de decidir debo consultarlo con el Señor?". En este aspecto, puede asaltamos la gran tentación de hablar y actuar para que nos vean y eso es lamentable. Cuando oramos de rodillas con las puertas abiertas esperando que alguien nos vea, podremos lograr conseguir esa imagen delante de los nuestros pero Dios ha dado vuelta su cara, porque así El no escucha. Pero la vida devocional constante y genuina de una persona trasciende a la intimidad; va más allá de lo físico. Y no es en la "pompa espiritual" donde demostramos nuestro amor a Dios, sino en los más pequeños y cotidianos detalles.
Si quieres que tu hija sea una mujer de Dios, ella debe ver que funciona, debe verte como una mujer que convive con Dios.
Déjame proponerte caminar juntas por algunas de las preguntas claves. Veamos:
¿Ve tu hija al Señor Jesucristo como su propio Salvador y Señor?
Discúlpame que comience por aquí. Sin duda, pensarás que es irrisorio preguntar eso a alguien que quiere hacer de su hija una buena hija del Altísimo, pero sé por qué hago esta pregunta. Trabajamos mucho con mi esposo entre la juventud y nos encontramos muy a menudo con hijos de creyentes que esconden serias dudas sobre su salvación personal y efectiva. Es más, muchos aseguran no haber tenido nunca la experiencia de la conversión. Entre las muchas cosas que algunos padres dan erróneamente por sentado en cuanto a sus hijos, ésta suele ser una. Y es fundamental, por eso hago la pregunta: ¿Ha nacido de nuevo tu hija?. ¿Ve en Jesucristo su personal Señor y Salvador?.
Estoy segura de que te has preocupado por enseñarle todo acerca de nuestro querido Salvador, pero si tu hija es muy pequeña aún y no lo ha hecho, o si ella no tiene la seguridad de haber hecho una entrega de su vida a Cristo... ¡hoy es el día!. ¿Qué mejor experiencia que hacerlo tú misma?. Guíala a un encuentro con El y estará lista para comenzar ese camino largo, trascendente y vital, el camino para llegar a ser una mujer de Dios.
¿Ve tu hija en ti a una fiel administradora de tus palabras y de tu vocabulario en cualquier circunstancia?
Siempre son necesarias las palabras en el momento justo. Quizá hemos fallado y lo mejor es una buena charla con ella para dejar todo en claro y aun, si hace falta, pedir perdón... ¡y hacerlo YA!. ¿Qué crees? ¿que perdemos o que ganamos autoridad si nos disculpamos delante de nuestra hija?.
Por otro lado, ¿cómo te escucha hablar y reaccionar cuando ocurre algo inesperado y molesto?.
¿Sabe tu hija que la amas?
Me dirás: "¡Por supuesto que la amo! ¡Ella se debe dar cuenta que la quiero! "¡Hago tantas cosas para día...!". Y lo creo, pero quizá en este momento está necesitando algo más. Tómala en tus brazos, no importa la edad, y dile cuánto las amas y cuan importante es ella para ti. ¡Te sorprenderás por los resultados!
¿Ve tu hija en ti a “Su mamá” o a la “Sierva del Señor”?
Hace algunos años asistí al sepelio de una gran sierva del Señor. Junto al féretro, su hija, entre lágrimas repetía: Fue una gran sierva de Dios pero yo nunca tuve mamá.
Deseo contarles algo íntimo que me ocurrió con mi hija Elizabeth. Debía viajar a una ciudad del interior de mi país. Argentina, para hablar en unas conferencias. Al salir de mi hogar ella me entregó una carta para que la leyera estando ya en viaje. Al abrirla recibí uno de los mejores regalos de mi vida de madre y sierva del Señor. ''''Gracias por ser mi mamá, gracias por... gracias porque cuando... gracias porque..." e iba describiendo distintos momentos en la vida nuestra, y finalizaba diciendo: "pero ahora me doy cuenta que el Señor te ha hecho una sierva de Dios".
Ocupémonos de demostrarle que somos la mamá que ella necesita. Lo demás se lo va a declarar el Señor.
¿Ve tu hija cuan agradecidas estamos por ser mujeres?
Dios nos ha dado el privilegio y la responsabilidad de ser mujer y corno tales debemos volcar ese sentir en nuestra hija. Conozco una madre que cuando su hija "se convirtió en mujercita", se encerró en su habitación a llorar dejando a su hija tremendamente sorprendida. Su hija pasaba por la rara y difícil experiencia de su primer período menstrual, y al contárselo a su madre, ésta llora encerrada en un cuarto. ¿No hubiese sido una excelente idea cambiar sus lágrimas por una pequeña fiesta al ver que su hija "se recibió" de señorita?
Hablemos con nuestra hija para que, como madres, sepamos volcar en ellas todos los privilegios que enmarcan la vida de mujer. Charlemos de cuántas ventajas Dios nos ha dado y de la hermosura de ser mujer.
Cuanto más se acepte a sí misma, tal como Dios la ha hecho, tanto más fácil le será convertirse en una mujer de Dios, y mientras más alta estima tenga del rol femenino que le ha tocado vivir, más amará a Aquel que la hizo mujer.
¿Te ve tu hija como una mujer llena de encanto, coquetería y pulcritud?
¡No le confundas! ¡Ella quiere una mamá de quien estar orgullosa! Alguien dijo: "Qué lástima da ver a una mujer que ha crecido en belleza interior pero que no ha hecho nada por proveer un marco adecuado para albergarla".
A nuestras hijas les agrada que mamá, aunque sea en forma sencilla, mantenga su encanto. El arreglo personal es bien visto en todas las personas, pero en la mujer cobra un sentido especial. Por el hecho de que muchísimas mujeres sólo dan importancia a su apariencia y hasta hay quienes se exceden en ello, muchas mujeres creyentes piensan que dar lugar al arreglo personal y a la coquetería es todo frivolidad y no hay provecho en ello, pero no es así. Nuestra vida no debe depender de ello, pero es parte de ser mujer. La coquetería en una mujer es parte de sí misma, no es algo cultural. Lo cultural es el cómo.
¿Ve tu hija que te esfuerzas por darle el tiempo en que te necesita?
Muchas veces decimos: "Más vale la calidad del tiempo que la cantidad". ¡Cuidado! Esa puede ser una excusa para non darle lo que ella necesita. Quizás pasamos mucho tiempo escuchando a tantas otras mujeres que nos cuentan sus problemas y por ellas estamos orando.... y nuestra hija esperando...
Cuando fuimos al seminario, compartimos con mi esposo el tiempo de estudio junto a otros matrimonios que también se entrenaban para salir de misioneros. En ese entonces, cierta mañana sentí que alguien golpeaba a la puerta de nuestra sala. Al abrir vi a una de mis queridas compañeras. Con lágrimas en sus ojos me contó su experiencia: "Anoche hablé con mi hija de 11 años y le dije que quería mantener con ella una buena conversación. Su respuesta fue: ''Encantada mamá, pero primero tengo algo que decirte a Dios’. Y con palabras entrecortadas por la emoción, su hija oró:
''Gracias Señor, gracias porque hoy mamá, después de tanto tiempo de espera, tiene tiempo para mí''.
Con lógica preocupación, esta preciosa madre me siguió diciendo: "Yo quiero ir a ganar a los niños de la China y aquí, en mi casa, se perdía mi propia hija."
La comunicación que se corta es muy difícil recuperarla. Si somos conscientes que no andamos bien en esto y hace tiempo que nuestra comunicación es débil, ¡dejemos todo!. ¡Ahora es el momento!. Busquemos la mejor forma de iniciar el diálogo.
Una idea práctica seria fijar una cita semanal para que ella sepa que su mamá es toda para ella. Quizá puedan jugar, salir y divertirse juntas. Les puedo asegurar que da grandes resultados a cualquier edad y aun con nuestras hijas casadas.
¿Ve tu hija cómo amas y respetas a tu esposo, su padre?
Un famoso escritor narra, en uno de sus libros, que cuando era pequeño vivió algo que nunca pudo borrar de su mente. Estaba él jugando con sus hermanitos y su papá regresaba del trabajo. Abría la puerta y se dirigía directamente a buscar a su esposa para darle un abrazo y un largo beso. Y comenta el autor:"... nosotros nos poníamos a mirar y al ver a mamá y a papá que se amaban, eso nos daba seguridad".
No puede mi hija tomarme como ejemplo si no llevo una vida cercana a mi marido. ¿Es posible transmitirle mi romanticismo y mi deleite como pareja?. Mi sujeción amorosa como esposa será modelo para cuando Dios le dé su propio hogar, y pueda decir "Me lo enseñó el Señor a través de mi mamá".
¿Ve tu hija que amas a Dios?
"¡Por supuesto!". "¡Le estamos sirviendo!", dirás. Sin embargo, quizá haga falta que nos hagamos algunas preguntas. ¿Cuántas veces te encontró de rodillas? ¿Cuántas veces tuvo que medirte por tus reacciones?
¿Cuántas veces te oyó decir "Antes de decidir debo consultarlo con el Señor?". En este aspecto, puede asaltamos la gran tentación de hablar y actuar para que nos vean y eso es lamentable. Cuando oramos de rodillas con las puertas abiertas esperando que alguien nos vea, podremos lograr conseguir esa imagen delante de los nuestros pero Dios ha dado vuelta su cara, porque así El no escucha. Pero la vida devocional constante y genuina de una persona trasciende a la intimidad; va más allá de lo físico. Y no es en la "pompa espiritual" donde demostramos nuestro amor a Dios, sino en los más pequeños y cotidianos detalles.
Si quieres que tu hija sea una mujer de Dios, ella debe ver que funciona, debe verte como una mujer que convive con Dios.
¿Sabe tu hija que oras por ella?
Algo práctico podría ser que ella supiera que a determinada hora estaré orando por ella. Una señora me decía que cada vez que hacía la cama de su hijita se tiraba de rodillas sobre ella para orar por su pequeña. Estar pendiente de cómo sucedió aquello por lo que ella pidió oración, etcétera, es completar su pedido de oración e interés por sus cosas.
¿Te ve tu hija recorrer paciente y maduramente el camino del calvario?
Esto es el saber humillarse frente a las circunstancias adversas o las injusticias, las críticas, y esperar en Dios. Es saber perdonar. Es lograr que cada atardecer no se ponga el sol sobre mi enojo, (ni con mi hija ni con otra persona).
¿Te ve tu hija recorrer paciente y maduramente el camino del calvario?
Esto es el saber humillarse frente a las circunstancias adversas o las injusticias, las críticas, y esperar en Dios. Es saber perdonar. Es lograr que cada atardecer no se ponga el sol sobre mi enojo, (ni con mi hija ni con otra persona).
Otras preguntas para pensar:
¿Ve tu hija tu actitud agradecida ante toda circunstancia? ¿Ve cómo santificas el día del Señor?. ¿Ve que hay valores más importantes que "las cosas" y que te esfuerzas por mantener una escala de valores? ¿Percibe ella tu amor y respeto por los hermanos en Cristo y las actividades de la iglesia?. ¿Levantas manos limpias y las apoyas sobre ella firmemente y le dices, mirándole a los ojos, "¡ Dios te bendiga, hija mía!".
Frente a estos interrogantes quizá exclamemos: ¡Qué difícil es poder transmitirle a mi hija toda esta riqueza!. Pero, gracias a Dios, a través de los tiempos bíblicos hubieron mujeres que, aun en su imperfección, supieron dar hijos que fueron hombres de Dios. O también las madres que en todos los tiempos de la iglesia tuvieron la firme determinación y el coraje necesario y santo para lograr hacer un impacto en la vida de sus hijos y mostrarles la perfección y el carácter de Cristo. Madres que supieron mantener el no cuando era no y el sí cuando era sí. Que supieron tener diálogo diario con Dios y con sus hijos.
Hubo madres que fueron honestas cuando fallaron. Madres que pusieron vallas cuando el pecado quiso tomar a sus hijos, que supieron abrir su boca con sabiduría (Prov. 31.26). Madres que tuvieron al Señor como Rey y Señor de sus vidas, orando y derramando su alma por su hijo (1Sa. 1.15) y que fueron capaces de tomar la promesa del Señor del Salmo l44.12b y reclamársela al Señor para que las hijas fueran como "esquinas labradas"; toda una belleza para el evangelio glorioso.
Para que mi hija llegue a ser una mujer de Dios, debo tratar de hacer las cosas cada vez mejor y corregir lo que haya hecho mal. ¡Pero gracias a Dios que su poder no está limitado por nuestras fallas!
Frente a estos interrogantes quizá exclamemos: ¡Qué difícil es poder transmitirle a mi hija toda esta riqueza!. Pero, gracias a Dios, a través de los tiempos bíblicos hubieron mujeres que, aun en su imperfección, supieron dar hijos que fueron hombres de Dios. O también las madres que en todos los tiempos de la iglesia tuvieron la firme determinación y el coraje necesario y santo para lograr hacer un impacto en la vida de sus hijos y mostrarles la perfección y el carácter de Cristo. Madres que supieron mantener el no cuando era no y el sí cuando era sí. Que supieron tener diálogo diario con Dios y con sus hijos.
Hubo madres que fueron honestas cuando fallaron. Madres que pusieron vallas cuando el pecado quiso tomar a sus hijos, que supieron abrir su boca con sabiduría (Prov. 31.26). Madres que tuvieron al Señor como Rey y Señor de sus vidas, orando y derramando su alma por su hijo (1Sa. 1.15) y que fueron capaces de tomar la promesa del Señor del Salmo l44.12b y reclamársela al Señor para que las hijas fueran como "esquinas labradas"; toda una belleza para el evangelio glorioso.
Para que mi hija llegue a ser una mujer de Dios, debo tratar de hacer las cosas cada vez mejor y corregir lo que haya hecho mal. ¡Pero gracias a Dios que su poder no está limitado por nuestras fallas!
miércoles, 12 de noviembre de 2008
CRIO HIJOS PARA DIOS
Susana Wesley fue la mayor de 25 hermanos y la madre de diecinueve hijos. John, su décimoquinto hijo, fundador del Metodismo, nació en Epworth, Inglaterra, en la misma ciudad donde también nació Charles, su hijo decimoctavo, compositor de himnos. Ella soportó privaciones, pero nunca se desvió de la fe y de la misma manera enseñó a sus hijos.
Una ‘iglesia doméstica’
El hogar de Susana Wesley en Epworth era un hogar cristiano casi perfecto, y allá, en su ‘iglesia doméstica’, ella plantó la primera semilla del metodismo y la mantuvo viva a través de sus atentos cuidados. Su hijo John nunca se olvidó de los cultos que su madre conducía en su casa los domingos en la noche. En un comienzo ella los dirigía en su amplia cocina, pero después, por el aumento del número de participantes, la pequeña reunión se extendió por toda la casa y el granero.
John Wesley sentía que, si su madre podía ganar almas, otras mujeres también podrían involucrarse en este servicio de amor. Muchas mujeres se hicieron cooperadoras valiosas en el movimiento metodista debido al estímulo recibido de John Wesley. El autor Isaac Taylor dice: “Susana Wesley fue la madre del metodismo en el sentido moral y religioso. Su valor, su sumisión y autoridad, la firmeza, la independencia y el control de su mente; el fervor de sus sentimientos devocionales y la dirección práctica dada a sus hijos brotaron y se repetirían muy notoriamente en el carácter y conducta de su hijo John”.
Pocas mujeres en la historia poseerían la sensibilidad espiritual, el vigor y la sabiduría de Susana Wesley.
En Oxford, Charles era un miembro del llamado “Club Santo”, que se reunía a leer el Nuevo Testamento en griego. John se juntó a un pequeño grupo y luego llegó a ser su líder. Eran jóvenes piadosos que visitaban a los pobres y enfermos, prisioneros y endeudados, vivían sin lujo, pasando por muchas necesidades a fin de poder ayudar a otros. Viviendo de acuerdo con el método enseñado por su piadosa madre, aquellos jóvenes fueron apellidados “metodistas”.
El entrenamiento que Susana Wesley dio a sus hijos fue mencionado en una carta que ella escribió a su hijo mayor, Samuel, el cual también llegó a ser un predicador: “Considere bien que la separación del mundo, pureza, devoción y virtud ejemplar son requeridas en aquellos que deben guiar a otros a la gloria. Yo le aconsejaría organizar sus quehaceres siguiendo un método establecido, por medio del cual usted aprenderá a optimizar cada momento precioso. Comience y termine el día con el que es el Alfa y la Omega, y si usted realmente experimenta lo que es amar a Dios, usted redimirá todo el tiempo que pudiere para Su servicio más inmediato. Empiece a actuar sobre este principio y no viva como el resto de los hombres, que pasan por el mundo como pajas sobre un río, que son llevados por la corriente o dirigidas por el viento. Reciba una impresión en su mente tan profunda como sea posible de la constante presencia del Dios grande y santo. Él está alrededor de nuestros lechos y de nuestras trayectorias y observa todos nuestros caminos. Siempre que usted fuere tentado a cometer algún pecado, o a omitir algún deber, pare y dígase a sí mismo: “¿Qué estoy por hacer? ¡Dios me ve!”
John Wesley sentía que, si su madre podía ganar almas, otras mujeres también podrían involucrarse en este servicio de amor. Muchas mujeres se hicieron cooperadoras valiosas en el movimiento metodista debido al estímulo recibido de John Wesley. El autor Isaac Taylor dice: “Susana Wesley fue la madre del metodismo en el sentido moral y religioso. Su valor, su sumisión y autoridad, la firmeza, la independencia y el control de su mente; el fervor de sus sentimientos devocionales y la dirección práctica dada a sus hijos brotaron y se repetirían muy notoriamente en el carácter y conducta de su hijo John”.
Pocas mujeres en la historia poseerían la sensibilidad espiritual, el vigor y la sabiduría de Susana Wesley.
En Oxford, Charles era un miembro del llamado “Club Santo”, que se reunía a leer el Nuevo Testamento en griego. John se juntó a un pequeño grupo y luego llegó a ser su líder. Eran jóvenes piadosos que visitaban a los pobres y enfermos, prisioneros y endeudados, vivían sin lujo, pasando por muchas necesidades a fin de poder ayudar a otros. Viviendo de acuerdo con el método enseñado por su piadosa madre, aquellos jóvenes fueron apellidados “metodistas”.
El entrenamiento que Susana Wesley dio a sus hijos fue mencionado en una carta que ella escribió a su hijo mayor, Samuel, el cual también llegó a ser un predicador: “Considere bien que la separación del mundo, pureza, devoción y virtud ejemplar son requeridas en aquellos que deben guiar a otros a la gloria. Yo le aconsejaría organizar sus quehaceres siguiendo un método establecido, por medio del cual usted aprenderá a optimizar cada momento precioso. Comience y termine el día con el que es el Alfa y la Omega, y si usted realmente experimenta lo que es amar a Dios, usted redimirá todo el tiempo que pudiere para Su servicio más inmediato. Empiece a actuar sobre este principio y no viva como el resto de los hombres, que pasan por el mundo como pajas sobre un río, que son llevados por la corriente o dirigidas por el viento. Reciba una impresión en su mente tan profunda como sea posible de la constante presencia del Dios grande y santo. Él está alrededor de nuestros lechos y de nuestras trayectorias y observa todos nuestros caminos. Siempre que usted fuere tentado a cometer algún pecado, o a omitir algún deber, pare y dígase a sí mismo: “¿Qué estoy por hacer? ¡Dios me ve!”
Sobreponiéndose a las pruebas
Ella practicaba lo que predicaba a sus hijos. Aunque dio a luz diecinueve hijos entre 1690 y 1709, y era una mujer por naturaleza frágil y ocupada con los muchos cuidados de su familia, ella apartaba dos horas cada día para la devoción a solas con Dios. Susana tomó esta decisión cuando ya tenía nueve hijos. No importaba lo que ocurriese, al sonar el reloj ella se apartaba para su comunión espiritual. En su biografía Susana Wesley, la madre del metodismo, Mabel Brailsford comenta: “Cuando nos preguntamos cómo veinticuatro horas podían contener todas las actividades normales que ella, una frágil mujer de treinta años, era capaz de realizar, la respuesta puede ser hallada en esas dos horas de retiro diario, cuando ella obtenía de Dios, en la quietud de su cuarto, paz, paciencia y un valor incansable”.
Las pruebas que Susana soportó podrían haberla aplastado. Solamente nueve de sus diecinueve hijos sobrevivieron hasta la vida adulta. Samuel, su primogénito, no habló hasta los cinco años. Durante aquellos años ella lo llamaba “hijo de mis pruebas”, y oraba por él noche y día. Otro hijo se asfixió mientras dormía. Aquel pequeño cuerpo fue traído a ella sin ninguna palabra que la preparase para enfrentar lo que había sucedido. Sus gemelos murieron, al igual que su primera hija, Susana. Entre 1697 y 1701 cinco de sus bebés murieron. Una hija quedó deformada para siempre, debido al descuido de una empleada. Alguno de sus hijos tuvieron viruela.
Otras dificultades la persiguieron. Las deudas crecían y el crédito de la familia se agotaba. Su esposo, que nunca fue un hombre práctico, no conseguía vivir dentro del presupuesto de su familia, y si no hubiese sido por la diligencia de su mujer, con frecuencia no habrían tenido alimento.
Desde el punto de vista puramente material, la historia de Susana fue de una miseria poco común, privaciones y fracaso. Espiritualmente, en cambio, fue una vida de riquezas verdaderas, gloria y victoria, pues ella nunca perdió sus altos ideales ni su fe sublime. Durante una dura prueba, ella fue a su cuarto y escribió: “Aunque el hombre nazca para el infortunio, yo todavía creo que han de ser raros los hombres sobre la tierra, considerando todo el transcurso de su vida, que no hayan recibido más misericordia que aflicciones y muchos más placeres que dolor. Todos mis sufrimientos, por el cuidado del Dios omnipotente, cooperaron para promover mi bien espiritual y eterno ... ¡Gloria sea a Ti, oh Señor!”
Las pruebas que Susana soportó podrían haberla aplastado. Solamente nueve de sus diecinueve hijos sobrevivieron hasta la vida adulta. Samuel, su primogénito, no habló hasta los cinco años. Durante aquellos años ella lo llamaba “hijo de mis pruebas”, y oraba por él noche y día. Otro hijo se asfixió mientras dormía. Aquel pequeño cuerpo fue traído a ella sin ninguna palabra que la preparase para enfrentar lo que había sucedido. Sus gemelos murieron, al igual que su primera hija, Susana. Entre 1697 y 1701 cinco de sus bebés murieron. Una hija quedó deformada para siempre, debido al descuido de una empleada. Alguno de sus hijos tuvieron viruela.
Otras dificultades la persiguieron. Las deudas crecían y el crédito de la familia se agotaba. Su esposo, que nunca fue un hombre práctico, no conseguía vivir dentro del presupuesto de su familia, y si no hubiese sido por la diligencia de su mujer, con frecuencia no habrían tenido alimento.
Desde el punto de vista puramente material, la historia de Susana fue de una miseria poco común, privaciones y fracaso. Espiritualmente, en cambio, fue una vida de riquezas verdaderas, gloria y victoria, pues ella nunca perdió sus altos ideales ni su fe sublime. Durante una dura prueba, ella fue a su cuarto y escribió: “Aunque el hombre nazca para el infortunio, yo todavía creo que han de ser raros los hombres sobre la tierra, considerando todo el transcurso de su vida, que no hayan recibido más misericordia que aflicciones y muchos más placeres que dolor. Todos mis sufrimientos, por el cuidado del Dios omnipotente, cooperaron para promover mi bien espiritual y eterno ... ¡Gloria sea a Ti, oh Señor!”
La ‘escuela doméstica’
En su escuela doméstica, seis horas por día, durante veinte años, ella enseñó a sus hijos de manera tan amplia que llegaron a ser muy cultos. No hubo siquiera uno de ellos en el cual ella no hubiese depositado una pasión por el aprendizaje y por la rectitud.
Cierta vez, cuando su marido le preguntó exasperado: “¿Por qué usted se está ahí enseñando esta misma lección por vigésima vez a ese muchacho mediocre?”, ella respondió calmadamente: “Si me hubiese satisfecho con enseñarla diecinueve veces, todo el esfuerzo habría sido en vano. Fue la vigésima vez la que coronó todo el trabajo”.
Siendo ya un hombre famoso, su hijo John le rogó que escribiese algo sobre la crianza de los hijos, a lo que ella consintió con renuencia: “Ninguno puede seguir mi método, si no renuncia al mundo en el sentido más literal. Hay pocos, si es que los hay, que consagrarían cerca de veinte años del primor de su vida con la esperanza de salvar las almas de sus hijos”.
Ella comenzaba a entrenar a sus hijos tan luego ellos nacían, por un método de vida bastante riguroso. Desde el nacimiento ella comenzaba también a entrenar sus voluntades, haciéndoles entender que deberían obedecer a sus padres. Ellos eran enseñados, asimismo, a llorar despacio, y a beber y comer sólo lo que les era dado. Comer y beber entre las comidas no les era permitido, a no ser que estuviesen enfermos. A las seis de la tarde, apenas las oraciones familiares habían terminado, ellos cenaban. A las ocho se iban a la cama y debían dormir inmediatamente. “No era permitido en nuestra casa”, informa uno de sus hijos “sentarse cerca del hijo hasta que él dormía”. El gran ruido que muchos de nuestros hijos hacen era raramente oído en casa de los Wesley. Risas y juegos, en cambio, era los sonidos habituales.
Cierta vez, cuando su marido le preguntó exasperado: “¿Por qué usted se está ahí enseñando esta misma lección por vigésima vez a ese muchacho mediocre?”, ella respondió calmadamente: “Si me hubiese satisfecho con enseñarla diecinueve veces, todo el esfuerzo habría sido en vano. Fue la vigésima vez la que coronó todo el trabajo”.
Siendo ya un hombre famoso, su hijo John le rogó que escribiese algo sobre la crianza de los hijos, a lo que ella consintió con renuencia: “Ninguno puede seguir mi método, si no renuncia al mundo en el sentido más literal. Hay pocos, si es que los hay, que consagrarían cerca de veinte años del primor de su vida con la esperanza de salvar las almas de sus hijos”.
Ella comenzaba a entrenar a sus hijos tan luego ellos nacían, por un método de vida bastante riguroso. Desde el nacimiento ella comenzaba también a entrenar sus voluntades, haciéndoles entender que deberían obedecer a sus padres. Ellos eran enseñados, asimismo, a llorar despacio, y a beber y comer sólo lo que les era dado. Comer y beber entre las comidas no les era permitido, a no ser que estuviesen enfermos. A las seis de la tarde, apenas las oraciones familiares habían terminado, ellos cenaban. A las ocho se iban a la cama y debían dormir inmediatamente. “No era permitido en nuestra casa”, informa uno de sus hijos “sentarse cerca del hijo hasta que él dormía”. El gran ruido que muchos de nuestros hijos hacen era raramente oído en casa de los Wesley. Risas y juegos, en cambio, era los sonidos habituales.
Formando siervos de Dios
El bienestar espiritual de sus hijos interesaba mucho a Susana. Ella les inculcó un aprecio por las cosas del Espíritu y llevó adelante esta enseñanza hasta sus años de madurez. Incluso siendo mayor, su hijo John venía donde su piadosa madre en busca de consejo. No sólo para los metodistas, sino para todo el mundo, Susana Wesley dio una nueva libertad de fe, un nuevo brillo de religión práctica y una nueva intimidad con Dios.
No es de admirar que esta madre que tan frecuentemente oraba “dame gracia, oh Señor, para ser una cristiana verdadera”, produjese un gran cristiano como John Wesley. Ella oraba: “Ayúdame, Señor, a recordar que religión no es estar confinada en una iglesia o en un cuarto, ni es ejercitarse solamente en oración y meditación, sino que es estar siempre en tu presencia”.
En octubre de 1735, sus hijos John y Charles Wesley fueron a Estados Unidos como misioneros a los indios y a los colonizadores. Al despedirse de ella, John le expresó su preocupación en dejarla, siendo ella ya mayor. A lo que respondió: “Si tuviese veinte hijos, me alegraría que todos ellos fuesen ocupados así, aunque nunca más los volviese a ver”.
Al regresar a Inglaterra, John reasumió sus predicaciones por todo el país. Años después, Susana tuvo el inmenso gozo de oírlo predicar noche tras noche a cielo abierto, a una audiencia que cubría toda la cuesta de Epworth. Él se acordaba de las reuniones de su madre en Epworth cuando la oía predicar en las noches de domingo para doscientos vecinos que se aglomeraban en la casa pastoral.
Cuando los metodistas alcanzaron pleno vigor, la vida de Susana llegó a su fin. Un domingo de julio de 1742, mientras John predicaba en Bristol, le fue avisado que su madre estaba enferma, y regresó aprisa. El viernes siguiente ella despertó de su sueño para exclamar: “Mi querido Salvador, ¡estás viniendo a socorrerme en los últimos momentos de mi vida!”.
Más tarde, cuando los hijos estaban alrededor de su lecho, ella dijo: “Hijos, tan luego yo haya sido trasladada, canten un salmo de alabanza a Dios”. Ella murió en el lugar donde la primera Capilla Metodista fue abierta y fue sepultada en el cementerio al lado opuesto donde treinta y cinco años más tarde su hijo John construyó su famosa capilla. Cierta vez, John dijo sobre aquel funeral: “Fue una de las reuniones más solemnes que yo vi, o espero ver, en este lado de la eternidad”.
No es de admirar que esta madre que tan frecuentemente oraba “dame gracia, oh Señor, para ser una cristiana verdadera”, produjese un gran cristiano como John Wesley. Ella oraba: “Ayúdame, Señor, a recordar que religión no es estar confinada en una iglesia o en un cuarto, ni es ejercitarse solamente en oración y meditación, sino que es estar siempre en tu presencia”.
En octubre de 1735, sus hijos John y Charles Wesley fueron a Estados Unidos como misioneros a los indios y a los colonizadores. Al despedirse de ella, John le expresó su preocupación en dejarla, siendo ella ya mayor. A lo que respondió: “Si tuviese veinte hijos, me alegraría que todos ellos fuesen ocupados así, aunque nunca más los volviese a ver”.
Al regresar a Inglaterra, John reasumió sus predicaciones por todo el país. Años después, Susana tuvo el inmenso gozo de oírlo predicar noche tras noche a cielo abierto, a una audiencia que cubría toda la cuesta de Epworth. Él se acordaba de las reuniones de su madre en Epworth cuando la oía predicar en las noches de domingo para doscientos vecinos que se aglomeraban en la casa pastoral.
Cuando los metodistas alcanzaron pleno vigor, la vida de Susana llegó a su fin. Un domingo de julio de 1742, mientras John predicaba en Bristol, le fue avisado que su madre estaba enferma, y regresó aprisa. El viernes siguiente ella despertó de su sueño para exclamar: “Mi querido Salvador, ¡estás viniendo a socorrerme en los últimos momentos de mi vida!”.
Más tarde, cuando los hijos estaban alrededor de su lecho, ella dijo: “Hijos, tan luego yo haya sido trasladada, canten un salmo de alabanza a Dios”. Ella murió en el lugar donde la primera Capilla Metodista fue abierta y fue sepultada en el cementerio al lado opuesto donde treinta y cinco años más tarde su hijo John construyó su famosa capilla. Cierta vez, John dijo sobre aquel funeral: “Fue una de las reuniones más solemnes que yo vi, o espero ver, en este lado de la eternidad”.
martes, 11 de noviembre de 2008
A LA MUJER CRISTIANA !!!
Mujer, que has sido salvada. Mira la obra del Señor. Hay suficiente labor. Para no estar inactiva. Mas no olvides ni un momento. Que es Dios el que quiere usarte. Ser obediente es tu parte,Siempre mirando hacia arriba. Si ser útil es tu anhelo;Si quieres ser provechosa,Hay infinidad de cosas. Donde puedes demostrar. Ese anhelo de tu alma. En pro de tus semejantes. Empieza pues cuanto antes. En el seno de tu hogar. Tu labor tiene un alcance. De límite insospechado,Los dones que Dios te ha dado. Pueden ser de utilidad, Si los pones como ofrenda En sus manos poderosas. Tu vida puede dar rosas;Bellos mensajes de paz. Si quieres ver un ejemplo. Que ilumine tu camino,Busca en el libro divino,Do hallarás contestación. Mujeres que a Dios buscaron,Y a El le dieron su vida,El las usó, en la medidaDe su fe y consagración. Ana,Ana, Esther, Abigail,Sara, Débora, María,Y otras más que Dios un día Usó en su santo servicio. Fueron como el barro dócil Para el Divino Alfarero,Y jamás retrocedieron Ante ningún sacrificio. El Señor te quiere usar igual Que aquellas mujeres,Corre a El, tal como eres;Deja a un lado tu desgano. Es muy grande el privilegio Que te está dando el Señor. No existe honra mayor Para una mujer cristiana.
lunes, 10 de noviembre de 2008
MI EMBRION VIERON TUS OJOS!!
Los cristianos sabemos que la gestación es más que sólo un simple acto de la naturaleza. Dios está presente en cada concepción.
Dios está presente
El misterio de una vida que se gesta no está oculto a los ojos de Dios y tampoco a la operación de su poder. En las Escrituras, todas las mujeres que fueron estériles, oraron a Dios con fe, y concibieron hijos.
Dios mismo es quien nos ha formado en el vientre de nuestra madre: “Porque tú formaste mis entrañas; tu me hiciste en el vientre de mi madre ... mi embrión vieron tus ojos” (Sal. 139:13). Dios nos ha escogido desde antes de la fundación del mundo, para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo (Ef. 1:4-5).
Por esta causa, valoramos la maternidad, y dignificamos a quienes en un acto de amor consagran sus vientres como una ofrenda y sacrificio a Dios. “Pues todo es tuyo y de lo recibido de tu mano te damos” (1Cr. 29:14).
Así, pues, los padres cristianos tenemos todo el derecho a esperar que el Espíritu Santo, que opera en nosotros la filiación de hijos de Dios, pueda posesionarse completamente de la vida que se está gestando en el vientre. Esta es, sin duda, la esperanza más valiosa de la maternidad.
Llenos del Espíritu Santo
En cuanto a gestación y nacimiento, Lucas, “el médico amado”, registra detalles no capturados en los otros evangelios en relación al embarazo de María y Elizabeth. Conocemos las circunstancias generales de la vida del Señor y también de Juan el Bautista aun antes de que fueron concebidos.
Quisiera poner especial atención en la vida de Juan a partir de una declaración del Señor que involucra a todos los hijos del Reino: “Os digo que entre los nacidos de mujer no hay mayor profeta que Juan el Bautista; pero el más pequeño en el reino de Dios es mayor que él” (Luc. 7:28).
La verdad que se nos revela aquí es de un valor incalculable para una madre creyente. La realidad de que ella pueda llevar en su vientre la bendición de Dios es vigente y real. Si de Juan –el último profeta del Antiguo Pacto– se dijeron estas palabras, ¿cuánto más pueden ser llenos del Espíritu Santo desde el vientre materno los hijos de aquellos que gozan de la gracia del Nuevo Pacto? Si nuestros cuerpos son templo del Espíritu Santo (1 Co. 6;19), ¿no lo será también el hijo que se gesta en el vientre? ¡Aleluya! Nuestros hijos pueden ser llenos del Espíritu de Cristo aún desde su concepción. ¡Qué gloriosa verdad, qué bendita gracia!
A Zacarías se le dice: “No temas; porque tu oración ha sido oída, y tu mujer Elizabet te dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Juan. Y tendrás gozo y alegría, y muchos se regocijarán de su nacimiento; porque será grande delante de Dios. No beberá vino ni sidra, y será lleno del Espíritu Santo aun desde el vientre de su madre” (Lc. 1:15.)
Consideremos lo que dice el ángel acerca de Juan el Bautista, para extraer los principios de un niño gestado y nacido bajo estas condiciones.
“No temas, tu oración ha sido oída y tu mujer Elizabeth te dará a luz un hijo...” Israel estaba bajo la opresión del yugo romano, de modo que mientras Zacarías ofrecía el incienso en el altar, el pueblo pedía por su liberación. Por su parte, tal vez Zacarías, ya viejo, se atrevió a presentar por ultima vez, casi sin fe, la oración que por tanto tiempo pronunció junto a su esposa: “Señor, danos un hijo”. Y Dios respondió.
Fue tan sorpresiva la respuesta, que Zacarías quedó perplejo. Elizabeth era estéril, y ambos eran de edad avanzada. No tenían nada más en que confiar, excepto en Dios (Lc. 1:6). Así, pues, los hijos no vienen por nuestra virilidad, nuestra fecundidad, sino por voluntad divina.
Respetar el deseo divino
“...Y llamarás su nombre Juan.” A cada hijo se le ha concedido una gracia particular, diseñada en la eternidad, implantada en la gestación y lista para desarrollarse en el nacimiento. Zacarías se atreve a ir contra toda una tradición familiar judía al ponerle como nombre Juan, afirmando en su corazón el camino que Dios había trazado para ese hijo. Así también, los padres cristianos debemos tener la firme determinación de respetar el deseo divino, creer en la operación del Espíritu Santo en la vida de nuestros hijos y criarlos en la disciplina y amonestación del Señor.
Un motivo de gozo
“Y tendrás gozo y alegría, y muchos se regocijarán de su nacimiento...” La presión que ejerce hoy el mundo sobre las personas genera angustia ante la llegada de un hijo. El énfasis hedonista en la independencia hace que los hijos sean una carga difícil de sobrellevar. La presión socioeconómica dificulta la llegada de los hijos; muchos padres cristianos están presos de un estilo de vida mundanal y egoísta. Es preciso que la presencia de Dios por su Espíritu posesione la vida de los niños aún antes de nacer. El fruto del Espíritu es gozo. La conciencia de la operación de Dios en la llegada de un hijo a un matrimonio cristiano, cualquiera sean las circunstancias, provocará una explosión de júbilo que no es producto de una actividad del alma, sino del mismo espíritu.
El vínculo de Juan el Bautista con la redención en Cristo, hizo que muchos se regocijaran con su nacimiento. Así, nuestros hijos nacen íntimamente ligados a la obra redentora de Cristo, teniendo todas las posibilidades de permanecer en la fe, asumiendo su profesión como hijos de Dios.
Aquí hay un punto importante a destacar. Es claro que aquellos que asumen la fe obtienen las promesas, involucrando a todos los de su casa. Es falsa la idea de que nuestros hijos tienen que conocer primero el mundo y sus afanes para luego venir a la fe. Muchos padres cristianos, por no apropiarse de las promesas de Dios, se han debilitado, siendo permisivos con sus hijos, consintiéndoles caprichos que les llevan cada vez más lejos de Cristo, obteniendo como consecuencia sólo desazón y tristeza. La equívoca premisa que aquí se esconde está en pensar que la acción del pecado es más poderosa que la acción del Espíritu Santo. Tenemos todo a nuestro favor para que nuestros hijos crezcan y se desarrollen en la gracia. Sin duda, esto es motivo de gozo.
Grande a los ojos de Dios
“...porque será grande delante de Dios...” Esto es glorioso, el ser grande a los ojos de Dios. Puede ser que nuestros hijos no lleguen a la estatura que el mundo exige, que no lleguen a ser personas de renombre, pero serán grandes delante de Dios.
La vida de Juan el Bautista fue absolutamente atípica. Su vestido, su comida, el lugar donde moraba, no eran cosas que se pudiesen envidiar, pero de él dijo el Señor: “Entre los nacidos de mujer no hay mayor profeta que Juan el Bautista”. ¡Qué importa no ser grande ante el mundo, si somos grandes a los ojos de Dios!
Consagración
“No beberá vino ni sidra, y será lleno del Espíritu Santo aun desde el vientre de su madre.” Esta restricción nos revela la esencia del carácter del Espíritu Santo en la consagración de los hijos al propósito divino. Para Juan significó un voto que cumplió todos los días de su vida. Para nuestros hijos implica el ser consagrados a la vida de Cristo que crece en ellos. El Espíritu Santo se encargará de guiarlos, tomando lo de Cristo y haciéndolo saber tanto a nosotros los padres como a nuestros hijos. La voluntad de Dios es que ninguno de los suyos se pierda, y todos crezcan conformados a la imagen del Hijo.
“Desde el vientre de mi madre tú eres mi Dios” (Sal. 22:10).
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