jueves, 30 de octubre de 2014

LA JOVEN DE BELLO ROSTRO




Había una vez una joven de origen humilde, pero increíblemente hermosa, famosa en toda la comarca por su belleza. Ella, conociendo bien cuánto la querían los jóvenes del reino, rechazaba a todos sus pretendientes, esperando la llegada de algún apuesto príncipe.
Este no tardó en aparecer, y nada más verla, se enamoró perdidamente de ella y la colmó de halagos y regalos. La boda fue grandiosa, y todos comentaban que hacían una pareja perfecta.

Pero cuando el brillo de los regalos y las fiestas se fueron apagando, la joven princesa descubrió que su guapo marido no era tan maravilloso como ella esperaba: se comportaba como un tirano con su pueblo, alardeaba de su esposa como de un trofeo de caza y era egoísta y mezquino.
Cuando comprobó que todo en su marido era una falsa apariencia, no dudó en decírselo a la cara, pero él le respondió de forma similar, recordándole que sólo la había elegido por su belleza, y que ella misma podía haber elegido a otros muchos antes que a él, de no haberse dejado llevar por su ambición y sus ganas de vivir en un palacio.

La princesa lloró durante días, comprendiendo la verdad de las palabras de su cruel marido. Y se acordaba de tantos jóvenes honrados y bondadosos a quienes había rechazado sólo por convertirse en una princesa. Dispuesta a enmendar su error, la princesa trató de huir de palacio, pero el príncipe no lo consintió, pues a todos hablaba de la extraordinaria belleza de su esposa, aumentando con ellos su fama de hombre excepcional. Tantos intentos hizo la princesa por escapar, que acabó encerrada y custodiada por guardias constantemente.

Uno de aquellos guardias sentía lástima por la princesa, y en sus encierros trataba de animarle y darle conversación, de forma que con el paso del tiempo se fueron haciendo buenos amigos. Tanta confianza llegaron a tener, que un día la princesa pidió a su guardián que la dejara escapar. Pero el soldado, que debía lealtad y obediencia a su rey, no accedió a la petición de la princesa. Sin embargo, le respondió diciendo:

- Si tanto queréis huir de aquí, yo sé la forma de hacerlo, pero requerirá de un gran sacrificio por vuestra parte.

Ella estuvo de acuerdo, confirmando que estaba dispuesta a cualquier cosa, y el soldado prosiguió:

- El príncipe sólo os quiere por vuestra belleza. Si os desfiguráis el rostro, os enviará lejos de palacio, para que nadie pueda veros, y borrará cualquier rastro de vuestra presencia. Él es así de ruin y miserable.

La princesa respondió diciendo:

- ¿Desfigurarme? ¿Y a dónde iré? ¿Que será de mí, si mi belleza es lo único que tengo? ¿Quién querrá saber nada de una mujer horriblemente fea e inútil como yo?
 - Yo lo haré - respondió seguro el soldado, que de su trato diario con la princesa había terminado enamorándose de ella - Para mí sois aún más bella por dentro que por fuera.

Y entonces la princesa comprendió que también amaba a aquel sencillo y honrado soldado. Con lágrimas en los ojos, tomó la mano de su guardián, y empuñando juntos una daga, trazaron sobre su rostro dos largos y profundos cortes...

Cuando el príncipe contempló el rostro de su esposa, todo sucedió como el guardían había previsto. La hizo enviar tan lejos como pudo, y se inventó una trágica historia sobre la muerte de la princesa que le hizo aún más popular entre la gente.

Y así, desfigurada y libre, la joven del bello rostro pudo por fin ser feliz junto a aquel sencillo y leal soldado, el único que al verla no apartaba la mirada, pues a través de su rostro encontraba siempre el camino hacia su corazón.

lunes, 6 de octubre de 2014

CREADAS PARA VIVIR




Una hermana de una iglesia a la que yo asistía era conocida por sus achaques y enfermedades. La llamaban “Doña Dolores”, ya que siempre la oíamos hablar de todos los males que la aquejaban. Era anciana, y le quedaban pocos años de vida. Sus padecimientos le habían restado años de existencia, pero algunos, por no decir todos, eran producto de su imaginación (aunque más tarde se hicieron realidad debido al poder de la mente). Su actitud contribuyo muchísimo a su falta de salud y bienestar.
Por otro lado, tuve el privilegio de conocer a una mujer que, enferma de cáncer, era capaz de vivir en medio del dolor; y proyectaba fuerza y salud a quienes la conocíamos. Mientras estaba en su lecho de muerte, pedía a diario que le llevaran un espejo y un cepillo; luego ensayaba su mejor sonrisa y arreglaba su cabello para recibir a las visitas. Mientras algunas escuchábamos sus mensajes inspiradores con nuestros ojos humedecidos por las lágrimas, ella se mantenía erguida, planificando todos los detalles de su funeral. Lo último que nos dijo fue: “Estoy lista para ir al encuentro de mi Señor”. Aunque ya hace algún tiempo que murió, muchas de quienes la conocimos la recordamos con cariño, y procuramos mostrar la misma actitud hacia la vida que mostró ella frente a la muerte. Fue una gran maestra en el arte de saber vivir.
Amiga, no olvides que has sido creada para vivir eternamente, y que la existencia terrenal es tan solo un compás de espera para la vida que nos aguarda en el hogar eterno. Haz que tu estancia en este planeta no se cuente en anos, sino mas bien en plenitud. !Vive, vive plenamente! Valora la vida que Dios te da, tanto en la salud como en la enfermedad, en los tiempos buenos y durante la adversidad, entre risas o cuando lleguen las lágrimas, con la certeza de que no morirás para siempre, pues Cristo Jesús murió en la cruz para que tu un día despiertes en el hogar de Dios.
Que el Dios de la esperanza los llene de toda alegría y paz a ustedes que creen en él, para que rebosen de esperanza por el poder del Espíritu Santo. Romanos 15:13
Hoy es un buen día para sembrar vida y para colocar una semilla de esperanza en los surcos vacíos del corazón de quienes sufren y lloran. El Señor te dice: “Hoy te doy a elegir entre la vida y la muerte, entre el bien y el mal. Hoy te ordeno que ames al Señor tu Dios, que andes en sus caminos, y que cumplas sus mandamientos, preceptos y leyes. Así vivirás y te multiplicaras, y el Señor tu Dios te bendecirá” (Deut. 30:15-16).
Tomado de: “Aliento para cada día” (Erna Alvarado)