lunes, 22 de septiembre de 2014
CARTA DE UNA MUJER MALTRATADA .. YO PENSE IBA A CAMBIAR .
Yo me sentía culpable. Pensaba que en algo estaba fallando. Yo, no él. Por eso no lo culpaba. No sé si lo comprendía, quizá más bien lo justificaba. La primera vez fue un tirón de pelos. Yo estaba cocinando. Él llegó a casa como preocupado y de mal humor. Le pregunté qué le pasaba. Me dijo que no tenía ganas de hablar, que me callara. Insistí, me acerqué a él para ayudarlo y le volví a preguntar. Porque lo veía mal. Me insultó y me agarró de los pelos. Un instante, los dos congelados, mirándonos a los ojos. Me soltó y me pidió perdón. Me abrazó enseguida. Perdón. Perdón. Perdón. Tres veces. Yo no pude llorar, no estaba preparada para eso.
Le dije que se quedara tranquilo. Y que lo quería, que todo iba a mejorar. Que yo estaba ahí para ayudarlo. Porque era su compañera. Te quiero, me dijo al oído. Y no comimos. Nos fuimos a dormir. La vida seguía. Todo era normal. Aquello fue algo aislado. No tenía sentido quedarse con eso. Decidí olvidar. Todos nos equivocamos. Y él también tenía derecho a equivocarse. Por eso la segunda vez no me sorprendió, quizá. Volvió tenso, apurado. Le hablé y no me dijo nada. Le volví a hablar y me insultó. Se acercó a mí rápidamente. Yo lo esperaba con la mirada del miedo. ¿Tú eres tonta? ¿Eres tonta? ¿Eh? Mientras me agarraba el brazo fuertemente.
Fue una cachetada en la mejilla derecha. No solté la ropa que en ese momento estaba tendiendo. ¿Ves lo que me haces hacer? Y se fue. Me quedé dura. Y al rato empecé a temblar. Sola en casa. Me di cuenta que algo estaba cambiando. Y lamentablemente sentía que sólo podía aceptar eso. Silencio y aceptación. Y cuando uno se acostumbra a las cosas, se hacen normales. Por eso la vida seguía normal. A veces bien, a veces mal. Como la vida misma. Había días muy felices, llenos de amor. Habían días horribles que me dejaban el alma y el cuerpo temblando. Pero eran días. Y en la vida hay muchos, así que nunca pude culparlo.
Durante mucho tiempo intenté entenderlo. Porque estaba presa de la costumbre. Y la costumbre era la realidad. Una realidad espantosa. Mucho miedo. Muchos golpes. Muchos dolores. Los físicos aprendí a soportarlos. Los otros dolores me iban matando.
Sin embargo, cuando estábamos con gente, Sebastián era un amor. Muy atento y cariñoso, como siempre lo fue cuando estábamos en público. Ay Marce, tu novio es un sol. Que linda pareja que hacen. Los envidio. Y yo sonreía nerviosa. A veces el infierno quema tanto que queda más cerca de lo que nos contaron. Para engañar, el diablo se transforma en la imagen que sea, menos en la de diablo.
Creo que cuando él me pegaba nunca pensaba en matarme. Me quería tener así, viva. Para seguir haciéndolo. Fueron muchos meses, se hizo muy largo el tiempo y lo que tuve que soportar. Un dolor que pocos se imaginan. Lo más difícil no es dejar todo e irse. Lo más difícil en este caso es contarlo. Hoy tomo la decisión de contarles todo mi sufrimiento. Para liberarlo. Y lo hago porque, aunque yo había decidido darle mi vida, él me la estaba arrebatando. Hoy ya no estoy en casa. Me fui. Y no voy a volver.
No te vayas mi amor. Todo va a cambiar. Te lo prometo. Yo te quiero. -No Seba. Eso no es querer. Yo si te quiero. Pero también me quiero a mí. Por eso me voy. Y tú no vas a cambiar. Yo cambio. Para que todo cambie. -Discúlpame por las heridas- ¡No era yo! ¡Por favor!
-No son heridas ya. Las heridas murieron. Discúlpate por el trauma en mí. Y, si... Eras tú. Siempre fuiste tú. ¡Cobarde!
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