jueves, 28 de enero de 2010

LOS CREYENTES TAMBIEN LLORAN...





Tampoco queremos, hermanos, que... os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza» (1 Ts. 4:13)

«¿Puede llorar un creyente? ¿No es ello expresión de una fe pobre? ¿Cuál es la reacción correcta de un cristiano durante el luto?» Estas preguntas, muy frecuentes, reflejan la confusión existente en un tema que tiene muchas repercusiones prácticas en la vida de fe. Por ello necesitamos conocer qué dice la Palabra de Dios al respecto.

Cuando el creyente pierde a un ser querido, tiene muchos motivos de consuelo. Sabe que Cristo ha cambiado el sentido de la muerte, que ya no es el final de todo sino la transición a una vida «mucho mejor» (en palabras de Pablo). Sabe que la resurrección de Cristo nos da una esperanza firme de que volveremos a encontrarnos en «cielos nuevos y tierra nueva». Son muchas las promesas que mitigan la desesperación del creyente en los momentos de luto.

Sin embargo, a pesar de los numerosos motivos de esperanza y del consuelo de la fe, ni aun el más fuerte de los santos puede evitar el dolor de la separación cuando pierde a un ser querido. Esta fue la experiencia del mismo Señor cuando, ante la tumba de Lázaro, lloró abiertamente. Las lágrimas de Jesús por la muerte de su amigo son altamente reveladoras. Nos enseñan varias lecciones esenciales para entender el proceso del duelo y «llorar con los que lloran» de forma adecuada:

La muerte no es algo natural, sino todo lo contrario: es un hecho antinatural porque no fuimos creados para morir, sino para vivir. Está lejos del plan original de Dios al crear al ser humano. La muerte es «normal» en el sentido que afecta a todos, es una experiencia universal; pero es antinatural y repulsiva en su misma esencia. La Palabra de Dios nos define la muerte claramente como un enemigo, «el último enemigo». Por ello siempre nos costará aceptar algo que va en contra de la imagen Dios en nosotros, en contra de este sello de eternidad del que nos habla el autor de Eclesiastés: «Ha puesto eternidad en el corazón de ellos» (Ec. 3:11).

Lo natural es el dolor ante la muerte. De lo expuesto anteriormente se deduce que nuestra reacción espontánea ante la muerte sea de dolor y de rechazo. ¡Esto sí que es natural! Aquí es donde empezamos a entender que los creyentes también lloran. Lloramos porque el trauma de la separación, en sí mismo, es idéntico al del no creyente. La esperanza firme en una vida nueva con Cristo no detiene de forma automática las lágrimas. La Biblia es muy realista cuando nos narra de la manera más natural el duelo de grandes siervos de Dios, desde los patriarcas hasta los ancianos de la iglesia de Efeso. De ellos nos dice Lucas que «hubo gran llanto de todos; y echándose al cuello de Pablo le besaban, doliéndose en gran manera por la palabra que dijo de que no verían más su rostro» (Hch. 20:37-38).

La fe cambia la naturaleza de nuestras lágrimas. Después de todo lo dicho, sería erróneo concluir que el duelo de un creyente es igual al de la persona sin una fe personal en Cristo. ¡En absoluto! La fe cambia profundamente la forma de llorar. Lloramos, sí, pero lloramos de manera diferente, lloramos con esperanza. Porque hay dos «tipos» distintos de lágrimas: las que surgen de un corazón desasosegado, destrozado por la desesperanza de ver en la muerte el final de todo. Son lágrimas vacías, o quizás podríamos parafrasear a Hemmingway en uno de sus escritos, diciendo que son lágrimas «llenas de nada». Pero también hay lágrimas que coexisten con la serenidad y la paz de saber que la muerte no sólo no es el final, sino que es precisamente el comienzo de todo. Son lágrimas llenas de esperanza. Brotan de la mejilla de aquel que cree firmemente en la victoria de Cristo sobre la muerte en la cruz.

lunes, 25 de enero de 2010

DE MUJER A MUJER ( ORACION )




¿Sabías que orando puedes cambiar el futuro de tu familia completa? Como mujer de Dios es necesario que sepas que tienes una herramienta en tus manos. Cuando oras con un corazón humillado delante de la Presencia de Dios, El inclina su oído hacia a ti y te escucha atentamente. Piensa, cuando un niño pequeño te habla, ¿te inclinas para escucharlo verdad? Le pones atención, sobre todo cuando ponen esas caritas inocentes y te miran con esa ternura infinita. Se derrama tu corazón cuando un niño te habla, a mi al menos me pasa. Me dan deseos de abrazarlo, de besarlo y de acariciarlo. Son tan frágiles y tan necesitados de ser escuchados. Así sucede con nosotras cuando nos presentamos como una niña delante de nuestro amoroso Padre y le compartimos todas nuestras cosas. Dios no nos pone reglas para orar. Cuando los discípulos le pidieron a Jesucristo que los enseñara a orar, no le preguntaron: enséñanos a predicar, enséñanos a sanar o enséñanos a echar fuera los demonios, le dijeron sencillamente: enséñanos a orar. Los discípulos veían la gracia de Jesucristo cuando El oraba y querían imitarlos. Leemos en Mateo 6: 9-13 la oración del Padre nuestro, tan sencilla y una guía para nosotras. Jesucristo fue el único hijo de Israel que se atrevió a invocar a Dios, como llaman los niños pequeños a sus padres. Abbá que es un balbuceo cariñoso que traducido podría decirse papito o papá. Esa es la forma de acercarse a Dios, con confianza plena que nos escucha y nosotros como niñas podemos con toda libertad decirle papá, papito.

Jesucristo no les dijo antes, debes ponerte en esta o esta otra posición, de rodilla, de cara al piso, con la cabeza o manos levantadas.. Pero sí, con humildad sus palabras salieron de su boca y estoy segura que Su rostro resplandeció y Dios amorosamente, inclinó su oído para escuchar a Su hijo. La oración no tiene nada que ver con la postura que tengamos cuando nos dirijamos a El. Muchos hermanos se privan de hermosos momentos de comunión porque piensan que deben separar un momento para orar y tener una posición específica. No digo que no sea bueno tener un tiempo y un espacio para Dios ya que El mismo nos los dice en Su Palabra, pero a veces las obligaciones diarias impiden tener esos ratos a solas con Dios. La oración debe ser de corazón y no importa si dura una hora, cinco horas o un minuto. Muchas veces las personas que oran varias horas al día hacen sentir culpable a las personas que oran mucho menos. Pero, no es la cantidad de tiempo que mira Dios, es la sinceridad con que salen esas palabras de nuestros labios. No debes esperar a tener una crisis familiar para orar, o cuando pase una desgracia para correr ante la Presencia de Dios. ¡Qué triste se debe sentir Dios! Dime que no te causa tristeza cuando tus hijos llegan a tu lado solo por interés, cuanto más Dios que no escatimó ni a su propio hijo por amor a la humanidad. Jesucristo dijo que había que orar sin cesar, eso no significa que vamos a vivir de rodillas orando y separadas del mundo, sino en permanente comunión con nuestro Padre Celestial en el espíritu donde quiera que estemos. Cuando mis hijos me dicen todos los días que me aman, me siento muy dichosa, pero cuando pasan varios días y no me dicen nada, me entristezco, es inevitable. Yo pienso lo mismo debe sucederle a Dios, cuando me demoro en darle mis caricias diarias. Dios necesita de nuestras Palabras amorosas, El necesita de nuestras alabanzas de adoración y de gratitud, son como perfume agradable en Su presencia. La oración siempre es valiosa para Dios, y no importa en que hora. Por la mañana, por la tarde o por la noche. Yo por mis obligaciones diarias, a veces oro por la mañana, otras en la tarde y otras en la noche. A veces me levanto de madrugada y oro por unos minutos bien intensamente y le pido a Dios me de fuerzas para poder soportar la rutina diaria o bien solo le doy las gracias por un día más de vida.

Hay tantas cosas y motivos por los cuales orar. Empieza por ti misma, pide a Dios te dé sabiduría para manejar tu hogar. Pide a Dios que te ayude a ser una buena madre, una buena esposa, una mujer de Dios que sea ejemplo para sus hijos. Yo pido en abundancia, no hay pecado en pedir. Yo pido a Dios que me ayude en la cocina, que me de gracia en hacer el aseo, que me ayude en el planchado. Son detalles que a veces no nos agrada hacer y que pueden provocar roces en el matrimonio. Y por supuesto le pido para que me llene de su gracia en mi servicio a El.

Pido por mi esposo, para que Dios le ayude en su trabajo, para que no caiga en tentación, para que sea el esposo que Dios quiere que sea. Le pido por mi esposo, no para me dé algo, sino por lo que es en Cristo y porque Dios me lo dio como pareja y debo cuidarlo y amarlo.
Pido a Dios por mis hijos, para que Dios los proteja de accidentes, de peligros en las calles, que le ponga las personas apropiadas en su vida para que los ayuden etc. Pido a Dios por mis amistades, por mis familiares, y por todas las cosas que Dios ponga en mi mente.
Podemos hacer oraciones cortas y sinceras por cada petición en el transcurso del día. Por la mañana generalmente le pido a Dios me ayude a vivir llena de su gracia. Debemos orar por nosotras como mujeres, ser un poquito egoístas y empezar por la casa, es decir tu misma. Está comprobado y estoy segura que me dirás que si, que cuando las mujeres andamos contentas en la casa,todo funciona mejor. Independiente de que si hay un marido molestoso, si la mujer anda en comunión con Dios, su paz recaerá sobre los hijos primeramente y ellos sentirán una seguridad grande en sus vidas.

Jesucristo está disponible todo el tiempo para nosotras, no tenemos que hacer citas, no tenemos que esperar semanas para que nos reciba, es ahora, en este mismo instante en que lees que te dice: Hija mia, aquí estoy con mi oído inclinado hacia tí. No desestimes tus palabras, no pienses ni siquiera por un segundo que Dios no valora tus oraciones. Eres valiosa para Dios y nunca digas que no te escucha. El nos ama, y desea manifestarse a tu vida. En la medida que empieces a orar, empezarás a notar grandes cambios si tan solo oras con la seguridad que tus peticiones son escuchadas. Si tus oraciones no son respondidas al momento, espera con alegría y gratitud que nuestro Padre responderá en el tiempo justo, y a veces hasta los “no” de Dios son para nuestro beneficio. No te desesperes, todo llega a su tiempo y nunca Dios llega tarde. Haz lo que hago yo, puede ser gracioso, pero cuando no tengo deseos de orar, me pincho la piel y me digo: “carne, a orar, que Dios nos espera”.

jueves, 21 de enero de 2010

EL ROSTRO FEMENINO DE DIOS ..







El lenguaje sobre Dios

Una afirmación fundamental de la teología de todos los tiempos ha sido colocar la realidad divina más allá de cualquier similitud humana. Dios es siempre superior y distinto de las palabras y conceptos que utilizamos para referirnos a su ser. En pura teoría estas afirmaciones nos obligarían a utilizar un lenguaje abstracto para hablar de El, un lenguaje semejante al del mundo de la física o de la matemática. Sin embargo, la realidad histórica muestra que no ha sido ese el camino.

En el campo religioso prima el lenguaje simbólico sobre los demás, una necesidad del ser humano que nunca se ha sentido satisfecho con las abstracciones puras. No bastan los credos para dar razón de nuestra fe con lo que recurrimos a formas sustanciales y visibles para dar cuerpo a esas ideas abstractas. Como dice Victor Hugo en L’Homme qui rit: “L’expression a des frontières, la pensée n’en a pas” (la expresión tiene fronteras, el pensamiento no). Son, precisamente, la metáfora y el símbolo los que nos permiten salirnos del marco de la expresión para adentrarnos en otros campos más abiertos y por lo tanto más sugerentes.

La conclusión formal es que toda religión ha recurrido al mito y al símbolo en su liturgia, ritual y configuración racional. En casi todas encontramos dos tipos de símbolos. En primer lugar, los propios de una comunidad humana específica que mediante un complejo sistema relaciona y entrecruza los significantes religiosos con las relaciones entre los sexos, los sistemas matrimoniales, las instituciones de trabajo, la teoría cosmológica… toda la vida. Por otro, nos encontramos con una serie de denominadores comunes a todas las culturas que son hijos del pseudo lenguaje del subconsciente y que se conocen con el nombre de arquetipos colectivos.

En lo referente al lenguaje sobre Dios coinciden los dos tipos de símbolos en atribuirle metáforas que se corresponden con el mundo de lo masculino y de lo femenino. Dios o los dioses tienen atributos de las dos categorías del ser humano lo que quiere decir que desde un acercamiento analógico Dios comparte rasgos con sus criaturas. Y no proyectamos los mismos rasgos cuando hablamos de varones y de mujeres pues nuestro inconsciente colectivo suministra categorías diferentes a cada sexo. Algo que hoy no se corresponde con la realidad pero que perdura en la mente de las personas.

Todos sabemos que el polo masculino se relaciona con el cielo, la luz, el infinito, la trascendencia, el final de la historia, la salvación, el reino futuro… Que los varones están más próximos a la exigencia, a la ley, al juicio, a la vida pública, al mundo exterior. En cambio, las figuras femeninas nos acercan al campo privado, a los recintos cerrados, al cobijo, a la noche, a la ternura y al resguardo. Frente al sol prima la luz lunar y frente al cielo y la trascendencia, la tierra y la inmanencia.

Ni que decir tiene que cada cultura proyecta en su dios relacional las formas y modos de vivir los seres humanos en su momento histórico lo que afecta a esa imagen de Dios antropomórfica. Las culturas agrícolas colocaron más énfasis en las figuras maternas de Dios con quienes relacionaban la fertilidad de los campos, rebaños e hijos. Las nómadas y beligerantes se relacionaban con dioses guerreros que les ayudaban en sus contiendas. De hecho, en la medida que las mujeres perdieron prestigio social en la tierra a las diosas les ocurrió algo semejante en los cielos. Las Grandes Diosas Madres del neolítico, en un proceso lento pero inexorable, fueron cediendo protagonismo a los dioses masculinos. Un proceso que se aceleró en la zona del creciente fértil – con tanta influencia en nuestra civilización – por una gran invasión de tribus del norte que no estaban ligadas con la agricultura.

martes, 19 de enero de 2010

CODIGO PERSONAL DE RESPETO A MI MISMO




Yo valgo porque Dios me proveyó de valores personales profundos. No tengo que ganármelos.

El respeto a mí mismo se nutre de esos valores, que conozco y llevo dentro de mí. Poseo esos valores. Son míos. Debo de nutrirlos y cuidar de ellos, ya que corro el peligro de que se deformen, amenazados como están, por una sociedad orientada hacia el éxito material.

Si logro salvar las trampas que me tiende ese éxito, si no me "adorno" de éxitos de ese tipo a expensas de los demás, conservaré el respeto de mí mismo. Daré entonces más importancia a aquellos actos que expresen mi valía -don maravilloso que me ha sido dado-, proyectándola hacia los otros. Esta es mi motivación primera, lo que me impulsa a ser mejor lo que puedo.

Mi valía es mi mundo. Me comprometo y cumplo mi palabra. Esto, es más importante, es crucial.

A los demás les digo: "Valgo tanto como tú. Intercambiemos valores.

Yo te ofrezco lo mejor de mí mismo, esperando que me correspondas de la misma manera

miércoles, 13 de enero de 2010

......ACTITUD......






Una mujer muy sabia se despertó una mañana,
se miró al espejo,
y notó que tenía solamente tres cabellos en su cabeza.
'Hmmm' pensó, 'Creo que hoy me voy a hacer una trenza'.
Así lo hizo y pasó un día maravilloso.

El siguiente día se despertó,
se miró al espejo
Y vio que tenía solamente dos cabellos en su cabeza.
'Hmmm' dijo,
'Creo que hoy me peinaré de raya en medio'
Así lo hizo y pasó un día grandioso.
El siguiente día, cuando despertó,
se miró al espejo y notó
que solamente le quedaba un cabello en su cabeza.
'Bueno' se dijo, 'ahora me haré una cola de caballo.'
Así lo hizo, y tuvo un día muy, muy divertido.
A la mañana siguiente, cuando despertó,
corrió al espejo y enseguida notó
que no le quedaba un solo cabello en la cabeza.
'¡Qué Bien!', exclamó.
'¡Hoy no me tendré que peinar!'
Tu actitud es todo en la vida.
Alégrate cada mañana; dale gracias a Dios por el nuevo día.
Ríete de ti mismo. Acéptate.
Sé bondadoso y amable con los demás.
Sonríeles, porque cada persona que te encuentres tiene sus problemas
y tu sonrisa lo ayudará.
La vida no es esperar a que la tormenta pase,
Es aprender a bailar bajo la lluvia.

jueves, 7 de enero de 2010

TIEMPO PARA DIOS



Tratamos de tener a Dios en la iglesia el domingo por la mañana...A veces quizás el Domingo por la noche... y, el evento poco agraciado de algún servicio a media semana.
Eso sí, nos gusta tenerlo cerca en la enfermedad... y sobretodo en los funerales.Pero, no tenemos tiempo, o lugar para ÉL en horas de trabajo o en nuestro tiempo libre...
Porque..Esa es la parte de nuestras vidas en las que pensamos:"Podemos y debemos manejar solos"
Quiera Dios perdonarme por haber pensado que hay un tiempo o lugar donde ÉL no sea el PRIMERO en mi vida.
Debemos siempre tener tiempo para recordar TODO lo que ÉL ha hecho por nosotros.
Si no te avergüenzas de hacer esto, por favor sigue las instrucciones: Jesús dijo. "Si tu te avergüenzas de mi, yo me avergonzaré de ti delante de mi Padre".
¿No te avergüenzas?
SI, YO AMO A DIOS!
EL es mi fuente de existencia y mi salvador. EL me mantiene Funcionando todos y cada uno de los días.
Sin ÉL no sería nada sin Cristo que me Fortalece. (Fil. 4:13).
El Poema
Me arrodillé para orar pero no por mucho tiempo, tenía mucho por hacer.
Tuve que darme prisa e ir a trabajar ya que los cobros muy pronto estarían ante mi.
Salté de mis rodillas y mi deber Cristiano estaba concluido. Mi alma pudo entonces descansar plácidamente.
En todo el día no tuve tiempo de lanzar una palabra de aliento, ni de hablar de Jesús a mis amigos; se reirían de mi y me daría miedo
No hay tiempo, no hay tiempo. Hay mucho qué hacer. Ese era mi sollozo constante.
No hay tiempo para darle a las almas en necesidad, sino hasta la última hora, la hora de morir.
Me pare frente al Señor, vine y permanecí cabizbajo, ya que en SUS manos sostenía un libro; el libro de la vida.
Dios echó una mirada a su libro y dijo: "No puedo encontrar tu nombre. Una vez estuve a punto de anotarlo, pero nunca encontré el tiempo“



No cuesta nada, piensa y habla de dios, trae maravillosas recompensas Dios te bendecirá siempre.

lunes, 4 de enero de 2010

LA AMARGURA..




La razón por la que vamos a estudiar este tema, es porque sabemos que es un pecado que aqueja a la sociedad en general, no solamente fuera de la iglesia, sino que los miembros de la iglesia no hemos quedado exentos de este grave pecado. Es triste decirlo pero es la verdad, solamente pocos son los que se han podido librar de este mal terrible que es la amargura.
El objetivo número uno al estudiar este tema, es reconocer que la amargura es pecado, y que hagamos todo lo que está de nuestra parte para quitarla de nuestra vida.

Comenzaremos este estudio, contando la historia de Alberto y su esposa. Tres años antes la esposa de Alberto había abandonado el hogar y se había ido con otro hombre a la ciudad capital de ese país, dejando a su marido y a sus dos hijos. Aproximadamente seis semanas después, la mujer entró en razón y volvió a casa arrepentida. En forma inmediata, pidió perdón a Alberto, a los hijos y hasta se presentó ante la iglesia denominacional de la cual formaba parte, para mostrar públicamente su arrepentimiento.
El asunto es que aunque Alberto había permitido que su esposa regresara al hogar, no la había perdonado y no la perdonaría. Peor todavía, declaró que estaba dispuesto a esperar el tiempo necesario (hasta que los hijos de 6 y 9 años crecieran y se hicieran mayores) para entonces vengarse de ella. Aunque había transcurrido poco tiempo desde el incidente con su esposa, ya se veían huellas de amargura en la vida de Alberto.

La amargura no se ve solamente en casos tan extremos como el que acabamos de mencionar. Conozco otros ejemplos de personas que sufrieron ofensas por cosas que parecieran triviales. Veamos tres ejemplos: (1) Una mujer se ofendió porque el predicador no estaba de acuerdo con su definición de "alabanza", y desde aquel momento empezó a ver cómo le hacía para sacarlo de la iglesia; (2) un hombre vivió amargado desde que lo pasaron por alto para un ascenso en su empleo. (3) El caso de una profesora de Centroamérica ilustra cuan sutil puede ser la amargura en la vida del ser humano. El problema era que esta mujer se sentía sola y triste porque su hija, yerno y nietos se habían cambiado a los Estados Unidos de América. Más tarde en la conversación no utilizó la palabra "sola" sino "abandonada", y en lugar de "triste" surgió el término "enojada". Más adelante se hizo evidente que estaba sumergida en autocompasión y amargura. No sólo se sentía herida porque su hija vivía en otro país, sino además resentida porque (según ella) los otros familiares que vivían cerca no la tomaban en cuenta "después de todo lo que ella hizo por ellos".

La amargura es el pecado más fácil de justificar y el más difícil de diagnosticar porque es razonable disculparlo ante los hombres y ante el mismo Dios. A la vez, es uno de los pecados más comunes, peligrosos y perjudiciales y -como veremos- el más contagioso.

I. La Definición de Amargura.
En el griego del Nuevo Testamento, "amargura" proviene de una palabra que significa punzar. Su raíz hebrea agrega la idea de algo pesado. Finalmente, el uso en el griego clásico revela el concepto de algo fuerte. La amargura, entonces, es algo fuerte y pesado que punza hasta lo más profundo del corazón.
La amargura no tiene lugar automáticamente cuando alguien me ofende, sino que es una reacción no bíblica (es decir pecaminosa) a la ofensa o a una situación difícil y por lo general injusta. No importa si la ofensa fue intencional o no. Si el ofendido no arregla la situación con Dios, la

amargura le inducirá a imaginar más ofensas de la misma persona. La amargura es una manera de responder que a la larga puede convertirse en norma de vida. Sus compañeros son la autocompasión, los sentimientos heridos, el enojo, el resentimiento, el rencor, la venganza, la envidia, la calumnia, los chismes, la paranoia, las maquinaciones vanas y el cinismo.
La amargura es el resultado de sentimientos muy profundos, quizá los más profundos de la vida. La razón por la que es tan difícil de desarraigar es triple: En primer lugar, el ofendido considera que la ofensa es culpa de otra persona (y muchas veces es cierto) y razona: "El/ella debe venir a pedirme perdón y arrepentirse ante Dios. Yo soy la víctima".
El cristiano se siente culpable cuando comete un pecado. Sin embargo, no nos sentimos culpables de pecado por habernos amargado cuando alguien peca contra nosotros, pues la percepción de ser víctima eclipsa cualquier sentimiento de culpa. Por lo tanto este pecado de amargura es muy fácil justificar.
En segundo lugar, casi nadie nos ayuda a quitar la amargura de nuestra vida. Por el contrario, los amigos más íntimos afirman: "Tú tienes derecho... mira lo que te ha hecho", lo cual nos convence aun más de que estamos actuando correctamente.
Finalmente, si alguien cobra suficiente valor como para decirnos: "Amigo, estás amargado; eso es pecado contra Dios y debes dejar la amargura", da la impresión de que al consejero le falta compasión (recuerde, que el ofendido es la víctima). Este es el caso de una mujer que nunca se ha podido recuperar de un gran mal cometido por su padre. Ella lleva más de 30 años cultivando una amargura que hoy ha florecido en todo un huerto. Cuando compasivamente le quiso exhortar el predicador de acuerdo con lo que se nos enseña en (Gálatas 6:1), luego le mencionó que era hora de perdonar y olvidar lo que queda atrás, como dice en (Filipenses 3:13), le acusó de no tener compasión. Peor todavía, más tarde se enteró el predicador que se quejó con otras personas, diciendo que como consejero carecía de "simpatía" y compasión.
Hasta es posible perder la amistad de la persona amargada por haberle aconsejado que quite la amargura de su vida, aun sabiendo que eso es lo que dice el Nuevo Testamento en (Efesios 4:31).

El siguiente ejemplo ¡lustra cómo la amargura puede dividir a amigos y familiares. Florencia, una joven de 21 años, pertenece a una familia que durante años ha sufrido una contienda familiar. Ella es la única que no desea culpar a los demás ni demostrar que tiene razón sino que anhela ver reconciliación. La pelea comenzó poco después del nacimiento de Florencia, sobre lo que al principio fue algo insignificante. Veinte años más tarde, alimentada por imaginaciones vanas, rencor y paranoia, existe una gran brecha entre dos grupos de la familia. Ahora la lucha es más fuerte que nunca. Florencia, tomando en serio lo que dice la palabra de Dios sobre la amargura, con toda el alma quiere que la familia se reconcilie. Se siente impotente, sin embargo, porque está bajo la amenaza de no poder volver a casa de sus padres si pisa la propiedad de su hermana y su cuñado. Una cosa interesante es ver que la amargura se presenta aun con las personas más cercanas a nosotros.

II. Las consecuencias de la amargura.
Para motivar a una persona a cumplir con el mandamiento bíblico "despréndanse de toda amargura..." (Efesios 4:31 NVI), veamos las múltiples consecuencias (todas negativas) de este pecado.
1) El espíritu amargo impide que la persona entienda los verdaderos propósitos de Dios en determinada situación. Job no tenía la menor idea de que, por medio de su sufrimiento, el carácter de Dios estaba siendo vindicado ante Satanás. Somos muy cortos de vista.

2) El espíritu amargo contamina a otros. En uno de los pasajes más penetrantes de la Biblia, el autor de Hebreos exhorta: "Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados" (12:15). La amargura nunca se queda sola en casa; siempre busca amigos. Por eso es el pecado más contagioso. Si no la detenemos puede llegar a contaminar a toda una familia o toda una congregación.
Durante la celebración de la pascua, los israelitas comían hierbas amargas. Cuando un huerto era invadido por estas hierbas amargas, no se lo podía limpiar simplemente cortando la parte superior de las plantas. Cada pedazo de raíz debía extraerse por completo, ya que de cada pequeña raíz aparecerían nuevos brotes. El hecho de que las raíces no se vean no significa que no existan. Allí bajo tierra germinan, se nutren, crecen, y los brotes salen a la superficie y no en un solo lugar sino en muchos. Algunas raíces silvestres son casi imposibles de controlar si al principio uno no las corta de raíz. El escritor de Hebreos advierte que la amargura puede quedar bajo la superficie, alimentándose y multiplicándose, pero saldrá a la luz cuando uno menos lo espera.
Hace poco un médico muy respetado y supuestamente religioso había abandonado a su esposa y a sus tres hijos, yéndose con una de las enfermeras del centro médico donde trabajaba. Después de la sacudida inicial, entró en toda la familia la realización de que el hombre no iba a volver. Puesto que era una familia muy unida, se enojaron juntos, se entristecieron juntos, sufrieron juntos y planearon la venganza juntos, hasta que sucedió algo sorprendente: la esposa, Silvia, perdonó de corazón a su (ahora) ex esposo y buscó el consuelo del Señor. Ella todavía tiene momentos de tristeza y de soledad, pero por la gracia de Dios no está amargada. Sin embargo, los demás familiares siguen amargados y hasta molestos con Silvia porque ella no guarda rencor.

3) El espíritu de amargura hace que la persona pierda perspectiva. Nótese la condición del salmista cuando estaba amargado:"... entonces era yo torpe y sin entendimiento; era como una bestia delante de ti" (Salmo 73:21,22 BLA). La persona amargada toma decisiones filtradas pero tales decisiones no provienen de Dios. Cuando la amargura echa raíces y se convierte en norma de vida, la persona ve, estima, evalúa, juzga y toma decisiones según su espíritu amargo.
Nótese lo que pasó con Job. En su amargura culpó a Dios de favorecer los designios de los impíos (Job 10:3). Hasta lo encontramos aborreciéndose a sí mismo (Job 9:17-21; 10:1).
En el afán de buscar alivio o venganza, quien está amargado invoca los nombres de otras personas y generaliza: "...todo el mundo está de acuerdo..." o bien "nadie quiere a..." Las frases "todo el mundo" y "nadie" pertenecen al léxico de la amargura.
Cuando la amargura llega a ser norma de vida para una persona, ésta por lo general se vuelve paranoica. Alguien confesó que tal paranoia tomó control de su vida, y empezó a defenderse mentalmente de adversarios imaginarios.

4) El espíritu amargo se disfraza como sabiduría o discernimiento. Es notable que Santiago emplee la palabra "sabiduría" en 3:14-15. La amargura bien puede atraer a muchos seguidores. ¡Quién no desea escuchar un chisme candente acerca de otra persona! La causa que presentó Coré pareció justa a los oyentes, tanto que 250 príncipes renombrados de la congregación fueron engañados

por sus palabras persuasivas. A pesar de que la Biblia aclara que el corazón de Coré estaba lleno de celos amargos, ni los más preparados lo notaron (Números 16:1-5; 31,32).

5) El espíritu amargo da lugar al diablo (Efesios 4:26). Una persona que se acuesta herida, se levanta enojada; se acuesta enojada, y se levanta resentida; se acuesta resentida, y se levanta amargada. Él diablo está buscando a quien devorar (1 Pedro 5:8). Pablo nos exhorta a perdonar "...para que Satanás no gane ventaja alguna sobre nosotros; pues no ignoramos sus maquinaciones" (2 Corintios 2:11). Satanás emplea cualquier circunstancia para traer amargura a los hijos de Dios.

6) El espíritu amargo puede causar problemas físicos. La amargura está ligada al resentimiento, término que proviene de dos palabras que significan "decir de nuevo". Cuando uno tiene un profundo resentimiento, no duerme bien o se despierta varias veces durante la noche, y vez tras vez en su mente repite la herida como una grabadora. Es un círculo vicioso de no dormir bien, no sentirse bien al siguiente día, no encontrar solución para el espíritu de amargura, no dormir bien, ir al médico, tomar pastillas, etc. Algunas personas terminan sufriendo una gran depresión; otros acaban con úlceras u otras enfermedades.

7) El espíritu amargo hace que algunos dejen de alcanzar la gracia de Dios (Hebreos 12:15). En el contexto de Hebreos, los lectores estaban a punto de perder los favores de Dios por causa de la amargura. La persona amargada sigue la misma ruta porque la amargura implica vivir con recursos propios y no con la gracia de Dios. Tan fuerte es el deseo de vengarse que no permite que Dios, por su maravillosa gracia, obre en la situación. Veamos lo que nos dice en (Romanos 12:17-21).

III. Hagamos un examen (Proverbios 14:10).
La amargura tiene una memoria de elefante, y recuerda hasta los detalles más oscuros de un incidente. Cuentan que dos vecinas, tuvieron una fuerte riña en plena calle. Fue sorprendente que una de las contrincantes, sin sacar apuntes pero con lujo de detalles, nombró cada vez que su vecina le había pedido prestado algo durante los últimos cinco años. Después de haberse sembrado el resentimiento, éste brotó en amargura cuando se presentó el ambiente apropiado. Antes de exponer el antídoto bíblico para la amargura, tomemos un examen para averiguar si ha brotado alguna raíz de amargura en nuestra vida. Recomiendo que, honesta y sinceramente, cada uno de nosotros contestemos cada pregunta para nosotros mismos.

1) ¿Existe una situación negativa en su vida que aparece frecuentemente en la mente o le despierta durante la noche, o le quita el sueño?

2) ¿Está planeando maneras de vengarse si tan sólo tuviera la oportunidad de hacerlo? Varias personas han dicho que estos planes son, precisamente, lo que les privan del sueño.

3) ¿Recuerda hasta los más insignificantes detalles de un evento negativo que sucedió hace tiempo?

¿Por qué recordamos ese tipo de detalles con tanta facilidad? En primer lugar, porque tal como mencionamos en la sección I siempre recordamos las heridas y las ofensas. Pero la razón principal es que repasamos y repasamos los detalles.
Una vez un maestro enseñó cuál era, según él, la mejor manera de recordar el material del curso: repasar, repetir y repasar. ¡Si pudiéramos recordar los buenos momentos o aun los pasajes de la Biblia tanto como recordamos las ofensas! Nuestra vida estaría llena de gratas memorias y la palabra de Dios siempre estaría en nuestra mente.

4) ¿Se siente ofendido y, debido a que usted estima que es la víctima, está justificando el resentimiento? Aquí la frase clave es "pero yo tengo razón". No hay situación más difícil de solucionar que cuando la persona ofendida tiene razón.
Carlos, un brillante y joven empresario, ascendió rápidamente en la empresa y a los 36 años llegó a ser vicepresidente con miras a llegar aun más arriba. Aunque el mismo director y fundador de la organización lo había empleado, llegó a sentir que Carlos era una amenaza y buscó motivos para despedirlo. Este, ignoraba el complot que se gestaba en la oficina a sólo cinco metros de la suya. Finalmente, un viernes por la tarde el director comunicó a Carlos en palabras terminantes que no tenía que volver a trabajar el lunes. Cuando preguntó por qué, el director, presentó una serie de mentiras y medias verdades.
Carlos encontró otro empleo pero sigue amargado. Envenenó de amargura a su esposa (que, por supuesto, tomó sobre sí la ofensa y está más amargada que él) y a sus mejores amigos. Ahora bien, Carlos tenía toda la razón. Cada vez que escucho la historia yo mismo me enojo, porque era y sigue siendo injusto. Admito que es difícil quitar la amargura de la vida de quien fue ofendido, herido, pisoteado, marginado, pasado por alto, o algo similar. Es difícil porque esa persona es víctima. Sin embargo, la Santa Palabra de Dios interviene con el mandamiento "quítense de vosotros toda amargura..." (Efesios 4:31).

5) ¿Hay explosiones desmedidas en cuanto a incidentes que de otra manera tendrían menor importancia? Sucede a menudo en la vida matrimonial cuando uno de los cónyuges por algún motivo está amargado. Tal amargura se entremete en todas las contiendas con el cónyuge, y es como un volcán esperando el momento de erupción. Súbitamente y sin previo aviso, comienza a salir todo tipo de veneno antes escondido bajo la superficie. El cónyuge se sorprende por la reacción violenta y se pregunta cuál es la razón. La amargura es común entre esposos. Por tal motivo, tanto en consejos prematrimoniales como matrimoniales, enseñamos el principio de "resolver hoy los problemas de hoy" (Efesios 4:26), no dejando pendiente nada que podría convertirse en resentimiento y amargura mañana.

6) ¿Le sucede que al leer la Biblia casi inconscientemente aplica la Escritura a otros en vez de a sí mismo? Muchas personas amargadas hallan en la Biblia enseñanzas que aplican a otros (en forma especial al ofensor).

7) Por lo general ¿usa usted expresiones que incluyen "ellos" o "todo el mundo" para apoyar sus argumentos? Con la amargura entra en combate uno de los amigos más íntimos de la amargura: el chisme. La persona amargada piensa que tiene razón (y en muchos casos es cierto), busca a otros, comparte su experiencia, fundamenta su actitud con exageraciones y generalizaciones refiriéndose a "todoel mundo". Una mujer enfrentada con los pecados de la amargura y el chisme, se justificó diciendo que "tenía razón", y junto con su esposo se fueron de la iglesia ofendidos.

IV. Maneras no bíblicas de tratar con la amargura (Efesios 4:31)
"Quítense de vosotros toda amargura..."
La amargura es uno de los pecados más comunes no solamente en el mundo sino también entre los cristianos. Casi todos hemos sido ofendidos, y una u otra vez hemos llegado al punto de la amargura. Muchos no han podido superar una ofensa y han dejado crecer una raíz de amargura en su corazón. Debido a que es imposible vivir amargado y en paz, amargado y feliz, amargado y siendo un buen cristiano, amargado y agradando a Dios, el hombre idea maneras para tratar de resolver su problema de amargura y así menguar el dolor, sin embargo la amargura queda intacta.
Lo cierto es que para poder extirpar la amargura del corazón, es imperioso comprender y desenmascarar las varias formas humanas de "solucionar" el problema, para que no quede otra alternativa más que la bíblica.

1. Vengarse. La manera no bíblica más común es tomar venganza. Hace poco escuché una entrevista con un escritor de novelas policiales, quien comentó que sólo existen tres motivos para asesinar a una persona: amor, dinero, y venganza. En un país centroamericano asolado por la guerrilla, muchos se aprovechan de tales tiempos para vengarse y echar la culpa a los guerrilleros. Con razón Pablo exhorta: "...no os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor" (Romanos 12:19).
A pesar de las circunstancias, la Biblia sostiene que jamás es voluntad de Dios que nos venguemos nosotros mismos.

Julia y Francisco son hermanos; ambos están casados y tienen 4 y 3 hijos respectivamente. Cuando vivían en la casa paterna sufrían con un padre borracho y perverso. No sólo los trató con violencia y con las palabras más degradantes, sino que también se aprovechó sexualmente de sus hijos. Pasaron los años y Francisco -ya adulto, herido, con muchos malos recuerdos y profundamente amargado- odia a su padre. ¿Quién lo puede culpar por sentirse profundamente herido? Otra vez podemos decir que "tiene razón". No es cuestión de minimizar el pecado de la otra persona ni el daño o la herida, sino es cuestión de qué hacer ahora, para dejar la amargura y así agradar a Dios.
Buscando alivio, Francisco, acudió a un psicólogo no cristiano que le ayudó a descubrir la profundidad de su odio y amargura, y sugirió como solución la venganza. Durante los últimos años Francisco ha estado llevando a cabo el dictamen. Principió con llamadas telefónicas insultando a su padre con las mismas palabras degradantes que éste había empleado. Cuando las llamadas dejaron de tener el efecto deseado, empezó a sembrar veneno en su hermana Julia y los demás familiares para que hicieran lo mismo. No era de extrañar que cada reunión familiar terminara en un espectáculo. Hoy día Francisco es un hombre amargado y cada día más infeliz.
Por su parte Julia -adulta y también herida, con muchos malos recuerdos pero sin amargura- optó por perdonar a su padre. Dos personas de la misma familia y que experimentaron las mismas circunstancias, eligieron dos caminos distintos: uno la venganza y la otra el perdón.
Cuando intento vengarme por mi propia cuenta...

a) Me pongo en el lugar de Dios. De acuerdo a la Biblia la venganza pertenece a Dios. (Romanos
12:19). Entonces, la venganza es el pecado de usurpar un derecho que sólo le pertenece a El.
Querer vengarnos por nosotros mismos es asumir una actitud de orgullo, el mismo pecado que
causó la caída de Satanás (Isaías 14:13,14). Por lo tanto, al tratar de vengarnos (aunque tan sólo en
nuestra mente), estamos pisando terreno peligroso.
Por otra parte, la ira de Dios siempre es ira santa. Dios no obrará hasta tanto yo deje la situación en sus manos. No puedo esperar de mi parte la solución que solamente el Dios soberano puede llevar a cabo.
b) La venganza siempre complica la situación. Mi propia venganza provoca más problemas, más enojo, envenena a otros y deja mi conciencia contaminada.
c) Sobre todo, tomar venganza por nuestros medios es un pecado contra el Dios santo. Es una gran lección ver como el apóstol Pablo dejó lugar a la ira de Dios cuando dijo: "Alejandro el calderero me ha causado muchos males; el Señorle pague conforme a sus hechos" (2 Timoteo 4:14).

2. Minimizar el pecado de la amargura. Minimizo un pecado cuando por algún motivo puedo
justificarlo. Existen, por lo menos, tres maneras de minimizar el pecado de la amargura:
a) Llamarlo por otro nombre, alegando que es una debilidad, una enfermedad o desequilibrio químico, enojo santo, o sencillamente afirmando que "todo el mundo lo está haciendo". Hay quienes dicen ser muy sensibles y como resultado están resentidos pero no amargados. ¡Cuidado! Existe una relación muy íntima entre los sentimientos heridos y la amargura. Existe la misma relación entre la amargura y el enojo, y una relación similar entre el enojo y el asesinato (Mateo 5:21-22).
b) Disculparse por las circunstancias y asi justificar la amargura. "En estas circunstancias Dios no me condenaría por guardar rencor en mi corazón." Básicamente, lo que estamos diciendo es que hay ocasiones cuando los recursos espirituales no sirven, y nos vemos obligados a pecar.
Juan dice a tales personas: "Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a El mentiroso, y su palabra no está en nosotros" (1a Juan 1:10).
c) Culpar al otro. Esta es, sin duda, la manera más frecuente de eludir la responsabilidad bíblica
de admitir que la amargura es pecado. Cuando de amargura se trata, el ser humano generalmente culpa
a la persona que le ofendió. En casos extremos algunos se resienten contra Dios. "No sé porque Dios
me hizo así..." "¿Dónde estaba Dios cuando me sucedió esto?"15

3. Desahogarse. Últimamente se ha popularizado la idea de que "desahogarse" sanará la herida. Ahora bien, es cierto que desahogarse tal vez ayuda a que la persona sobrelleve el peso que lleva encima (Gálatas 6:2). Sin embargo, es factible que (a) termine esparciendo la amargura y como resultado contamine a muchos; (b) le lleve a minimizar el pecado de la amargura porque la persona en quien se descarga contesta: "Tú tienes derecho"; (c) no considera la amargura como pecado contra Dios.

4. Una disculpa de parte del ofensor. Muchos piensan que el asunto termina cuando el ofensor pide disculpas a la persona ofendida. De acuerdo a la Biblia efectivamente esto forma parte de la solución porque trae reconciliación entre dos personas (Mateo 5:23-25). Sin embargo, falta reconocer que la amargura es un pecado contra Dios. Sólo Cristo, no una disculpa, limpia de pecado

(1 Juan 1:7). La solución radica tanto en la relación horizontal (con otro ser humano) como en la vertical (con Dios).

5. Perdonar a Dios. Una vez escuché que la solución para la amargura era "perdonara Dios". Cuando una persona no está conforme con su apariencia física o con un suceso que dejó cicatrices emocionales o físicas en su vida, se le aconseja que perdone a Dios por haber permitido que sucediera.
En Rut 1:13 Noemí estaba amargada contra Dios y hasta explicó a sus dos nueras que tenía derecho a estar más amargada que ellas porque se habían muerto su esposo y sus dos hijos. Es la clase de situación donde hoy día se aconsejaría perdonara Dios por haber permitido eso.
Estoy convencido de que hablar de "perdonara Dios" es intolerable. Dios es bueno (Salmo 103); Dios es amor (1 Juan 4:8); Dios está lleno de bondad (Marcos 10:18); Dios es esperanza (Romanos 15:13); Dios es santo (Isaías 6:3); Dios es perfecto (Deuteronomio 32:4; Hebreos 6:18). Es una blasfemia solo pensar en esto.
Este concepto de perdonar a Dios es uno de los intentos del ser humano de crear a Dios a imagen del hombre. Demuestra una total ignorancia e incomprensión de que Dios en su amor tiene múltiples propósitos y lleva a cabo tales propósitos por medio de las experiencias que atravesamos. ¡Si pudiéramos aprender la realidad: "Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad" (2 Corintios 12:9)!

V. La solución bíblica para la amargura.
Una mujer de 43 años vivió una experiencia muy triste en su niñez. Desde la edad de 20 años estaba en tratamiento médico y siquiátrico por su depresión. Era una triste historia que cada vez escuchamos con más frecuencia. El padre de esta mujer se había aprovechado de ella desde los 5 hasta los 14 años de edad. Tiempo después ella llegó ser miembro de una denominación, lo cual trajo alivio al comienzo, pero meses después volvió a caer en un estado depresivo. Lo que le estaba causando todo esto era el profundo resentimiento hacia su padre.

¿Cuál fue la ayuda para esta pobre mujer y para los miles que cuentan con experiencias similares?
Quiero decir primero que si hasta el momento usted no ha tenido que luchar con la amargura, tarde o temprano le acontecerá algo que lo enfrentará cara a cara con la tentación de guardar rencor, de vengarse, de pasar chismes, de formar alianzas, de justificar su actitud porque tiene razón, etc. Como cristianos hemos de estar preparados espiritualmente. ¿Cómo hacerlo?

Establecer la santidad como meta en nuestra vida. Como en todos los casos de pecado, más vale prevenir que tener que tratar con las consecuencias devastadoras que el pecado siempre deja como herencia. El escritor de Hebreos, dentro del contexto de la raíz de amargura, exhorta: "Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor" (12:14). La mejor manera de prevenir la amargura es seguir o buscar la paz y la santidad; asumir un compromiso con Dios para ser santo (puro) a pesar de lo que pase. Cuando sobrevienen situaciones que lastiman nuestros sentimientos, producen rencor y otras actitudes que forman el círculo íntimo de la amargura, debemos decir: Nótese la diferencia entre la actitud de David y su ejército cuando volvieron de una batalla (1 Samuel 30). Encontraron la ciudad asolada y sus familias llevadas cautivas. En vez de buscar el consuelo de Dios y por ende Su sabiduría, el pueblo se dejó llevar por la amargura y propuso apedrear a David. En contraste, la Biblia explica que "David se fortaleció en su Dios" (v. 6). En ningún momento es mí intención minimizar el daño causado por una ofensa o por el ultraje que experimentó David y su gente, sino que mi deseo es magnificar la palabra de Dios para consolar y ayudar a perdonar, y enseñarnos a poner todo en las manos de Dios y dejar que El en su sabiduría divina y perfecta ponga cada cosa en su lugar.

Consideremos ahora qué hacer cuando estamos amargados.

1) Ver la amargura como pecado contra Dios. Enseguida explicaremos la importancia de perdonar al ofensor. Sin embargo, si yo estimara la amargura solamente como algo personal contra la persona que me engañó, me lastimó, me perjudicó con chismes o lo que fuere, sería fácil justificar mi rencor alegando que tengo razón pues el otro me hizo daño. Como ya mencionamos, es posible que no hay nada tan difícil de solucionar que la situación de la persona amargada que tiene razón para estarlo.
Cuando tengo amargura en mi corazón, debo hacer lo que David hizo, confesar a Dios mi pecado de amargura: "Contra ti, contra ti solo he pecado" (Salmo 51:4). En el momento en que percibo que (a pesar de las circunstancias) la amargura es un pecado contra Dios, debo confesarlo (1 Juan 1:9; Salmo 32:1-5) y Dios me librará de ese pecado. (1 Juan 1:7). El escritor de Hebreos por su parte, instruye: "Quítense de vosotros toda amargura". La Biblia no otorga a nadie el derecho de amargarse.

2. Debemos buscar la paz y la santidad (Hebreos 12:14).
"He hecho un pacto con Dios a fin de ser santo, como El es Santo. A pesar de que la otra persona tenga la culpa, entregaré la situación en manos de Dios como lo hizo Pablo, perdonaré al ofensor y buscaré la paz."

3. Poner toda situación negativa, ofensa, etc. En las manos de Dios (2 Timoteo 4:14)

4. Fortalézcase en el Señor (1 Samuel 30:6; Efesios 6:10).

5. Perdone al ofensor (Efesios 4:31,32). Perdonar al ofensor, nos libra del rencor,
resentimientos, deseos de venganza y de la amargura.
Jesús vino a hacernos libres... Juan dice, si el Hijo os libertare serás verdaderamente libre... El nos ha librado del pecado, la carne, el mundo y esto incluye sin duda alguna LA AMARGURA.
Se requiere un compromiso profundo con Dios a fin de no caer en la trampa de la amargura. Cristo mismo nos dará los recursos para vivir libres del "pecado más contagioso".