jueves, 3 de febrero de 2011

SEÑOR ENSEÑAME A AMAR COMO TU AMAS


Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros” Juan 13:34.

Todos crecimos viendo algún ejemplo de matrimonio: algunos vieron un buen ejemplo y otros uno malo. Muchas veces llegamos al matrimonio y lo único que hacemos es imitar o hacer inconscientemente lo que vimos. Hay hijos que crecieron viendo a su padre embriagarse, pegarle a su mamá y esto ocasionó que sintieran un gran rencor hacia él, pero cuando ellos crecieron, hicieron lo mismo. La Biblia nos enseña que no debemos seguir la herencia que nuestros padres nos dejaron en cuanto a la conducta. Que como hijos de Dios, debemos seguir la conducta que nos enseña la Biblia. El hombre debe de amar a su esposa como Cristo amó a la iglesia, no como lo aprendió de ejemplos en su familia. “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso...” 1ª de Juan 4:20

Dios te ama y usa su amor y ternura para atraerte y consolarte. El no acude al rechazo o a la acusación para hacerte reaccionar, sino siembra bien y no mal para cosechar una buena relación contigo. El te ama sin condiciones y espera que hagas lo mismo con tu familia y con tu prójimo. El amor sin condiciones es el amor de Dios. El ejemplo que debemos seguir en el matrimonio debe ser lo que Jesús ha hecho. Piensa en tu relación, en tu matrimonio, con tus padres, con tus hermanos y si te llevas en algún grado mal con ellos, estás justificando eso con alguna razón. De una manera u otra todos le hemos dado a Dios muchas razones para que El nos deje de amar, pero aún así, nos sigue amando. “En esto consiste el amor: …en que él nos amó a nosotros…” 1ª Juan 4:10. El amor de Dios no consiste en esto: te amo como tú me tratas; sino te amo sin saber cómo me vas a tratar. Dios vio la humanidad y dijo: Puede ser que ellos me rechacen, puede ser que algunos de ellos no me amen y me maltraten, que haya un ateo, que me insulten y hagan chiste de mí, pero aún así, los voy a amar.

Dios no midió consecuencias antes de amar, no midió razones antes de hacerlo. Si tu sigues siendo una persona que gobierna su relación con otros por las razones que tiene, no vives bajo el principio del amor, vives bajo el principio de la vanidad de tu mente, porque tu orgullo te ha separado de la gente a quien deberías estar amando. Eso es ser sabio en tu propia opinión. Hay gente que llegará delante del tribunal de Dios y le dirá: Señor, yo tengo esta razón para haberme comportado así. Pero Dios les dirá: Yo te mandé a amar, y no a tener la razón. Hay gente que llegará y creerá que la explicación que dará por no haber amado a sus padres va a convencer a Dios. Habrá personas que tendrán buenas explicaciones que si las escucháramos hoy, nos conmoverían el corazón; hay mujeres que pueden decir que tuvieron padres que abusaron de ellas, pero Dios les dirá: Yo tuve las mismas razones para enviarte al infierno a ti, pero aún así morí en la cruz por ti.

Dios nos confronta, debemos amar a todos como Jesús nos amó a nosotros. Como hombre, la primera persona que debes amar después de Dios es a tu esposa. No puedes enseñarle a otros a amar, si no amas a la que duerme a tu lado. Dios demanda al hombre amar a la mujer como Cristo amó a la iglesia, y lo que le manda a la mujer es que se sujete al Señor como la iglesia a Cristo. La sujeción es algo bueno, si fuera malo, Dios no lo hubiera pedido.

Hay tres cosas por las cuales la sujeción es un poder en la mujer: la número uno es el poder de la transformación, 1ª de Pedro 3:1-2, dice que la mujer que se sujeta a su marido tiene el poder dado por Dios para ganarse a su marido. La segunda es “el poder de la asociación”, Dios camina con la mujer sujeta, no con la rebelde. La tercera es “el poder del consuelo”, Isaías 54:5 dice que si ese hombre te llega a hacer daño o te abandona, Dios será tu marido. El es marido de la sujeta; con la rebelde, Dios no se quiere casar.

Ahora veremos lo que al hombre le toca, porque muchas veces se dice lo que le toca a la mujer, pero se omite lo del hombre. Y esto le toca al hombre, la cabeza del hogar, y tienes mayor responsabilidad. Y la Biblia enseña que debes amar a tu esposa como Jesús amó a la iglesia. Entre sujetarse y morir, está peor morir.

Hay tres cosas que el hombre debe hacer: amar incondicionalmente a su mujer; el primero en mostrar el amor en el hogar es el hombre. Tú eres el que pone el estándar de amor en tu hogar. Segundo, el hombre es el responsable de sustentar a la mujer, éste la sustenta proveyendo vestido y sustento para su cuerpo, pero también la sustenta cuando con ternura habla palabras afectuosas y cariñosas, y eso es sustentar el alma. Si tú dejas de darle de comer a tu mujer por un día, al final del día te estaría pidiendo dinero porque tiene hambre. Lo mismo ocurre con el alma, está diciendo ¡dime que me quieres! La mujer vive de las palabras que tú le dices todos los días. Y si ella es como todas las mujeres del mundo, quiere que se lo digas mañana, tarde y noche. Tercero, la responsabilidad del hombre es ministrar a su mujer. Cómo hombre tienes la mujer que yo has formado. La característica natural de la mujer es que devuelve multiplicado todo lo que tú le des.

El amor es el recurso de Dios, Él te amó primero. A ti te toca dar el primer paso. Dile al Señor: Enséñame a amar como tú amas.

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