lunes, 14 de diciembre de 2009
LA ENSEÑANZA DE UNA MUJER CANANEA
Hablar es más que una suerte de personas, es la gracia que Dios ha concedido a cada uno para darse a entender, poder entender en el lenguaje de la vida a todos los que nos rodean. Saludo con mucho cariño y respeto a los que por diversas circunstancias no pueden hablar y en el mundo de las señas caminan por el mundo. Ellos no son que no tengan el regalo de Dios, sino que esas circunstancias no se lo permitieron.
A Cristo le tocó muchas veces conversar con la gente y a pesar de que lo apretujara, empujaran y hasta le gritaran a su paso, El hizo buen uso de la conversación. Utilizó con maestría las Parábolas, que eran formas y maneras basadas en la comparación para intentar enseñar a los más sencillos. De esas muchas aparece una muy singular y hasta simpática, es aquella que realizó con una Cananea, natural de Caná. Es un diálogo, quizás, muy duro, pero aleccionador que hace posible que de Cristo brote el reconocimiento de la fe de una que no era Judía.
Todos estamos llamados al conocimiento de Dios, estemos donde estemos, seamos de aquí o de allá, lo importante es oírlo, apreciarlo y aceptarlo. Aquella mujer que en la comarca de Tiro y Sidón le salió al encuentro a Jesús para decirle: "Señor, hijo de David, ten compasión de mí. Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio". Ante aquellos gritos Jesús guardó silencio, y al ver que los discípulos le decían que la atendiera, replicó: "Yo no he sido enviado sino a las ovejas descarriadas de la casa de Israel". Ante tremenda respuesta, aquella mujer de pueblo y de armas a tomar, con humildad y decisión vuelve a decir: "¡Señor,
ayúdame!" El le respondió "No está bien quitarles el pan a los hijos para
echárselo a los perritos". Pero ella replicó: "Es cierto, Señor; pero
también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de sus amos".
Entonces Jesús le respondió: "Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo
que deseas". Y en aquel mismo instante quedó curada su hija. (Evangelio según san Mateo. 15, 21-28).
Que episodio o más bien que tremendo episodio en la vida de Jesús en una fe a toda prueba. Habrá que recordar que para los Judíos un cananeo (la mujer) eran unos “perros” así de sencillo (despectivamente) y es aquí donde Jesús pone a prueba sus habilidades de maestro y de aleccionador. Saca de una mala práctica de desprecio una manera nueva de ver a las personas extranjeras o que no sean como nosotros.
Podemos decir que esa actitud de aquella mujer no sólo arrancó el milagro de Jesús, sino que nos enseña a todos que el mensaje de Dios debe llegar a todos y a cualquier lugar. De be ir más allá de las fronteras, además, Jesús reconoce “¡que grande es tu fe!” la fe tan decidida y constante de la mujer y habrá que recordar que no es Judía.
Hoy se hace muy difícil compartir nuestra fe con los que son distintos a nosotros. Cosa curiosa muy arraigada entre nosotros. Dejamos a un lado a muchas personas porque no son “dignas” o porque tienen otra manera de invocar a Dios o no hacen los que nosotros hacemos. No hay nada nuevo bajo el sol, todos estamos en la vía de aprender, de emular y de encontrarnos en el servicio. Jesús nos afirma con esa actitud tan original y grande, que todos somos hermanos, que todos debemos ser atendidos no por lo que tengamos, sino por el ser de personas con dignidad y valores.
1. Nos hace falta aprender mucho y de manera especial con el trato a nuestra familia. Son muchos los desprecios, las groserías y las respuestas subidas de tono que en muchas oportunidades hacen mella y ofenden a los seres queridos. Nos mentamos la madre como si la madre fuera una cualquiera. Nos decimos brutos como si nuestros hijos fueran irracionales os eres de tercera. Nos criticamos con dureza como si todos fuéramos perfectos.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario